lunes, 20 de octubre de 2014

Relato Corto: Cuanto gilipollas suelto


Ignatius

Pelirroja, metro ochenta, hija de militares y fanatismo por el sado; estas son algunos de los detalles de la última de mis amantes (me abstengo de llamarlas mujeres o novias). Bajo el nombre de Dafne su carácter invadía la habitación como un río desbordado por las lluvias torrenciales. Cada vez que veía encenderse el fuego de su melena mis pelotas se encogías hasta esconderse dentro de mi vejiga, mis pulmones deseaban más y más alquitrán para atrapar el aire y no dejarlo escapar en forma de desesperación.

Tras seis meses de suplicio cuasi-conyugal mi paciencia se armó de valor, salió de ese lugar que escondemos en nuestro interior, ese huequecito que está detrás del estómago y que nadie es capaz de vislumbrar aunque dedicara toda su vida a ello, y dijo: mira Dafne que te dejo y me piro de esta mierda de vida que me has dado para vivir, que eres una loca peligrosa y tu padre es un milico gilipollas que sólo sabe decir que la tiene más larga que yo.

Jajajajajajajajajajajajajaja, ¿De verdad os lo habéis creído? Carles Lianiaski no tiene los ‘santos cojones’ de enfrentarse a una tipa que tiene una colección de fustas y un pene de plástico que alcanza la friolera de 25 centímetros de la mejor silicona médica de color negro del mercado. 

Cogí mi vieja maleta de cartón carcomida por las cucarachas, metí dos camisas viejas, un  par de pantalones de mi época moza y los tres cuadernos que escondía debajo de la cama para que Dafne no viera la literatura que pagaba sus facturas. Una nota encima de la mesa con las palabras ‘te quiero pero no te soporto’ fue todo lo que tuve el valor de decirle.

Después de varios días deambulando por la ciudad para diseminar el rastro de mis pasos escogí un edificio a las afueras para poder dedicarme a escribir mis artículos, mis relatos y para terminar mi último libro. Todo indicaba que después de varios meses a la deriva había encontrado un lugar tranquilo y apacible en el que beber y escribir sin preocupaciones, hasta que lo conocí…

Mi vecino es un gilipollas, no puedo ser más explícito pero es la pura realidad.  Desde que se presentó en mi puerta con una botella de vino asquerosamente cara con una mueca de estúpido no lo puedo ni ver. El tipo en cuestión (no recuerdo ni como se llama) es enfermero y estudia medicina, este último detalle parece que lo lleva escrito en la frente, pues es la primera frase que dice en cualquier conversación: Yo en medicina tal, eso en la facultad, yo es que estudio medicina sabes, y un largo etcétera de gilipolleces que salen de su boca.

La cuestión es que cada vez que me ve me comenta: pobre Lianiaski siempre bebiendo esa cerveza barata o ese whisky que no llega al nivel de un buen Black Label aunque sea, no entiende que lo que bebo lo hago porque me gusta no porque sea más caro. Si es que claro, a quien se le ocurre estudiar una carrera de letras, sois todos unos idealistas que os creéis el centro del mundo cuando todos os morís de hambre al poco terminar la carrera.

Tenías que haber hecho como yo, mira tras varios años en carreras sin salida decidí empezar la carrera de enfermería para poder aspirar a un sueldo cercano a los 1.800 euros al mes y pagarme la carrera de medicina, porque este gremio es el más importante de la sociedad. Después de hablar dos veces con este idiota pude comprender que desde que era una crío todo el mundo le ha restregado por la cara su estupidez integral, y la única manera que tiene el pobre de ‘vengarse’ de todos ellos es hacerse médico y tener mucho más poder económico que los demás.

Lo triste de la historia es que cada dos días escucho al repartidor de comida a domicilio subir a su piso, cada vez que nos cruzamos en el portal y viene de realizar la compra siempre lleva las bolsas repletas de chucherías y guarrerías. Todo ello acompañado de un hombre que alcanza los 130 kilos de grasa,  que podría hipnotizar a cualquiera por el bamboleo de sus lorazas cada vez que una de sus piernas realiza el intento de moverse para subir los escalones. Eso sí, cada vez que hablas con este cuarentón solitario, que debería de tener por nombre Ignatius, ves que su realidad está deformada completamente y  se cree el más guapo, el más inteligente y todo un ejemplo de vida.

Otro días más, el destino me maltrata con la presencia de nuestro imitador de Ignatius: Muy buenos días Lianiaski, ¿has encontrado trabajo? Porque eso de escribir no es un trabajo, es más bien una manera de no aceptar la realidad. Sigo en mi espejismo de vida vecino, ya veo que a ti te va todo de puta madre que vienes otra vez del ‘chino’ de la esquina con comida para llevar. Está comida está de muerte Lianiask, además en la facultad de medicina no hay tiempo para cocinar, nos tienen todo el día estudiando (un tío que es médico y come todos los días mierda no puede ejercer en la vida por el bien de sus futuros pacientes).

Toma tío, me han regalado un licor de esos del chino por comprar más de cincuenta euros en el restaurante, ya sabes que soy VIP, y como no me gusta este alcohol barato me he dicho que seguro que al bueno de Lianiaski le gustaría beber gratis, ya que no tiene para comprar algo tan exquisito. Muchas gracias vecino, este licor me vendrá muy bien para no bajar a comprar esta noche. Ya sabes, los vecinos estamos para ayudarnos, te dejo que tengo que preparar un trabajo para la carrera de medicina.

Creo que me voy a pirar de este edificio para no realizar una bestialidad con este gordo apestoso, lo jodido es que la rellenita del primero me hace ojitos y parece que lleva una temporada sin que nadie le dé un buen meneo. Tengo una duda existencial, aunque esta vez voy a guardar el pajarito en su jaula que dentro de poco es San Martín y nunca me ha gustado eso del sacrificio animal.

Después de seis meses de cárcel voluntario bajo el látigo de un demonio con formas de mujer creo que es el momento de visitar mi apartado de correos, que no he sabido nada de mi editor desde que Dafne inundó mi vida con todo su torrente femenino. Tras un largo paseo, por fin encuentro la estación de correos y después de una intensa búsqueda de la llave entre los papeles y la ropa de mi maleta puedo abrirlo. Un sobre pequeño con mi nombre en letras doradas es lo único que encuentro. Al abrir la carta puedo leer:

Muy estimado señor Lianiaski

Desde nuestra agencia nos alegramos al comunicarle que sus tres relatos cortos han sido aceptados por las revistas, además sus dos artículos de opinión también se publicarán de forma reciente en los suplementos dominicales de los periódicos de máxima tirada. 

También le comunicamos que las ventas de su último libro continúan estables y parece que dentro de poco podremos lanzar la segunda edición. Adjuntamos en este sobre dos cheques de 3.500 euros y 2.000 euros respectivamente, tras quedarnos nosotros con el 10% correspondiente, que suma todo lo ganado durante los últimos tres meses con sus escritos. Le animamos a que continúe con su trabajo.

Atentamente la agencia ------

¡Coño! Esta vez he ganado una mierda, tengo que apretar el culo y escribir más que yo no estudié ciencias y no tengo el sueldo de un médico. 

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