La vida de un opositor es triste, repetitiva y aburrida. Si a eso le sumas que tienes más de treinta años y lo compaginas con un trabajo de mierda pues te sale una mezcolanza tan voluble como la nitroglicerina. Esto explica que cada vez que tenga unos días libres aproveche para visitar el pueblo de mis padres, disfrutar de un poco de paz y olvidar lo mal que me lo he montado en la vida.