El sol se resiste a dar el visto bueno al nuevo día, los rayos de luz pugnan con la niebla para alcanzar su meta. Los pocos que se aventuran a estas horas de la madrugada caminan con la cabeza gacha para no perder el camino hasta su trabajo. Son muchos los que detienen su viaje atraídos por el olor del café; el brebaje negro que impulsa al cuerpo para que pueda resistir el día a día.
Entre esta amalgama de viandantes se erige una figura que camina despacio, ya que no tiene un lugar al que dirigir sus pasos. Con gran esfuerzo empuja un carrito de la compra en el que esconde toda su vida. Uno de sus brazos transmite las pocas fuerzas que le quedan, mientras que el otro acarrea dos bolsas con lo necesario para fabricar su alcoba todos los días.