viernes, 26 de enero de 2018

Se paró el Reloj




La claridad de la mañana anuncia un nuevo día, los pequeños agujeritos de una persiana que no puede subir  se convierten en mi despertador particular. Más que despertador, es el aviso de que puedo levantarme de una vez. Morfeo abandonó mi vida hace unos años, sólo me queda el tic-tac del despertador de la mesilla para acompañar las largas noches de invierno.


Otrora este sonido me acunaba en esa oscuridad infantil en las que todos los monstruos imaginables querían devorarme, sólo la compañía de mi abuela conseguía despistarlos por un momento hasta la siguiente noche. El reloj era un fijo en la mesita de la abuela, junto con los pañuelos de papel bajo la almohada.

Los pasos de mi padre, amortiguados por las zapatillas, recorren el pasillo y se esfuman al entrar en la cocina. Todavía no son ni las siete de la mañana y la costumbre lo ha levantado en busca del primer café de la mañana. Cojo mi reloj de pulsera, me calzo los vaqueros viejos y una camiseta de color negro. Antes de enfundarme en los zapatos de seguridad me miro en el espejo: ojeras negras por la falta de sueño, barba de tres días que crece a rodales por toda la cara y el maldito remolino en el pelo que nunca pude peinar. 

Salgo de la habitación y sigo el olor a café hasta llegar a la cocina. Allí está mi padre, con el pelo más blanco y la vista cansada, pero continúa adoptando la misma postura de siempre. Parecería un déjà vu si no fuera porque esta situación la  he vivido todos los días durante los últimos 35 años. 

¿Ya te has levantado? Me dice mi mientras busca una taza y vierte café para ofrecérmelo.

No puedo dormir padre. Busco entre las bandejas del frigorífico la leche y agrego un poco al café.

Acuérdate que tienes que ir al paro esta mañana.

Lo sé padre, lo apunté en la puerta de la nevera. Pruebo el café y le añado un terrón de azúcar moreno.

¿Te han dicho para que te llaman? 

No

La televisión ensucia una conversación entre padre e hijo, el canal de noticias 24 horas comienza a regurgitar información: “La situación está mucho mejor que hace tres años con el otro partido político, estamos creando empleo de calidad y los ciudadanos ya tienen mucha más capacidad adquisitiva”. 

¿Cómo puedes desayunar viendo esta porquería? Le digo a mi padre antes de levantarme de la mesa y  amagar con dirigirme al salón.

Me mira atentamente y me contesta:

No puedo desayunar si no escucho las noticias o leo el periódico. Desde que cerró Paco el bar no puedo ojearlo con el café de media mañana.

Pues cómpratelo, si creo que vale un euro. Le digo desde el marco de la puerta.

Han cerrado todos los quioscos de los alrededores.

Vuelvo hasta la silla, cojo el mando de la tele y la apago.

¿Han cerrado todos los quioscos?

No te lo he dicho ya. Coge el mando y vuelve a poner las noticias.

¿Incluso el de Higinio en la esquina que da con el colegio y la plaza de abastos?

Ese fue el último en caer, estuve hablando con el bueno de Higinio y me dijo que ya no vendía casi nada. Eran muy pocos los que compraban el periódico todos los días, las chucherías se las compraban al chino de la esquina y los coleccionables no daban para pagar los gastos.

Anda que le habré comprado pocas golosinas yo al Higinio, madre mía. Termino mi café e intento recuperar el mando sin éxito.

Poco follón me dabais tú y tu hermano para que os comprara las estampas esas de los futbolistas. 

Hostias no me acordaba de eso Padre, al final nos faltó el puto Gudelj para completar el álbum y el hijo de la carnicera no nos lo quería cambiar.

Mi padre se levanta, coge su taza y la mía para enjuagarlas en el fregador. Las pone cuidadosamente en el escurridor, coge una taza limpia, enciende el fuego y comienza a hervir un poco de leche. Para mi padre no existe el microondas, dice que el sabor que deja no es normal y tiene que ser malísimo para la salud.

Sabes que se suicidó.

¿Quién? Le digo sobresaltado

Vicente, el hijo de la carnicera. Cuando cerraron las fábricas de muebles se quedó en el paro con dos hijos y una hipoteca elevada para los próximos 30 años. Estuvo meses sin encontrar trabajo y se agobió bastante.

La de veces que habré jugado con ese chaval en el patio del colegio, y la de veces que me lo habré encontrado en las fiestas del pueblo con la que es ahora, bueno fue, su mujer. Creo que se llamaba Aurora.

Antonia. Me corrige mi padre.

Eso Antonia.

Me levanto, abro la ventana de la cocina y enciendo un cigarrillo. No quiero girar la cabeza, ya que noto como los ojos de mi padre están fijos en mi nuca con un gesto de preocupación. A pesar de que no acepta que fume, y menos en casa, esconde un cenicero bajo el fregador que me facilita cada vez que quiero hacerlo.

¿Por qué no me dijiste nada? 

Estabas con la depresión después de las oposiciones, el médico nos dijo que no te diéramos malas noticias y nada de sobresaltos.

Entiendo. Le contesto mientras injiero una cantidad indecente de nicotina. 

Ese chico era un tío muy alegre en el colegio. Su madre tenía la carnicería del barrio y siempre llevaba bocadillos con embutido del bueno. Además, al ser hijo único le compraban todo lo que quería: fue el primero en tener el chándal del Atleti, también consiguió las zapatillas rojas de Morientes y tenía una Rieju trucada hasta las cejas.

¿Cómo fue? Le pregunto a mi padre después de otra calada cargada de ansiedad.

No sé si debería decírtelo. 

Dejo el cigarro en el cenicero,  me acerco a la cocina y bajo el fuego. Miro a mi padre y le digo:

Papá, de verdad, estoy bien.

Mi padre apaga la tele, se levanta y estruja el resto del cigarro para apagarlo. Coge el cenicero, lo lava detenidamente en el fregadero, lo seca y lo vuelve a guardar en su sitio.

¿Te acuerda del videoclub de Vicente, el que estaba en la esquina de la calle de la Constitución?

Sí, ahí siempre nos alquilabas una peli de dibujos los fines de semana y cuando nos poníamos enfermos nos traías dos o tres. Si mal no recuerdo también era una tienda de electrodomésticos.

Exactamente. Pues bien, cuando murió el bueno de Vicente sus hijos cerraron el negocio y alquilaron el local.

¿Para qué me cuentas eso ahora? Aparto el cazo del hornillo y apago el fuego.

Montaron un local de esos en los que juegan a las cartas, a las máquinas tragapaerras y apuestan en los partidos de fútbol.

Un local de apuestas, me lo comentaron hace poco cuando fui a comprar el pan. 

Cuando Vicente perdió el trabajo en la fábrica se apuntó al paro y estuvo buscando trabajo durante varios meses. Como no había trabajo en el pueblo, al sexto mes le bajaron doscientos euros y empezó a entrar en el local en busca de un sobresueldo.

La gente no tiene ni puta idea de dónde se mete cuando empieza a frecuentar esos sitios.

Pues eso le dijo su madre, pero no hizo caso. Me contesta mi padre mientras se levanta de la silla en pos de un vaso de agua.

¿Y qué pasó? Le facilito un vaso de los grandes, que él llena en el grifo del fregador.

Mi padre es como uno de esos obreros que aparecía en los fraggle rock, siempre está en movimiento haciendo algo. Si se para un momento comienza a ponerse nervioso, necesita el ritmo frenético de esa persona que empezó a trabajar muy joven y que no conoce otra cosa que no sea madrugar y estar ocupado. 

¿Qué va a pasar hijo? Se dirige hasta la estantería y saca una caja de cereales que sitúa en la mesa y justo al lado pone el vaso de agua. Vuelve al armario para sacar un tazón adornado con dibujos de Batman.

No lo sé padre, dímelo tú que eres el que cuenta la historia.

Llena el tazón de Batman con la leche que había calentado y lo pone perfectamente alineado con la caja de cereales y el vaso de agua.  Lo hace despacio, sus manos están demasiado cansadas y gastadas para realizar movimiento rápidos. Son demasiados años bajo las inclemencias del tiempo, el uso de herramientas que no pensaban en la salud de sus poseedores tampoco ayuda mucho.

Parece mentira que te hayamos dado estudios hijo, es que no sabes que las apuestas son el castigo que Dios ha elegido para todas aquellas personas que no quieren estudiar matemáticas. Eso está hecho para que siempre pierdas, y Vicente no fue una excepción.

Me lo puedo imaginar. Le contesto mientras recupero el cenicero de debajo del fregador y vuelvo a la ventana para fumarme un cigarro.

No me gusta que fumes tanto.

Sólo este, que tu hijo está a punto de llegar y ya sabes que no me gusta fumar delante de él. No parece que mi padre se convenza con esto, pero me ha comenzado a dar un poco de ansiedad y es la única manera de calmarla.

Como te iba diciendo, Vicente comenzó a ir a ese lugar de apuestas y cada vez se jugaba más y más dinero. Según me explicó el del estanco, que está a dos calles, incluso le invitaron un par de veces a partidas privadas de cartas.

Que mal suena eso papá, cuando te invitan a esas cosas es que estás apostando muy fuerte y quieren sacarte el dinero. Enciendo el pitillo y le doy una calada prolongada.

Eso fue lo que pasó, dilapidó demasiado dinero e incluso le quitaron la casa, así que su mujer decidió marcharse con los niños al pueblo de al lado con su familia. A pesar de que le prometió que dejaría de jugar, su mujer estaba demasiado cansada de sus mentiras. Un día, la pobre María llegó temprano de la carnicería y se lo encontró colgado en el patio interior.

Madre mía…. Apago el cigarro prácticamente entero y lavo el cenicero.

Suenan las llaves en la puerta de entrada, mi hermano acaba de terminar el turno de noche en el hospital y pasa por casa para desayunar y echarle un vistazo a mis padres. Siempre fue el que tenía las cosas más claras y no se dejó guiar por sus sueños adolescentes. Mi padre sale para darle la bienvenida y comentarle la última jugada de los políticos.

Miro mi reloj de pulsera, marca las 15:28 del jueves 18 de Julio de 2006, el último día en el que me sentí vivo de verdad. Mi hermano aparece en la cocina, me pregunta como estoy y me da la tabarra para que no fume. Hace tiempo que dejó de necesitar que lo defendiera en el patio del colegio.

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