sábado, 4 de julio de 2015

Relato Corto: Padre de por vida




Un hombre mayor camina en soledad por una de las calles más transitadas de la ciudad con su sombrero tradicional, su pantalón de lino y su gayado, para que cada uno de sus pasos tenga la seguridad que los años le han quitado.


A estas horas de la mañana es difícil no encontrar a nadie para que te indique el lugar al que te diriges, así que cada cierto tiempo pregunta por  la plaza de la libertad. Curiosamente todas las respuestas son diferentes y le indican una dirección inesperada.

A pesar de todas estas dificultades, este anciano consigue alcanzar la tan ansiada plaza y analiza con detalle cada uno de los rincones de este inmenso espacio abierto. Poco a poco penetra en esta amalgama de gente y busca un lugar en el que descansar: un banco de piedra situado debajo de un árbol se convierte en un auténtico salvavidas para dejar de lado los rayos de este sol de justicia.

Con dificultad saca un Smartphone de último modelo de su bolsillo e intenta llamar por él, pero ante la imposibilidad de hacer funcionar a este cacharro llama a un joven transeúnte y le pregunta:

 ¿Puede llamar a mi hijo?

Vaya pedazo de móvil llevas abuelo. Dice el joven mientras recoge el móvil.

Mi hijo me lo regaló por mi cumpleaños para que siempre estuviera en contacto con él. Pero no tengo ni idea de usarlo y se gasta la batería muy rápido.

No te preocupes abuelo ¿Cómo tienes puesto a tu hijo en el móvil? Comenta el joven mientras desbloquea el móvil

Vicente hijo puso él mismo. Dice el abuelo mientras se seca el sudor con su pañuelo de tela.

Aquí lo tiene abuelo y tenga cuidado no le dé a la pantalla y cuelgue sin querer.

Muchas gracias joven.

El joven se pone unos cascos blancos, se ajusta la gorra y sigue su camino absorto en sus pensamientos. Ni un hasta luego, ni un de nada, simplemente un giro de cabeza y poco más. El hombre coge el móvil con miedo y se lo sitúa medio palmo separado de su oreja y grita:

¡Hijo! ¡Hijo! ¿Me escuchas? 

Papá no chilles y pégate más el teléfono a la oreja.

No que seguro que le doy a algún botón de este trasto infernal y se apaga o llamo a otro. Dice el hombre mientras mira su teléfono con misterio.

Más de dos años con el móvil y todavía no lo sabes usar Papá.

Hijo este aparato del demonio es muy raro y mira que me gusta el monigote que me ha puesto tu hija de funda.

¿Qué te ha puesto Carmen?

No sé, como si fuera un conejo rosa o algo así.

Madre mía Papá ¿Cómo te dejas utilizar de esa forma?

Vicente, tú estás para educar a tus hijos yo estoy para malcriar a mis nietos. Dice el hombre en medio de un centenar de ojos que lo miran con sorna.

Está bien Papá. ¿Has llegado ya?

Pues por eso te llamaba, que estoy en un banco en la plaza que me dijiste.

En cinco minutos estoy allí. Cuelgo yo que luego te dejas el móvil encendido y le fundes la batería.

Está bien, no tardes y trae una botella de agua fría.

El hombre guarda su conejo rosa en el bolsillo, saca de nuevo su pañuelo y seca el sudor de su frente. Todo a su alrededor le es extraño, nada más que hay jóvenes bien vestidos con una retahíla de artilugios por los que hablan, ríen o miran fijamente hasta perder prácticamente el conocimiento. 

Los jóvenes de hoy en día parecen gilipollas, murmura entre dientes, todo el día con esos cacharros esclavizadores que los tienen embobados. Míralos, ahí con esas bolsas de plástico de los restaurantes de la zona, o eso dice mi hijo, porque de restaurantes tienen poco, y mira esos grandes vasos que dicen ser de café. En mis tiempos el café era de verdad, con un pequeño vaso te espabilabas y ahora se tienen que tomar tres o cuatro vasos de esos que sólo saben a polvos rancios.

Qué falta de palos tienen más de uno, mira ese con los pelos de colores o ese otro con un pantalón sin cinturón que está enseñando todos los calzoncillos. El hombre estaba tan absorto en su labor de observación y crítica que no se da cuenta que un individuo se sienta a su lado y le sitúa una botella de agua fría a su lado.

¡Papá! Dice Vicente mientras le toca el hombro.

El hombre mayor da un respingo y apunta la gayada hacia su acompañante mientras dice:

¡Hijo! No me vuelvas a pegar esos sustos que casi te abro la cabeza con pepita.

Enfunda a pepita que tenemos que hablar de cosas serias. Dice el hijo mientras abre la botella de agua y bebe un poco.

Menos mal que vas vestido como dios manda, no como estos de por aquí que parecen salidos de un circo ambulante.

Papá céntrate en lo que te digo. Comenta el Vicente mientras cierra la botella y se la ofrece.

Aceptando de buen grado el ofrecimiento de su hijo, el hombre abre la botella y hace gala de sus años bebiendo en cántara sin necesidad de tocar el envase. Con un estilo totalmente depurado y único.

Me ha llamado Juan.

Todos los años de experiencia se vienen abajo al escuchar el nombre de su otro hijo, que le provocan que se atragante y tire parte del agua encima de su vieja camisa.

¡Papá! No hagas el tonto anda, bebe como las personas que te vas a atragantar.

¿Qué te ha dicho Juan? Dice el hombre tras coger el pañuelo de su bolsillo e intentar secar sin éxito el agua de la camisa. 

Quería dinero.

¿Otra vez?

Sí. Dice Vicente mientras saca su móvil y mira los mensajes de texto.

Déjate esa mierda y atiende a tu padre de una vez. Comenta mientras levanta la gayada y la pone encima del móvil de su hijo. 

Papá ten cuidado, esto es importante.

Más que tu hermano.

Sí.

El hombre mayor se levanta y apoya todo su cuerpo en su bastón, camina unos pocos pasos en torno al banco mientras su hijo contesta a todos los mensajes que había recibido en los últimos minutos. Tras unos pocos pasos recupera su posición inicial y se quita el sombrero para secarse el sudor.

¿Ya? Dice el hombre mientras se vuelve a poner su sombrero.

Ya está todo.

¿Qué quería tu hermano?

Pues lo de siempre Papá, se ha quedado sin trabajo y sin dinero y le van a quitar la casa como no realice unos pagos. Quería que yo le prestara el dinero pero me he negado en rotundo.

¿Mucho dinero?

Bastante, Papá, bastante.

El hombre coge de nuevo su sombrero y empieza juguetear con él mientras observa detenidamente a su hijo.

Ni se te ocurra pensar en prestarle dinero. Además no tienes tanto dinero.

Podría pedir un préstamo o hipotecar de nuevo la casa.

Papá, asimila de una vez que tu hijo mayor es un puto paria que se funde toda la pasta en alcohol y en jugar a las cartas. Todo el dinero que le des se lo gastará en seguida.

Pero tiene familia hijo.

Tú mismo lo has dicho, tiene familia y es su responsabilidad. Si hubiera seguido tus consejos como hice yo ahora no estaría en esta situación. Ya sabes que siempre le ha gustado ir a su bola, pero siempre le has tenido que sacar las castañas del fuego, esta vez no Papá, esta vez tiene que apañárselas él solito.

Entonces ¿Para qué me has llamado?

Para avisarte de que no le ayudes, seguro que se planta en casa en unos días para pedirte dinero. Por favor, hazle un bien a tu hijo y niégale la ayuda por una vez en tu vida. Dice Vicente mientras se levanta, da un trago a la botella de agua e introduce su móvil en el bolsillo.

Pero Vicente….

Ni Vicente ni leches Papá. Tu hijo tiene que aprender a apañárselas por sí mismo, que ya es mayorcito para que su papi le saque las castañas del fuego. Le dice mientras le ayuda a levantarse.

Está bien. ¿Cuándo vas a venir con los niños a casa?

El fin de semana que viene te los acerco, que quieren que les cuentes no sé qué cuento de un niño huérfano y de una hada madrina mágica.

Le deberías de contar cuentos a tus hijos, que eres muy rancio hijo. Dice el padre mientras le da un abrazo.

Papá, bastante hago con mantener a mi familia. Ahora no te pierdas y vuelve a casa despacito. Toma y llévate el agua no te vaya a dar un golpe de calor.

Soy viejo pero no tonto.

No seas gruñón. Vicente le da un abrazo a su padre y se marcha a la carrera hacia un edificio de oficinas colindante.

El hombre mayor abandona la plaza en busca de la avenida principal que lo ha traído hasta aquí, con su paso lento, pero seguro, gana terreno a la tarde para llegar a casa antes de que empiece su programa favorito, entre paso y paso comenta en voz baja:

Creo tener un reloj de oro que me regalaron por mi 50 cumpleaños, voy a ver si lo vendo y le puedo echar un cable a mi hijo. Por mucho que diga Vicente, la responsabilidad de un padre con su hijo es de por vida. Mientras no se entere, aquí no ha pasado nada.

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