lunes, 3 de octubre de 2016

¿Compañeros?




Hoy es día veinte de agosto, ¿por qué lo sé sin necesidad de mirar el calendario? Porque hoy es el día en el que se paró mi vida y todo dejó de importar. Hace diez años cerraron la fábrica en la que más de 300 compañeros vivíamos, que no trabajábamos, con una pequeña indemnización para aquellos que tenían un contrato fijo y una buena palmadita en la espalda para los que sólo estábamos para completar plantilla.


Pero eso está demasiado alejado en el tiempo para quejarse, lloriquear o maldecir a esos pájaros negros que trajeron bonitos acrónimos y que nos separaron en dos bandos. No obstante, no he podido evitar rememorar esos días de risas y compañerismo al recibir el aviso de mi casera de que un tal Higinio está al otro lado del teléfono.

Dime nene, siento no haber ido por el Bar durante este último mes pero me ha salido un curro en la capital y no tengo tiempo ni para hacerme una paja. Le miento mientras observo la cara de asco de mi casera al escuchar esta última palabra.

No te llamo por eso Carles, ojalá fuera por algo tan bueno como eso.

¿Entonces? Le contesto

¿Te acuerdas de Atanasio, el de ensamblaje?

Claro, anda que me metía poca caña cuando entré en la fábrica, pero en el fondo era un tío noble que siempre se preocupaba por el futuro de su hija.

Pues murió anoche, te llamaba para ver si podíamos ir juntos al Tanatorio. A mí me da un poco de cosa ir solo a esos sitios.

Me acabas de dejar sin palabras Higinio. Le comento mientras le hago señales con la mano a la casera, ya estaba abriendo mi habitación para husmear entre mis cosas.

Así me quedé yo cuando me lo dijeron. Te espero en la puerta del Tanatorio dentro de un par de horas.

Está bien, nos vemos en un rato. 

Nada más colgar he tenido que ir casi a la carrera para que mi queridísima casera no ponga demasiada atención en la limpieza de mi precioso y carísimo cuarto. Así que la invito a salir y salgo disparado en pos de mi nuevo destino.

El sol parece que no se ha enterado de la muerte de Higinio y brilla con fuerza, a pesar de la hora temprana. Parece como si ese Dios al que mi abuela rezaba de forma constante se hubiera olvidado de aquellos que se deslomaban para llevar un trozo de pan a la mesa de sus familias.

Tras dos enlaces en autobuses vacíos y sin aire acondicionado llego a la parada del Tanatorio, un edificio gris con un enjambre de coches aparcados a su alrededor. Apoyado justo al lado de la puerta está Higinio, con su inseparable polo gris del equipo del barrio. Al verme en la lejanía tira el cigarro, mete las manos en los bolsillos y se acerca a la carrera.

Ya pensaba que no venías. Me dice mientras me extiende su mano con visibles marcas amarillas en los dedos, fruto de su obsesión por la nicotina.

Ya sabes que los autobuses en verano son una auténtica lotería— Le comento mientras le devuelvo el saludo— ¿Ha venido alguien más?

Que yo sepa no, y llevo un rato esperando.

¿Subimos? Le contesto.

Venga, vamos a despedirnos del bueno de Atanasio.

Dejo pasar a Higinio y aprecio el paso de los años en su cuerpo, diez años son pocos para una empresa pero demasiados para los trabajadores. El trabajo constante y monótono de las máquinas ha dejado una huella imborrable en la espalda de Higinio y no le permiten erguirse sin antes sufrir un espasmo de dolor recorriendo toda su espalda.

A pesar de que es uno de los pocos compañeros que consiguieron rehacer su vida después de la traición de nuestros supuestos amigos, el aspecto no era el más apropiado para una situación como esta. Sus zapatos continúan siendo aquellos que nos recomendaban en la fábrica, botas con punta reforzada para evitar golpes fortuitos; Higinio siempre comenta que con otro calzado se siente desprotegido.

Tanto el polo como los vaqueros son de sobra conocidos por sus parroquianos más fieles, suele ser parte de su uniforme de trabajo para que antiguos compañeros, y nuevos vecinos que trabajan en los nuevos hoteles de la zona, disfruten de los tradicionales platos de la gastronomía más típica del lugar.

Sabes que lo había dejado su mujer. Se gira e interrumpe mi observación detallada de su figura.

¿Cómo? Le contesto sorprendido

He hablado con Juan, el que llevaba los Recursos Humanos antes del ERE, y me ha comentado que hace año y medios que su mujer se llevó a la niña y se fueron a vivir a la capital con el tipo que venía a reparar las máquinas a la fábrica.

¡No jodas! Exclamo ante la mirada inquisitiva de las personas que se encuentran en salas de estar del Tanatorio.

Higinio me mira de forma inquisitoria, me coge del brazo y me lleva a un lado mientras susurra:

Tío que estás en un Tanatorio no en el bar con los colegas, un poco de respeto.

Lo siento, es que me has dejado de piedra con lo de la mujer. Le comento entre susurros.

Pues se cansó de esperar Carles, Atanasio se tiró tres años buscando trabajo sin éxito y el finiquito no daba para tanto.

¿Lo dejó por dinero?

Lo dejó por agotamiento. Me contesta mientras me indica que le acompañe.

Sin pronunciar una palabra más nos acercamos a la sala número cinco, una de las más pequeñas del tanatorio, y entramos en busca de alguna cara conocida. Nadie se había dignado a venir, ni siquiera la hija por la que Atanasio habría dado su vida estaba presente para su últimos adiós.

¿Los compañeros de la fábrica no piensan venir? Comento irritado.

He informado a todo el mundo, pero todos tienen cosas que hacer. Responde Higinio con tristeza.

Ya les vales a estos hijos de… Antes de terminar el insulto Higinio me mira directamente a los ojos y me aprieta el brazo.

Aquí no digas eso por favor. Ahora vamos a acercarnos a despedirnos de él.

Con la cabeza gacha y el andar apesumbrado poco a poco llegamos hasta la cristalera que nos separa de nuestro amigo, sin embargo el ataúd no nos permite ver lacara de Atanasio una última vez.

¿Por qué no lo han destapado para que nos despidamos de él? Le pregunto a Higinio.

Carles, se tiró por un quinto piso y el cuerpo está destrozado.

Antes de que Higinio pudiera pararme salgo disparado de la sala deseando cosas de las que luego me arrepentiría. Esos hijos de puta han destrozado la vida del pobre Atanasio, ¿Cómo iba a encontrar un hombre de 50 años trabajo si llevaba toda la vida en la fábrica? Pero a ellos les da igual, todo lo hacen por el puto dinero.

Me dirijo a la sala número 1 del Tanatorio, la que está especialmente guardada para aquellas personas que pueden pagar el precio de un entierro de altos vuelos. En un descuido de los asistentes me hago con una corona de flores y se la llevo a Atanasio.

¿De dónde has sacado eso? Me comenta Higinio asustado.

Me lo han regalado los de la funeraria, dicen que Atanasio tenía una cláusula que había pasado por alto por la que el seguro le obsequia con una corona de flores de tamaño medio. Le digo mientras la apoyo en la cristalera.

Por lo menos, quítale la cinta que pone que tus nietos no te olvidan.

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