martes, 28 de abril de 2015

Relato Corto: Rutina diaria



 - Cariño es la hora.

- Voy

- ¿Quieres que me levante contigo y te prepare el desayuno?

- No te molestes, que no son horas y luego no puedes coger el sueño. Tú sigue acostada que yo me haré el café, no te preocupes.

- Pero….


- Ni pero ni leches nena, te he dicho que no te muevas. Siempre te quejas de que tienes las piernas hinchadas por las noches, hoy te toca descansar.

- Échale un ojo al crío, a ver como ha pasado la noche.

- Voy

- Antes de que se me olvide ¿Vendrás a comer?

- Hoy no puedo, tenemos que cargar el camión y después de hacer el reparto por el pueblo nos tenemos que ir a la ciudad para hablar con un par de tiendas que quieren verduras.

- Ten cuidado y come algo decente, si no tienes dinero abre el bote de las galletas y coge algo. Dice una mujer rolliza mientras  gira todo su cuerpo para acomodarse en la cama.

- Que descanses mi amor, acuérdate que hoy tienes que hablar con la maestra del crío. Buenas noches. Le doy un beso en la cara a mi mujer y cojo toda la ropa que está preparada y planchada con mimo encima de la cómoda

Salgo de la habitación y compruebo que calefacción del pasillo está encendida, parece que por fin ha dejado de fallar y el pequeño apartamento puede mantener el calor durante la noche. La puerta de la habitación del niño está de nuevo entreabierta, el perro ha vuelto a entrar para dormir con él, me asomo y le hago señales para que se baje de la cama pero se hace el despistado y me doy por vencido para no despertar al pequeño.

Al encender la luz de la cocina un pequeño enjambre de sombras oscuras se arrastran por el suelo y la encimera para esconderse entre los muebles en huecos invisibles para el ojo humano, da  igual las trampas o los espráis que compre, la evolución es la evolución y esos bichos asquerosos un día dominarán el mundo.

Mientras la cafetera empieza su burbujeo y comienza a impregnar de olor toda la cocina, busco entre los botes del cajón el que corresponde con el de  las galletas, desde hace unos meses se ha convertido en nuestra ‘otra’ cartilla del banco; por lo menos sabemos lo que tenemos y lo que gastamos, últimamente en el banco cada vez que iba a sacar algo me habían crujido con alguna comisión.

Saco un pequeño fajo de billetes atados con una goma y  los cuento. Paso de comer fuera, hay que seguir ahorrando que nunca se sabe cuando el niño dará el estirón o necesitará un nuevo libro. Guardo los billetes y cierro el bote, me hago un bocadillo de chóped y un poco de queso y, como siempre, voy tirando.

El olor a café anuncia que es el momento de desayunar, como viene siendo habitual el reloj marca las 5 y media de la mañana, abro el frigorífico para echar un poco de leche condensada a este brebaje oscuro y compruebo que en la bandeja sólo hay una marca de óxido dónde debería de estar el bote: otra mañana más el tarro de almendrina que nunca abandona la nevera será el encargada de endulzar, de aquella manera, el café.

Ya sólo queda cerrar las luces y marcharme a trabajar. El sonido del temporizador de la luz del pasillo parece la artillería de las potencias de El Eje en el día D, la luz tenue de bombillas gastadas guían mis pasos hacia la puerta de salida para comenzar un nuevo día de trabajo. Son las 5:45 y salgo del edificio tapado hasta lo ojos, antes de coger mi camino hacia el almacén todavía me queda un pequeño rito, paso mi mano por el contorno de un coche viejo con las ruedas desinfladas mientras le digo: ya te queda menos, aguanta un poquito más que por la radio dicen que la crisis ya se marcha.

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