jueves, 20 de septiembre de 2018

Devorados por la Sociedad




Durante el transcurrir del tiempo el ser humano ha sido capaz de adaptarse a multitud de accidentes geográficos, climatología adversa, e incluso ha sido capaz de conocer parte de lo que oculta Poseidón en su reino. No obstante, si para algo no está preparado es para la relación con los de su especie.


Es algo paradójico, en un principio el ser humano es sociable por naturaleza, o eso dicen los expertos. Sin embargo, cuanto más comparte su vida con los demás peor se encuentra. No es algo extraño encontrarse con una persona que tiene el Alma destrozada: sus propios congéneres han conseguido eliminarlo como ser humano.

¿Qué le puede ocurrir a una persona para que realice esto? Se escriben al día auténticos ríos de tinta con respecto a esta temática. Esta sociedad que tenemos, que alimentamos y de la que somos parte, nos está devorando. Es una auténtica bestia que ingiere a todo aquel que no está alineado tras sus mantras.

Sales a la calle y observas detenidamente los roles adoptados por las personas, si te paras sólo un segundo puedes apreciar una infinidad de situaciones. Al analizar de forma más pormenorizada las acciones te das cuenta de lo difícil que es arrancar las viejas costumbres y las tradiciones más anquilosadas.

Y quizás, una de las más enquistadas sea la del egoísmo. En la actualidad lo normal es que todo el mundo tenga un trabajo:  un parte de su sueldo es aportado para disponer de un lugar en el que pernoctar, asearse y guardar los alimentos pertinentes; mientras que el resto del sueldo se ofrenda para el culto al cuerpo y al  tan temido estatus social.

Si no formas parte de una pequeña comunidad, no tienes un carné identificativo que te haga sentir especial o llevas encima de tu cuerpo esos rasgos distintivos de tu estatus, se puede afirmar que estás fuera de la larga fila de la sociedad. En esta situación miras tras de ti y unos ojos te observan fijamente, el caníbal está cada vez más cerca.

Realmente no te das cuenta del peligro de esta situación hasta que la tienes encima. Es como el ataque de una bestia marina, estás flotando en busca del sustento diario y te hunden desde abajo. Cuando te vienes a dar cuenta estás en el fondo el mar sin la capacidad de ascender a la superficie.

No hay nada peor que un ser querido sea el que te empuje hacia la bestia de la sociedad. Nadie es consciente de su capacidad de agresión hasta que la utiliza en un momento de desenfreno emocional: una discusión nimia, el estrés causado por el mundo laboral, o una simple cucharilla sin fregar en casa. El eslabón más débil es devorado en primer lugar.

Una tarde cualquiera de un día sencillo en un año relativamente cercano, quizá fue ese egoísmo el que rompiera la única relación que duró más de una noche en mi vida. Después de un invierno bastante duro, mucho más de lo que pintaba durante los meses estivales. 

El jefe que tenía por aquellos meses decidió que era el momento de traspasar la empresas a sus herederos.  Una serie de jóvenes con estudios superiores, uno de ellos incluso estuvo en Estados Unidos los últimos años de carrera y durante su prestigioso doctorado. Todavía recuerdo cuando su padre nos enseñaba la foto de una entrevista en el periódico local henchido de orgullo. 

Todos los días hablaba y hablaba de sus hijos, siempre incidía en el salto cualitativo que daría la empresa el día que sus pequeños tuvieran tiempo para aplicar todos sus conocimientos en el negocio familiar. Y ese día llegó, justo cuando la crisis económica aparecía en todos los telediarios.

Entre los tres hermanos sumaban cinco carreras y cuatro máster, pero la solución que aplicaron la podría haber puesto en marcha hasta el más tonto de la empresa. Decidieron utilizar una de las fórmulas más viejas del mundo, si no ganamos tanto habrá que gastar menos. No les tembló el pulso para despedirnos a todos los que teníamos más de 7 años de experiencia, eso sí, todo legal y con un magnífico finiquito de 1000 eurazos.

Cuando llegué a casa mi mujer se compadeció de mí y me comentó acerca de la problemática de la empresa privada. Me animó a que empezara a estudiar para sacarme unas oposiciones, ella es funcionaria y no conoce la espada de Damocles sobre su cabeza. Antes de que tuviera tiempo de digerir el trago estaba en una academia estudiando leyes.

El dinero no fluía con la rapidez que requería nuestro nivel de vida acomodado, las fracturas empezaron a comerse mi pequeño subsidio estatal y la vida social empezó a decaer. Al principio todo eran palabras de ánimo, pero después de acabar la oposición todo comenzó a torcerse. 

Tuve un resultado muy favorable, pero la falta de experiencia en el sector me penalizó a la hora de acceder a un puesto de trabajo. Cuando decidí abordar la siguiente oposición, esta vez en un puesto con menor responsabilidad y, por ende con un salario más bajo, empecé a escuchar un runrún por los pasillos.

Para anticiparme a la situación no tardé en encontrar una gran variedad de ofertas de trabajo, pero todas ellas exigían un horario incompatible con los estudios. Además, el sueldo que ofrecían en su gran mayoría no difería en demasiados euros con respecto al subsidio que el Estado me ingresaba todos los meses. 

Cada vez que entraba a casa sentía como los vapores que anuncian la erupción del volcán estaban cada vez más presentes en el ambiente. No quería aceptarlo, pero la explosión no tardaría en llegar más pronto que tarde.

— ¿De dónde vienes? Me comentó mi queridísima mujer justo al cruzar la puerta.

— Me llamó Juan para ver el partido de esta noche. Contesté antes de dejar las llaves en el aparador de la entrada y dirigirme al baño.

— Te necesitaba esta tarde en casa, sabes que no me aclaro con el ordenador nuevo y he tardado dos horas en hacer una gilipollez. Me persiguió hasta el baño y se situó justo tras la puerta para que la escuchar bien.

— Ayer mismo te expliqué como funcionaba. Empezó a fluir por debajo de la puerta una neblina cargada de azufre, la erupción del volcán estaba a punto de ocurrir. 

No hubo contestación, la calma da más miedo que el mayor estruendo con el que la naturaleza pueda deleitarnos. Temía el momento en el que me secara las manos y tuviera que salir fuera del baño, pero alargar la agonía no soluciona los problemas. 

Fuera estaba mi mujer sentada en el ordenador con el rostro compungido por la rabia. Me acerqué para ayudarle con la tarea, giró su cabeza y a punto estuvo de lanzarme los ojos de la fuerza que tenía su mirada.

— Este ordenador es una mierda, para que te haría caso cuando me lo recomendaste. Me gritó mientras se levantaba de la silla. Ya estaba aquí el Vesubio.

— Cariño…

— Ni cariño ni hostias, para que te haría yo caso si eres un puto inútil. Este maldito cacharro sólo lo compraste por postureo, no sirve para nada.

— Espera que te ayudo. Hice ademán de sentarme a su lado pero no me lo permitió, empujó mi cuerpo y salió disparada hacia la habitación.

— No me hables, estoy cansada de tener que pagarlo yo todo, eres un puto vago que no trabaja porque no quiere. Esas fueron las últimas palabras que dijo antes de encerrarse en la habitación toda la noche.

Esta vez no estuve en la puerta pidiendo que abriera, ni siquiera dije nada, simplemente cogí mis llaves y me marché de casa. Estuve dando una vuelta por la ciudad hasta encontrar una pensión barata en la que dormir, ni siquiera me apetecía beber o llorar. Creo que simplemente estaba decepcionado con la actitud de quien supuestamente me quería.

No pude dormir en toda la noche, le daba vueltas a la cabeza para proceder de la mejor forma posible ante esta situación. A la mañana siguiente, aprovechando que estaba trabajando, llamé con número oculto a uno de esos trabajos de mierda que ofrecen por Internet y lo acepté.

Sólo cogí lo necesario y que me había pagado yo, incluso dejé el móvil que me había regalado por mi cumpleaños. Saqué del cajón mi viejo móvil de concha y con una simple mochila me marché de casa.

Ninguno de los dos hizo nada por ponerse en contacto con el otro, con el paso de los meses me enteré que vivía con uno de los supervisores de planta. Yo llevo una veintena de trabajos desde entonces, incluso estuve un tiempo como repartidor de comida a domicilio sin éxito. 

He tardado un tiempo en poder superarlo. Sigo  siendo un loser, pero por lo menos he conseguido evitar a esa bestia que llamamos sociedad. Sigo vivo, puedo comer caliente e incluso me puedo permitir alguna copa los fines de semana; no me puedo quejar.

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