jueves, 26 de noviembre de 2020

El concierto

 


Abro la puerta del edificio, los obreros continúan con el  martillo neumático preparando la pared para el nuevo y moderno ascensor.  El ruido es atronador, las vibraciones se notan en todo el edificio. Me siento en el borde de la cama y  agacho la cabeza. Las lágrimas empiezan a caer al suelo: tengo 38 años, me acabo de quedar en paro y ni siquiera tengo una cartilla de ahorros.

Me seco las lágrimas, los hombres nunca deben lloran me decía mi difunto padre, y miro al póster gigantesco que cubre un agujero de la pared: Un concierto que nunca se celebró, un día que se suponía feliz y en el que decidiste apostar por la seguridad del jersey de coderas.

Se acaba la batería del teléfono móvil, el cargador está en el salón pero no tengo ganas de escuchar frases lastimeras de mis amigos. Agacho la cabeza y vuelven a aparecer las lágrimas, ya no sé ni llorar. Se escucha un ruido atronador y un obrero grita que ha cedido uno de los pilares principales.  Levanto la cabeza, el póster me abraza en su apacible oscuridad y me lleva a ese concierto que nunca se celebró. Sonrío.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

¿Otra vez el mismo error?


Abro los ojos, no recuerdo que pasó anoche y el momento en el que llegué a la cama, esto tiene que ser por culpa de esa cerveza barata que venden en los chinos. Miro al frente y compruebo en el reloj despertador que todavía no son las 7 de la mañana, a mi lado una mujer respira de forma acompasada.  Me entretengo conectando sus lunares con mi índice, poco a poco bajo por su espalda desnuda hasta notarla estremecer.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Prohibido el Paso

 


La humedad de estos días cala hasta los huesos; el frío ha llegado y con él las malas noticias. La niebla cubre gran parte de la ciudad, apenas puedes distinguir las luces de las pocas cafeterías que han conseguido superar los tiempos de crisis. El aroma a café, tabaco negro y algún efluvio etílico atraen a los escasos viandantes que se atreven a salir en estas circunstancias.

En una mesa al fondo de la cafetería observo detenidamente el humo del café, una pequeña estela que poco a poco se diluye y desaparece. Como la vida, empieza muy fuerte y caliente hasta desaparecer en el espacio/tiempo sin dejar nada más que un recuerdo y un aroma determinado. Levanto la cabeza y sólo veo tristeza, lo único que perturba esta paz es el rugir del informativo matinal.