Insomnio, una palabra que me ha perseguido durante gran parte de mi vida. Un día empecé a tener problemas para mantener un sueño constante, mi espalda no me dejaba disfrutar de uno de los pequeños placeres de la vida. Diferentes médicos me dijeron que cambiara el colchón, la postura o hiciera ejercicio, la cuestión es que el sofá se ha convertido en uno de mis mejores aliados.
La primera noche que pasé con mi mujer se sorprendió mucho, a eso de las 5 de la mañana me levanté y me fui tranquilamente al sofá. En unos minutos salió en mi busca y me preguntó que hacía viendo la tele a esas horas, con el paso del tiempo se acostumbró a mis incursiones nocturnas.
Uno de los grandes problemas es que empiezas a cogerle miedo a la cama y alargas el momento de acostarte todo lo posible. Durante los últimos meses he pasado más tiempo en el sofá dando cabezadas, o acostado con una pequeña manta, que en mi propia cama. No me puedo quejar, con esto de los nuevos tiempos incluso hay algo en el televisor diferente a la tele tienda y a sus atrayentes ofertas.
Hoy es uno de esos días en los que el sofá se adapta demasiado bien a mi espalda para dejarlo escapar, a eso se le puede sumar uno de esos programas de debate político que aturden el cerebro hasta dejarlo en estado cataléptico. Una buena copa de vino, un tertuliano diciendo estupideces y una buena manta de las suaves provocan la situación perfecta para una buena cabezada.
La mente comienza a pesar, los ojos no enfocan correctamente y la espalda está perfectamente adaptada para decir que no al bueno de Morfeo. El sueño me invade mientras un hombre con grandes patillas excreta falacias por su boca. Lo gracioso de todo es que sueño que estoy durmiendo de forma plácida en mi propia cama.
Un leve roce en mi hombro provoca que abra los ojos, a mi lado está mi mujer. No sé si es por culpa de ese embotamiento que provoca el sueño, pero la veo como en nuestra primera cita. El pelo negro y demasiado liso para su gusto, esos ojos marrones que esconden una inteligencia malgastada por culpa de sus padres y el familiar gesto de morderse el labio inferior cuando está preocupada.
— Nene ven a la cama que se acabó la tele tienda, son más de las 3 de la mañana.
— Es que estoy tan a gustito aquí, si me voy a la cama seguro que empieza a dolerme la espalda y tengo que levantarme al poco tiempo.
— Está bien, pero no tardes en venir a la cama que no puedes dormir en el sofá toda la vida. Meda un beso en la mejilla y se marcha a la habitación.
La veo caminar enfundada en su bata de andar por casa de color verde, un regalo de nuestras hijas por Navidad. Sus pasos son silenciosos y acompasados, es como si flotara en dirección al dormitorio para no molestarme y que pueda volver a conciliar el sueño.
Un ligero tintineo consigue que abra los ojos, miro el reloj que hay encima de la tele y compruebo que son más de las 8 de la mañana. Ni me he enterado de lo que ha pasado durante la noche. Hacía tiempo que no dormía tan tranquilo y relajado, incluso he dejado de soñar que dormía en mi cama.
Mi hija entra como una exhalación en casa, me mira y niega con la cabeza. No sé de dónde habrá sacado ese genio esta muchacha.
— Has vuelto a dormir en el sofá.
— Hija es que me dolía la espalda. Le digo mientras me incorporo lentamente.
— He venido a por las cosas de Mamá, ya es hora de ordenarlas y que duermas en tu habitación.
— Pero hija….
— Ni hija ni leches, Mamá murió hace más de seis meses. Tienes que superarlo por el bien de tus hijas y de tus nietas. No me hagas pasar otra vez por ese trago, necesito que me ayudes Papá.
Gira todo su cuerpo y se marcha hacia la habitación, no le gusta que la vea llorar. Voy a la cocina a preparar un café para los dos, así la dejo un rato sola. No sé cómo decirle que su madre no nos ha dejado, todas las noches me ayuda a descansar para que siga cuidando de nuestras hijas y de esas nietas que le regalaron unos años de vida.
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