“Yace ahí desde siglos, y yacerá,
cebándose dormido de inmensos gusanos marinos
hasta que el fuego del Juicio Final consuma la hondura.
Entonces, para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles,
rugiendo surgirá y morirá en la superficie.”
Alfred Tennynson
Como le ocurrió al bueno del profesor Aronnax, salí en busca de un ser extraño y encontré algo inesperado. En principio debería de recordar ese momento en mi mente, una especie de fraguado memorísitco que todos tienen alguna vez en la vida; pero las aguas del Leteo inundaron esa parte de mi cabeza.
De lo poco que recuerdo es de mi querida abuela, que Dios la tenga en su Gloria, que todas las tardes me daba un empujoncito en forma de cinco duros para que pudiera “hacer amigos de verdad”. Eso de que estuviera todo el día deambulando por casa con un libro entre las manos no era de recibo.
Siempre fui un buen nieto, así que cogía ese dinero y me daba una pequeña vuelta de más de dos horas. Al llegar le decía que lo había pasado muy bien y guardaba esa moneda para un fin diferente. Cada dos semanas tenía el dinero oportuno para la adquisición de un nuevo libro, y en uno de esos días apareció ante mis ojos el nombre de Julio Verne.
Sin quererlo, el fantástico autor puso en mi mente la figura del Kraken. Ese monstruo que se esconde en las profundidades de cada uno y que extiende sus tentáculos hasta hundir los navíos. Cada noche soñaba que el Kraken envolvía mi cama, Ned Land intentaba ayudarme sin éxito y sólo quedaba huir despavorido hacia la consciencia.
Con el paso del tiempo aprendí a evitar al tan temido Kraken y mi navío marchaba con las velas desplegadas. Pero no contaba con la tozudez de este tipo de monstruos. Poco a poco sus tentáculos volvían a desplegarse en busca de esa presa que se había escapado con vida.
La primera vez que noté el susurro viscoso de esos tentáculos fue en mi estancia colegial. Con toda la inocencia del mundo realizada cada tarea que me pedían, para ello ponía todo mi esfuerzo y ese tiempo que otros no parecían disponer. Sin embargo, este esfuerzo no era del todo recomendado; siempre había algún tipo de inconveniente.
Cuando mis padres hablaban con los maestros más veteranos no dudaban en destacar mi habilidades académicas, situándome entre los valores más prometedores del colegio. Sin embargo, los chicos de la otra clase siempre sobresalían por encima de todo el centro. Curiosamente eran los retoños de profesores, médicos y demás.
Mi nave comenzaba a frenarse, el Kraken obstruía parte del cascarón de popa con sus tentáculos. La ayuda de velas recién estrenadas y esa eterna fe juvenil conseguía arrástralo contracorriente. Tras unos años de travesía, los tentáculos volvieron a hacer su aparición.
Durante la secundaria la historia se repitió una y otra vez, no importaba el trabajo o el talento de cada uno. El Kraken extendía sus tentáculos y hundía algunos barcos de forma premeditada; los más testarudos aguantábamos esos envites y continuábamos con el barco medio hundido.
El principal problema de luchar contra una bestia mitológica es que no sabes que armas debes de utilizar. Puedes leer mucho acerca de artefactos, objetos y materias que alguien utilizó un día muy lejano, pero cuando está frente a uno, te das cuenta que todas estas cosas no son nada más que cuentos.
Al llegar al puerto universitario puedes apreciar el nivel de algunas naves: tú vas en una pequeña chalupa medio hundida y acosada por el Kraken, mientras que otros van en un galeón con tres hileras de cañones y un castillo de popa forrado en oro. Pero lo más llamativo es que no encontrarás ni rastro de tentáculos en sus cascos.
Si consigues llegar a puerto puedes sentirte orgulloso, podrás limpiar el carenado y evitar al Kraken durante unos años. Estarás en una pequeña isla paradisíaca, tu barco recupera parte de su tripulación y con las energías renovadas crees que estás preparado para afrontar la travesía transoceánica; cuan equivocado estás.
Nada más salir del puerto el Kraken vuelve al ataque. En ese momento en el que tienes que efectuar el tan temido proceso de elección de ruta por medio de un concurso-oposición, sus tentáculos se extiendes por todo el casco y ascienden por los mástiles hasta la torre del vigía para hundir el barco.
Desde un pedazo de madera, sujeto con todas tus fuerzas, ves pasar una de esas naves lujosas. Con el timón en la mano su capitán saluda al Kraken y le da las gracias por despejarle el camino. Miras al fondo en busca de la cara del enemigo y te mira fijamente, primero con su ojo azul para después mostrarte el otro ojo de color rojizo.
Las barcazas del puerto no tardan en salir en tu busca. Te llevan a tierra y te ayudan a encontrar sustento en el pueblo para pagar los destrozos. No tardas en encontrar a todas esas personas que te explican la dificultad de cruzar el océano con unos medios tan precarios como los tuyos. Con el paso del tiempo aparece ese hombre que saludaba al Kraken, cubierto de oro te mira por encima del hombro y te instruye a esforzarte más la próxima vez.
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