Un día más suena el despertador a las siete de la mañana y una mañana más noto el rubor de la piel al soportar una pequeña brisa de aire gélido bajo las sabanas; mi mujer abandona el lecho conyugal para dirigirse a la ducha y, posteriormente, a su trabajo.
Como cada mañana, intento levantarme para hacerle el desayuno como un buen esposo, pero mi cuerpo se niega a obedecer a la cabeza y le ordena que vuelva a su estado de vigilia.
El cálido sentir de un beso en la mejilla me devuelve a la realidad y me indica que el reloj marca las ocho y media, el momento justo, ni un minuto antes ni uno después, en el que mi mujer abandona el hogar y se marcha a realizar las tareas de asesoría académica. Es el amor de mi vida, la quiero como nunca he querido a otra mujer y me da pavor que un día decida que lo más conveniente es no volver a casa para dormir conmigo.
Hoy es miércoles, es decir, noche de cine francés. Seguro que tiene preparada alguna película recientemente filmada por un director alternativo que ofrece una visión diferente de algún tipo de conflicto emocional, vamos lo que va siendo un tostonazo sin sexo, sangre, ni violencia. Todo ello acompañado de una cena deliciosa que traerá al salir de su distinguida oficina. Una vida totalmente programada y racional, en la que no hay un resquicio para la imaginación o la sorpresa.
No me puedo quejar, me encargo de mantener limpia la casa y de cocinar cuatro veces por semana, no tengo ningún tipo de exigencias económicas ni morales; entiende la situación actual del país y me permite buscar un trabajo bien remunerado que no perjudique a su estatus social, en su casa todo tiene que ir como ella tiene previsto.
Hay días en los que este orden y racionalidad extrema me aturde y ahoga, no puedo vivir sin imaginación o magia, no puedo vivir sin ser un humano, siempre tengo que ser el autómata racional que sabe lo que tiene que decir o hacer en cada momento, pero al final siempre escucho a la voz interior que me dicta los pasos que he de seguir.
Sin embargo, este miércoles no es un día normal, este puede ser ese punto de inflexión que sirva para que Carles Lianiaski abandone su vida razonablemente correcta para seguir los instintos de su apetito y se deje llevar por la naturaleza salvaje que cada ser humano esconde en su interior. Todo por una simple joven que en un día de rutina consiguió avivar esa chispa que todo ser lleva en su interior, un fuego que empezó a arder con el combustible del sexo espontáneo de una cajera de supermercado.
Es curioso como un día cualquiera, al hacer una de las tareas monótonas y aburridas, la vida te presenta la oportunidad de cambiarlo todo. El sexo, ese tabú escondido en el fondo de los cajones de España durante cuarenta años, ha conseguido que la parte más ‘natural’ de mi ser silencie a esa voz que me muestra el camino para soportar y elegir todo el deseo que rodea mi alma.
Ahora el problema es que decidir para la continuidad de la salud de mi espíritu, la estabilidad de mi mujer con su rutina espartana o la magia momentánea que ofrece una relación juvenil y esporádica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario