jueves, 5 de julio de 2018

Me tocó el nihilista



Nihilista


Una llamada impertinente a deshoras, un camión de limpieza que pasa demasiado cerca, o un colchón con una infinidad de historias se erigen como la excusa perfecta para levantarse de la cama. No hay manera oye, todos los putos días ocurre algo para que tenga que desplazar mi cuerpo hasta la cocina y darle conversación a mi ‘Ángel de la Guarda’.


No os lo he contado, pero hace unos años me di un golpe fuerte en la cabeza al tropezar en las escaleras de casa. Al despertar empecé a ver a gente muy rara, todos iban vestidos con un traje de lino blanco y me saludaban extrañados. Posteriormente, dos psicólogos dejé por el camino, me enteré que eran Ángeles de la Guarda y que cada persona en la tierra teníamos uno.

Me costó bastante conocer los entresijos de estos ‘mejores amigos’ que nos acompañan desde nuestro nacimiento. Incluso entre ellos existían clases y tipologías, algunos de estos ángeles son mucho más trabajadores y consiguen que sus protegidos hagan grandes cosas en el mundo sensible.

Desde nuestro nacimiento se crea una simbiosis mística entre nuestra materia prima y el trabajo constante de nuestro Ángel de la Guarda; los mejores siempre estarán con los mejores. Durante estos meses he podido ver como muchas personas creen que el azar siempre le sonríe, lo que no llegan a comprender es que su Ángel de la Guarda es el que provoca todo este tipo de bendiciones.

El problema viene cuando te toca el nihilista. No había ángeles en el mundo, me tuvo que tocar Julián. Lo único que recuerda de su vida anterior es el nombre, una prerrogativa que se le permite por el simple hecho de  la agilización de personal. Con su nombre, y su número identificativo, el jefe supremo puede realizar el control anual.

Para Julián su existencia no tiene ningún tipo de sentido, no tenía una meta concreta en la ‘otra vida’ y no creía en el premio de una mejor situación existencial. Es curioso que un Ángel de la Guarda crea que no hay nada más, que lo único que le queda en la vida es proteger a su beneficiario. Según me contó en las largas tardes de café, en casa para no despertar sospechas, sólo los mejores tiene la potestad de seguir el camino junto al jefe.

— ¿Es un castigo el ser un Ángel de la Guarda?  le pregunté una tarde de invierno lluvioso.—  En principio no, debería de ser un trabajo precioso al ayudar a tu protegido a conseguir sus metas y sentir la energía del jefe al hacer las buenas obras.

— ¿Entonces qué es lo que te pasa?

— No sabría explicartelo, en la cena de Navidad de empresa escucho a mis compañeros y no los entiendo. Todos ellos muestran de forma detallada los avances de sus ‘guardados’, y con ilusión anuncian que este año serán ellos los recompensados por el jefe. Sin embargo, a mi me da igual todo esto.

—  ¿No has pensado en dejarlo? Le pregunté.

—  Me lo planteé hace unos años, pero ni siquiera hay un proceso normalizado para este proceder. Cuando pregunté al señor de RR.HH de la empresa, creo recordar que se llamaba Gabriel, me comentó que era la primera vez que un Ángel de la Guarda se quería marchar.

— Lo dejarías con las ‘patas colgando’.

—  Me derivó a Judas, un hombre muy reservado que había estudiado psicología y se había especializado en los problemas derivados de una experiencia traumática. Siempre me pregunté el motivo que llevó a este hombre para realizar este tipo de trabajo, pero nunca me lo quiso comentar.

Julián no ha vuelto a decir nada acerca de este tema. Nunca he sabido si este tipo de terapia ha continuado con el paso de los años, lo que puedo afirmar es que continúa con esa actitud. Algo que me parece perfectamente loable por su parte, el problema viene cuando esta situación me perjudica gravemente.

No sois conscientes lo jodido que es tener una vida normal cuando todo lo relacionado con el azar te será contrario. Crees que controlas tu vida, lo que no sabes es que más del 60% de las acciones y decisiones que tomas a diario están influidas por tu Ángel de la Guarda.

Un ejemplo claro, te levantas de la cama un poco dormido y te das en toda la espinilla con la esquina de la mesita de noche. Una maldita casualidad, mientras dormías le has dado sin querer con el codo y se ha movido unos centímetros. Con un Ángel de la Guarda pendiente de su trabajo esto nunca ocurriría, ya que provocaría un pequeño tropiezo sin consecuencias que te llevaría a evitar el golpe.

Pues imaginad esto a niveles decisorios mucho más importantes. Ese momento en el que recibes una oferta de trabajo mejor a la que tienes y un ‘no sé qué’ te dice que es mejor no cambiar. En unos meses te enteras por la radio que la empresa a la que te ibas a ir cerró dejando un pufo tremendo. Esos pequeños detalles, que se antojan elementales a la hora de llevar una vida decente, yo no los disfruto.

En esta situación estaba cuando llegó a casa una carta informando de una irregularidad en el pago de los impuestos. Nunca he tenido problemas con estas cosas, soy muy metódico y siempre lo hago todo con antelación para evitar cualquier tipo de inconveniente. De esta forma me acerqué a la oficina de atención al cliente con Julián a mi lado
mirando de soslayo a sus compañeros de trabajo.

Siempre he odiado este tipo de edificios, huelen al mismo fregasuelo que usaba mi madre, que provoca una humedad en el ambiente brutal. Todas las caras tienen la típica máscara de funcionario aburrido de la administración, miran fijamente al frente y esperan con ansiedad a que el ateneo marque el próximo número.

—  Buenos días. Me comenta un hombre enjuto y calvo detrás de un mostrador de metal azul desgastado.

—  Buenos días. Le contesté algo intimidado.

Esta fue la última vez que tuvimos contacto visual, dirigió su mirada hacia la pantalla del ordenador y empezó a pedirme datos. Momento que aproveché para echar un vistazo a su Ángel de la Guarda, que reía de forma disimulada y me señalaba a Julián. No hacía falta mucho más para saber que este pequeño inconveniente en el pago de mis obligaciones fiscales era cosa de la incompetencia de Julián.

Tras una serie de trámite que no alcanzaba a ver, el funcionario me indicó que lo tenía todo en regla pero había un problema en el plazo de entrega. Al parecer, los documentos físicos se había extraviado. Después de una discusión vacía e incoherente, sólo me quedó asimilar el pago aplazado de una multa.

Según me comentó el Ángel de la Guarda del funcionario, mi documento resbaló de la mesa  justo cuando el cartero lo iba a introducir en la saca de entrega. Un detalle nimio que se solucionaba con una simple acción determinada, no obstante Julián estaba lamentándose por su situación actual.

Nihilista, me tocó el Ángel nihilista, no hay manera de transmitirle esa voluntad de poder que le permita vislumbrar la fuerza de su interior que conlleva su crecimiento y desarrollo. Julián no quiere oír nada de lo que le aconsejo, está todavía en esa etapa de nihilismo negativo en la que no es consciente de la capacidad que tiene para vivir. Es un Ángel de la Guarda, tiene que vivir.

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