El sol no tenía piedad de un cuerpo que se enganchaba al sueño como único estado de perfección y estabilidad en sus pensamientos. Poco a poco, la luz se acercaba a su cara augurando un nuevo día.
Otra vez el sol en la cara, tendré que decirle a mi Pepe, cuando venga este verano, que la arregle. Me sorprendo a mí misma, en las primeras horas de la mañana recordando cosas y caras con normalidad, se ve que mi cabeza necesita muchas horas de descanso. Giro la cabeza y encuentro a mi nuera en la cama de al lado, cansada y con un leve ronquido que indica su antigua adicción a la nicotina.
Podría levantarme y preparar el desayuno, como he hecho durante los últimos 50 años, pero ya no recuerdo donde están guardados los vasos, el café o incluso las cucharillas; lo curioso es que yo organice la cocina y debería saber hacerlo con los ojos cerrados: Ahora entiendo al pobre perico.
Esta noche es especial para esta casa; la Semana Santa regresa, y mis hermanos y yo nos miramos con lágrimas en los ojos, puede ser nuestra última. Temo que no sea la última, sino que sea la primera de muchas que quedarán en el limbo de mi mente, y ello a pesar de que nuestro Papa lo haya eliminado, yo lo siento dentro de mí.
Allí es donde quedan todos esos nombres y caras que te abordan por la calle saludándote con dos besos, te miran con cara de circunstancia -eso sí, con una sonrisa en la boca- y preguntan si es que no te acuerdas de ellos. Tu le dices que sí al principio, pero transcurridos unos meses ya ni siquiera te molestas en guardar las apariencias.
Este año puede ser especial: Le he pedido a mis nietos que lo graben en vídeo, así podré disfrutar de la Semana Santa mientras me quede un atisbo de memoria. Por mucho que se apaguen las luces de mi cabeza, nunca podrán llevarse consigo la noche en la que mi cofradía me premió: Con los míos rodeándome recibí un diploma que todavía hoy ilumina en la entrada de mi casa.
Siempre quedarán en mi memoria, ahora herida, las noches de Semana Santa: Cuando la hora de la procesión se acercaba, mi casa abría sus puertas y se convertía en la de todos; vecinos, familiares y amigos venían en pos de una túnica morada para salir en la procesión.
He visto a hermanos, hijos y nietos enfundarse como se enfundaban en las mismas túnicas, esas que ahora se prestan a todo aquel que quiera salir en la procesión. He pasado largas tardes atada a la mesa de la cocina con todas las túnicas sobre perchas y con la plancha en la mano para que todo saliera bien. He salvaguardado contemplado armarios que escondían medallones y cordones en su interior y que no querían liberarlos.
Todo ello para poder disfrutar de la procesión de mi cofradía, Nuestro Padre Jesús. Este año no será lo mismo, esperaré a mi hija o a mi nuera y saldré a la puerta para ver desfilar los pasos.
Me emocionaré más que cualquier año, pero no me sentiré participe de esa procesión, mi cuerpo no me permite ser la misma de antes, no me permite aportar el granito de arena que siempre daba; espero que el Señor que cuida de nosotros no se moleste.
El tiempo es amigo de estas paradojas; nos lo da todo para luego arrebatárnoslo de golpe. Como dijo el autor inglés que mi nieto me lee algunas tardes y que nunca sé pronunciar “Malgasté el tiempo, ahora el tiempo me malgasta a mí”. Tendré que conformarme con mirar y hacer lo que pueda, no me queda otra.
Mi nuera ha dejado de respirar de forma acompasada, está a punto de despertar. Se da la vuelta, me mira y me dice:
- ¿Ya te has levantado?
- Llevo tiempo despierta.
- “¿Has tenido algún accidente esta noche?”, pregunta mientras se levanta y toca las sábanas.
- Todo bien, esta noche he dormido profundamente y no he tenido ningún problema, le respondo.
Mientras se despereza me dice:
- Muy bien, voy a prepara el desayuno, tu enciende la vela que ya ha llegado: ¡Hoy es Jueves Santo!
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