jueves, 4 de septiembre de 2014

Relato Corto: ¿Dónde estás Wendy?

Wendy

He vuelto a las andadas: de nuevo en mi entorno vuelve a sonar el tintineo característico de las botellas de vidrio vacías, el humo y la ceniza acompañan al polvo en su devenir diario y mis vecinas anaranjadas han vuelto a conquistar su esquina favorita. 


Todo esto es el resultado de volver a mi estado natural, la soledad. Mi última novia/pareja/compañera me ha dejado, bueno eso creo tras varios días sin presentarse por casa. Wendy, o así se hacía llamar por su afición a las películas de la factoría Disney, era una de esas mujeres que tienen la obligación de estar con un hombre para jugar a las casitas: no pongas los pies en la mesa, el vidrio no va en esa bolsa, no has hecho la cama, pasa una escoba, etc. ¡Joder! ¡Déjame vivir de una vez!

Hay tres fases esenciales cuando una mujer entra en tu vida: Educación, obligación y sumisión, o eso es lo que he podido comprobar en mi dilatada experiencia con amigos y compañeros de trabajo; yo nunca he pasado de la primera fase.  

En mi último trabajo (dejémoslo pasar que no quiero matar a nadie) mi compañero siempre insistía y me decía: Carles no lo entiendes, tienes que hacer caso a tu mujer para llevar una vida más ordenada, mírame a mi cada vez visto mejor, como mucho más sano y nunca llego tarde al trabajo. 

Fase educativa en la que el sujeto en cuestión sufre el síndrome de Estocolmo y piensa que su mujer lo hace por su bien. Lo último que supe del bueno de Javier es que llevaba un tiempo en casa de su madre después de que su mujer lo sustituyera por otro mucho más ordenado; menos mal que su mujer fue compasiva y lo liberó de sus garras.

La fase obligatoria la he podido comprobar durante parte de mi vida a mí alrededor, y aquí es dónde el hombre sufre el proceso disruptivo de su existencia: o bien explota y se marcha buscando libertad (rompiendo las ligaduras y esperando situarse otra vez en la fase educativa con otra mujer) o pasa a la siguiente fase, un lugar de no retorno que lo convierte en una flor marchita esperando encontrar su agujero en la tierra.

Sólo he llegado a conocer a un hombre en la fase de dominación, curiosamente fue mi jefe durante 9 meses en una tienda de recambios de bicicleta. Si tengo que recordar a una persona en mi vida como el ejemplo claro de un enfermo nervioso lo podría en primer lugar; podía tirarse todo el día gritando, realizando aspavientos y tirando cosas contra la pared. 

Todo cambiaba cuando su señora entraba por la puerta, se convertía en un pequeño cojín que adornaba la silla de la dirección, por supuesto las contrataciones, pagos y demás asuntos importantes eran realizados con las uñas pintadas de rojo y un carísimo rosenoir en los labios. Un día aparecí borracho por la empresa y le dije cuatro cosas al señor cojín, después de tirarme dos cajas de frenos llamó a su mujer y le pidió que viniera para despedirme. 

Hace unos días pasé por la tienda y ponía un cartel que decía cerrado por defunción, pregunté en el bar donde solía desayunar y me explicaron que al hombre cojín le había dado un infarto, ayer por la tarde, en uno de esos ataques de ira. Era cuestión de tiempo…

Ya son las 10 de la mañana y todavía no he podido encontrar unos pantalones limpios, ¿Dónde estás Wendy? Ni me voy a molestar en ir a buscar trabajo por la zona, me quedan unos pocos euros y poco tiempo para esquivar a la casera, mejor me bebo la botella que dejé anoche a medias y vuelvo al mundo de los sueños. 

Según un viejo con bigote estamos hechos del mismo material que los sueños, pues todavía no he conseguido salir volando por la ventana y vivir como un niño toda mi vida. En la vida real el pirata siempre gana y te tiene amordazado en la bodega del barco remando y remando hasta que mueres de tristeza.




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