En un gran número de ocasiones las personas coinciden en un momento de la vida en el que las dos se atraen, no obstante los caminos que les llevan a ese feliz destino no siempre son los más adecuados: una larga temporada en soledad, un cambio de aires en busca de cosas diferentes, una separación demasiado dolorosa para ser real, un ‘necesito tiempo’…
Algo que nadie puede dudar es que el comienzo de una relación es intenso, el conocimiento de la otra persona puede llegar a ser una adicción que te persigue durante todo el día. Esto provoca que cuando uno de los dos deja de sentir esta terrible sensación el otro pueda ver con otros ojos a su nuevo amor.
Esta es la situación en la que me encontraba hace unos meses, Alma se había marchado en busca de esa estabilidad que nunca le pude dar. Todos me recomendaron que cambiara de aires, que me marchara lejos del pueblo en busca de unas calles que no invocaran tantos recuerdos. Decidí confiar en la sapiencia de aquellos que nunca me han fallado y me marché a más de doscientos kilómetros de todo lo que había sido mi vida.
No tardaron nuestros caminos en encontrarse, yo estaba necesitado de despejar mi mente de los últimos años y ella contaba con demasiadas relaciones fracasadas a sus espaldas. La simbiosis fue total entre los dos, lo que no me daba cuenta es que con el paso del tiempo la balanza de esta relación se desequilibraba cada vez más.
La ruptura era inminente para mí, pero no conseguí armar el valor para hacerlo hasta pasados más de quinces meses. Tuvo que venir Alma a la ciudad para unos trámites burocráticos, tan característicos en este país, para darme cuenta del error que había cometido, lo que no sabía era la respuesta que mi querida Marta iba a tener.
Una respuesta que hizo que me despertara en el Hopsital Provincial ¿una última copa antes de irte al pueblo? fue la última frase que recuerdo de un diez de marzo en su casa. Mis familiares me comentaron que el vecino se olvidó las llaves, vio luz y al ver que nadie respondía se asustó y entró por la ventana del primer piso.
En el suelo estábamos los dos, un lavado de estómago me salvó la vida al cogerme a tiempo. Cuando pregunté por Marta nadie me quiso responder. Sólo tuve que acercarme a su habitación para ver su cuerpo inerte enganchado a un sinfín de máquinas.
— ¿Te acuerdas de mí? Me dice una voz desde el fondo de la habitación.
Una mujer rubia con el pelo corto y la cara compungida por el dolor me miraba fijamente, sus dos manos apretaban con fuerza los muslos para paliar la rabia que sentía en su interior. Dudé un instante antes de contestar.
— No te recuerdo.
— ¿Cómo ibas a recordar a la mejor amiga de Marta? Hace un amago de saltar contra mí y vuelve a sentarse en el sillón.
Una bolsa con ropa, una almohada inflable y el estado de su pelo era más que suficiente para informarme que llevaba allí varios días sin salir.
— Lo siento. ¿Cómo está?
— ¿Tienes los cojones de venir aquí a preguntar eso después de todo lo que les has hecho pasar? Tú eras el hombre de su vida y no has sido capaz ni de darte cuenta. Lárgate de aquí.
— Yo…
— Más vale que estés bien lejos cuando sus padres vengan para desconectarla. ¿Te has quedado bien a gusto? Ya has conseguido librarte de ella, como bien querías desde hace tiempo.
— Pero…
Antes de poder expresar dos palabras se levanta y me empuja fuera de la habitación con lágrimas en los ojos, cierra la puerta de un portazo y me chilla que me vaya de allí si no quiere que llame a la seguridad del hospital. Al darme la vuelta mi familia estaba allí, me acompañaron fuera del hospital y me llevaron de vuelta al pueblo.
Seis meses después estoy sentado en la playa mirando el cielo mientras espero a Alma, desde que volví de la ciudad está más atenta que nunca. Me ha comentado que tienen una sorpresa para mí. A lo lejos parece que diviso su figura y lleva lo que parece un lápiz en una mano. ¿Qué será?
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