lunes, 25 de septiembre de 2017

Café con reencuentro




Soy un hombre de costumbres, siempre suelo tomar el mismo café, no me gusta cambiar el tipo de pan de mis tostadas y veo con terror esos días en los que mi cafetería de confianza está cerrada por cualquier tipo de causa, motivo o circunstancia.  Cada vez que entro por la puerta, Irene me saluda, me señala el periódico que tiene escondido bajo la barra y comienza a preparar mi café.


No obstante, la despedida de un amigo que pone rumbo a Edimburgo en pos de un contrato de trabajo mejor provocó que me retrasara el domingo por la mañana. Era consciente del desastre que encontraría en la cafetería: mi mesa ocupada por una pareja con su media docena de monstruitos, el periódico manoseado por extraños y el autodefinido completado. Esas pequeñas cosas que te dan la vida, o te la pueden arruinar.

En esos pensamientos estaba cuando el aroma del café apareció, justo antes de empezar a notar esa extraña sensación que inunda todo tu ser cuando comienzas  a sentir el olor tan característico del pan.  Nada más penetrar en la cafetería Irene me señaló desde la distancia un hueco libre en una mesa.

La situación no era la adecuada, pero estaba lo suficientemente alejada de la zona de niños, así que me dirigí sin dilación hasta este nuevo emplazamiento. Al cruzar entre dos señoras que pedían pan y esquivar un niño que corría como un loco mostrando un coche a su padre, pude comprobar que los ojos que me miraban desde una mesa cercana me eran familiares.

Al principio noté como rehuía mi mirada, no quería que la reconociera, y en un primer momento acepté esa especie de convención social. Frente a mi tenía a una mujer joven que escondía su altura con unas cuñas de esparto pronunciadas. Su figura estaba muy marcada en la zona de las caderas y disponía de un busto acorde con el tipo de mujer que tanto me gustaba. 

No quería que nuestras miradas coincidieran, esas cosas se notan. Sin embargo, no podía parar de observarla, quería apreciar sus rasgos faciales al completo para que mi memoria la identificara de una vez por todos. La ocasión llegó cuando Irene apareció entre las mesas con mi desayuno, la chica misteriosa no pudo dejar de mirar como la camarera esquivaba por los pelos a un pequeño monstruo vestido con un mono verde que corría cual sátiro en busca de su presa.

Haciendo gala de su preciso equilibrio Irene llegó hasta mi mesa con el mejunje negro que tanto disfruto y una tostada entera con aceite. — ¿Conoces a la chica que tengo sentada justo enfrente de mí? — Le pregunto aprovechando que se encuentra muy cerca para situar el café en la mesa.

¿Te ha gustado Carles? Contesta mientras vuelve a erguirse con una sonrisa maliciosa para recuperar de la bandeja el plato con mi tostada.

No me seas tan mala Irene, que esa cara me suena y no tengo ni idea del motivo.

No es una habitual, es la primera vez que viene por aquí.

La camarera abandona mi mesa para facilitar otro desayuno a unos clientes del fondo, y con ella se va ese aroma tan particular resultante de la mezcolanza de café y sudor. Mi cabeza no para de darle vueltas a todas las situaciones habidas y por haber para localizar ese cuerpo y esa cara. Eureka, no la reconocía porque han pasado más de veinte años y cuando éramos niños ni siquiera se había conformado su precioso cuerpo de mujer.

Notaba como me miraba de reojo, y mi leve sonrisa avisó de que la había reconocido. Parece que ocurrió aquello que quería evitar a toda costa, así que no tuvo más remedio que devolverme la sonrisa. Sin más dilación me levanté, cogí mi desayuno y me senté junto a ella.

Noelia. ¿verdad?

Sí, soy yo. ¿Carles?

El mismo que viste y calza, como diría mi padre. Le contesté entre risas. Me acerqué a darle dos besos y aprovechar para echar un ojo a su precioso escote. — No sabía si eras tú, me tenías en vilo y como no decías nada…

Me pasaba lo mismo que a ti, no te había reconocido así de primeras. Me comentó, aún a sabiendas que la había pillado en la mentira.

Preparé con sumo detalle mi tostada, primero el aceite y después unos pequeños cortes con el cuchillo en el pan para que todo el líquido fuera absorbido sin dificultad. Después vertí un terrón de azúcar morena en el café bajo la atenta mirada de mi interlocutora.

Estas preciosa, la madurez te ha sentado genial. Me ha costado conocerte sabes, en mi cabeza tenía la imagen de esa chiquilla que hacía maratón, siempre con una sonrisa en sus labios y sin tantas curvas.

Apuró su café con leche para que no pudiera apreciar que se había ruborizado, con sumo cuidado dejó la taza y ordenó los envases de la mantequilla para que no macharan la mesa. Se podía apreciar cierto nerviosismo en sus actos, seguro que espera a alguien y no quiere que me vean con ella.

Si molesto sólo tienes que decírmelo, hemos compartido clase más de seis años y hay confianza para estas cosas.

No, no es eso Carles.

¿Entonces? Le contesté.

Te veo tan bien vestido con esa camisa que te sienta como un guante y siento envidia sana de lo bien que te ha tratado el tiempo. Dice antes de sacar su Smartphone del bolsillo.

Pues yo veo a una mujer preciosa, tus ojos azules siempre me han parecido un auténtico enigma. Esos labios siempre conformados en una sonrisa muestra tu belleza en todo su esplendor.

¿De verdad lo crees así?

Hay que estar muy ciega para no apreciar cómo te miran esos papis y el solterón de la esquina, te están desnudando con la mirada Noelia.

No me había dado cuenta. La verdad es que desde mi divorcio no me he cuidado mucho y más teniendo a los críos.

Tú estuviste con un chico del pueblo de al lado desde la secundaria, si mal no recuerdo al terminar el instituto todavía estabas con él — Apuro mi café y comienzo con la tostada — No me digas que te casaste con…. ¿Isidro?

El mismo con el que tuve dos preciosas niñas — Saca su smartphone y me muestra una foto. — La primera es María, como mi madre, y la segunda se llama Noelia.

Igual de preciosa que su  madre. Agrego con una sonrisa antes de atacar la tostada.

Guarda su teléfono móvil con nerviosismo, me mira directamente a los ojo — ¿Y de tu vida qué?, parece que sólo hablamos de mí— Mira detenidamente como una familia sale por la puerta de la cafetería, para después volver su mirada hacia mí.

Trabajo aquí detrás, en el periódico que tiene su sede en el edificio de la esquina. Al salir del pueblo me centré en los estudios, el trabajo y poco más. Con respecto a mi vida personal, poco que explicar ya que no me he casado y no tengo hijos.

Vuelve a sacar el móvil y mira con urgencia la pantalla.

En serio, si tienes prisa o estás esperando a alguien no pasa res, si tengo que marcharme a vigilar al becario que nos han mandado desde la Universidad. Termino mi tostada y miro el reloj de pulsera digital, regalo de la última mujer con la que estuve más de dos meses.

La verdad es que mi marido no aparece y me estoy empezando a preocupar Carles.

No te preocupes mujer, me han dicho mis compis de redacción que esta mañana había retenciones en la autovía de entrada a la ciudad por culpa de un accidente.

No lo estás arreglando. Comenta mientras vuelve a sacar el móvil para mirar la hora y los mensajes de WhatsApp.

Tapo la pantalla de su móvil con la palma de mi mano, mientras que con la otra cojo sus muñecas y la miro a los ojos.

No pasa nada Noelia, seguro que se han retrasado por culpa del atasco y no ha podido decirte nada porque estará todo plagado de agentes de tráfico.

Si estuvieran en el atasco… El sonido del WhatsApp interrumpe a Noelia, lo mira con celeridad y emite un suspiro de alivio.

¿Qué pasa? Comento mientras acerco mi silla a la suya y me sitúo a su lado.

Tenías razón, están atascados en la entrada de la ciudad y me ha dicho mi hijita que están entrando a la ciudad.

Ves, si es que siempre te has agobiado mucho. Todavía me acuerdo lo atacada que te ponías los minutos antes del examen, a pesar de que siempre sacabas una nota muy alta.

Muchas gracias por la compañía Carles.

Me da un sonoro beso y saca un pequeño cuaderno de su bolso, escribe algo en un papel y lo enrolla antes de facilitármelo.

Aquí tienes mi número, me he mudado allí enfrente. Llámame mañana por la tarde que tenemos muchas cosas que contarnos y alguna que otra pendiente. Me guiña uno y sale disparada por la puerta.

La observo marcharse  con celeridad con su smartphone pegado a la oreja,  desenrollo el papel que me ha dejado: “En esta ocasión invitas tú al café, que me tienes que explicar eso de mirar en los escotes ajenos”. Me recuesto en la mesa y miro las lámparas de colores de la cafetería, Irene se acerca y me pasa la nota de los dos.

Parece que tu amiga te ha encasquetado el desayuno.

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