miércoles, 16 de septiembre de 2015

Relato Corto: Paseo por obligación


El médico me ha recomendado que tengo que andar mucho más, lo que no entiende es que cuando tienes que ir con dos muletas y pesas más de la cuenta es bastante difícil realizar esta tarea tan sencilla para algunos. Seguro que le han regalado el carné de médico en alguna tómbola o es el hijo tonto de alguien, sin embargo es mejor hacerle caso no vaya a ser que tenga razón y me ponga peor.


Aprovecho que voy a salir para poner la tabla esta rara que me regaló mi nieto por navidades. Es un aparato electrónico de esos modernos que funciona con los dedos, la verdad es que no tengo mucha idea de cómo funciona y la tengo siempre encendida por si acaso. El bueno de mi nieto me lo regaló para poder hablar con él y verlo, el pobre tuvo que emigrar a Sudamérica para ejercer su carrera.
Mi hijo viene de vez en cuando a verme, pero el pobre no puede venir todo lo que deseara porque su jefe lo tiene echando más horas que un reloj. Todo lo que nos esforzamos su padre y yo para que tuviera una buena educación para mejorar y no sufrir lo mismo que nosotros no ha servido para nada.

Echo la vista atrás y veo a mi marido en la fábrica feliz con sus amigos, con un futuro prometedor como uno de los mejores soldadores de la zona y feliz con sus hijos. Pero siempre tuvo presente que tenían que estudiar para no matarse a trabajar y vivir como los señoritos que controlaban la fábrica; por lo menos pudo jubilarse en el mismo puesto.

Ahora la gente joven no sabe lo que es trabajar más de uno o dos años en el mismo trabajo. Cada vez que voy a la plaza a comprar veo las caras de tristeza de los jóvenes, no tienen luz y parece que han perdido las ganas de vivir. Espero que no se dejen llevar por los cantos de sirena de los aduladores del diablo, tienen que tener fe en Dios y seguir con sus vidas.

Bueno, voy a dejar de pensar en estas cosas y me pongo en marcha a ver si ando un poquito hasta el parque de la esquina por lo menos. Enchufo la tabla esta rara, cojo mis muletas y me dirijo lentamente a la puerta. El sonido del timbre casi me tira de culo, que susto más grande me ha dado leñe.

—    Señora Eugenia— suena una voz al otro lado de la puerta.

—    Ya voy hija, espera un momento que me cuesta llegar.

—    No se preocupes, tómese el tiempo que necesite que no tengo mucha prisa.

Con gran destreza consigo alcanzar la puerta para abrirla, al otro lado encuentro a una mujer bajita, rechoncha, que luce una melena lacia y negra. Orgullosa de sus ancestros siempre muestra su procedencia indígena con alguna prenda de ropa o símbolo.

—    Señora Eugenia, venía para pedirle el favor de quedarse con Darwin esta tarde.
—    Hija, eso no hace falta ni que lo preguntes. Me encanta quedarme con Darwin, es un niño majísimo y se porta muy bien. Le digo mientas la invito a entrar en casa.

Me realiza un gesto con la mano indicándome que tiene prisa y me dice:

—    Me da mucho apuro, pero mi marido no sale hasta las seis de trabajar y no sé dónde dejar al pequeño mientras llega.

—    No te preocupes cariño, aquí estará muy a gusto. Nos hemos hecho amigos y le he comprado de esas galletas que tanto le gustan, así que no me lo traigas merendado. Le digo mientras cojo las llaves para salir de casa.

—    Señora Eugenia no hace falta que le compre dulces, con la fruta es suficiente para la merienda.

—    Déjalo que disfrute mujer, que ya tendrá tiempo para cuidar su alimentación y el médico le prohibirá todos los vicios.

—    Muchísimas gracias señora. Ahora si no le importa me tengo que ir.

Después de un gesto con mi mano indicándole que se podía marchar sin ningún tipo de preocupación, sale disparada escaleras abajo como si la persiguiera el diablo. Por mi parte, pongo rumbo al ascensor para bajar hasta la puerta de casa. En el portal puedo disfrutar del friegasuelos que la hija de la Loli utiliza, dice que es pura innovación de marca pero a mí me huele a la clásica botella roja de toda la vida.

Cada vez que bajo a la calle me da una penica muy grande, la casa de Paquica la panadera está cerrada a cal y canto. La última vez que vino su hijo, el de Madrid, me comentó que si le podía echar un ojo a la casa de su madre que era la única vecina de las antiguas que quedaba. Tengo la llave en casa y de vez en cuando  miro por si han entrado ratones.

Durante la última tormenta, que ahora los informativos llaman ciclogénesis o algo así, el cártel de la vieja papelería de Benicio el librero se cayó y ahí se ha quedado; nadie se ha molestado en recogerla o en apartarla de la acera, es como si todo el mundo quisiera pisar la memoria del pobre solterón.

Aurora vendió su tienda de ultramarinos, la última vez que la vi me comentó que Pedro tenía una enfermedad degenerativa y que había preferido vender la tienda para tener algo de dinero, lo último que supe de ella es que había decidido ingresar en un geriátrico para que su marido pudiera tener los cuidados necesarios.

Hassam es el nuevo dueño de la tienda, un chico muy simpático que siempre tiene una sonrisa en la cara y que trae unas especies de miedo. Lo único malo que tiene la tienda ahora es que no hay manera de convencerle para que me traiga cartoncitos de vino blanco para la comida. Al pasar frente a la tienda, con mi tedioso ritmo, se asoma a la puerta para saludarme.

—    Señora Eugenia. Dice marcando muy fuerte las erres.

—    Hassam hijo, ¿me has traído ya vino blanco para la comida? Le comento con una sonrisa.

—    Ya sabes que no vendo alcohol, tengo prohibido la venta de ese producto. Pero ya ha venido el agua, cuando me digas le subo los paquetes de botellas de agua que quiera.

—    Estaré a las cinco de la tarde o así, que la vecina me ha dejado al bueno de Darwin, así que puedes subir a partir de esa hora.

—    Perfecto, a las cinco de la tarde subiré con mi hijo y los paquetes. Aprovecharé y llevaré un Bollycao de esos que tanto le gustan a Darwin.

—    Yo le he comprado galletas, pero seguro que no te dice que no. Es más majo el chaval. Digo mientras me apoyo en la pared de la tienda.

—    Su madre tiene un tesoro. Mi pequeño tiene problemas en el colegio y le ayuda en todo lo que puede sin pedirle nada a cambio. Hablaré con su madre para ver que le puedo regalar cuando acabe el curso.

—    No le preguntes nada— Le digo mientras vuelvo a recuperar el equilibrio— yo indagaré durante estos días para ver lo que le gusta. Si le dices eso a su madre no te dejará regalarle nada.

—    Buena idea señora Eugenia. Comenta con alegría.

Hassam me da un abrazo, junto con dos besos y entra en la tienda para continuar con su rutina. Los vecinos tuvimos reticencias cuando se instalaron en el barrio, pero la verdad es que la familia es muy sana y ordenada. Suelen venir muchos compatriotas suyos a comprarle, según dicen tiene la mejor carne de la zona, y cuando ha ocurrido algún tipo de problema siempre se ha solventado sin ningún tipo de violencia.

Continúo con  mi pequeño paseo rutinario, el dolor de pies se hace casi insoportable y al bajar la vista puedo comprobar que se han hinchado hasta casi doblar su tamaño. Voy a tener que desviarme hasta el parque para descansar un rato y pedir a alguno de los vecinos que me ayude a llegar a casa a tiempo, parece que veo a Mamadou y su camisas de colorines, a ver si me echa un cable que en menos de una hora llega Darwin.

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