Estoy tan feliz de volver mañana al teatro que me pueden los nervios. Ha pasado demasiado tiempo sin poder okupar esas escaleras con mi bicicleta y mi mochila para transportar comida a domicilio. En esta zona de la ciudad se concentran dos de los restaurantes favoritos de los niños de bien, esos que llenan mi franja de reparto de frenéticas idas y venidas.
¿Por qué es tan buena esta zona? No dejan propina, para ellos somos los fracasados que decidieron no estudiar y, a pesar de todo, esta sociedad benévola nos facilita un trabajo sencillo en el que ganar demasiado dinero. No te sonríen al entregarles el pedido o te desean buena noche al irte disparado, pero todos viven a pocas calles de estos dos restaurantes. Esta cercanía permite que se multipliquen los viajes y pueda alcanzar una cifra considerable para alcanzar un beneficio medio.
Aquí estoy, media hora antes de que abran todos estos restaurantes con mi abrigo raído y sentado sobre unos periódicos que desechan los locales cercanos. La prensa siempre cumple su función: sirve para encender un fuego, es perfecta para limpiar los cristales e incluso la puedes meter dentro del abrigo para calentarte durante estas noches tan frías.
Cojo una de esas páginas y reconozco a uno de los columnistas de opinión, uno de esos que nunca da las buenas noches y siempre pide el menú más caro. Divaga acerca del teatro y de uno de esos autores que leyó en el colegio concertado. Para mí el teatro es algo más que un entretenimiento de fin de semana, el teatro siempre fue un sacrificio familiar.
Al venir de un pequeño pueblo del extrarradio el teatro era un auténtico lujo; había que desplazarse más de cien kilómetros, pagar el precio de entradas y comprar algo para comer antes de entrar. Todo ello sin contar el cansancio de mi padre al conducir casi tres horas para poder disfrutar de este precioso acontecimiento. Teníamos marcado en el calendario el día de todos los santos, de esas pocas festividades en las que el trabajo de mi padre y el teatro establecían resonancia 1:1, el Tenorio se convirtió en mi obra favorita, y en la única que pude ver.
Podría seguir la estela de esa peonza en la que has convertido tu columna y volcar aquellos datos que has descubierto por la red. Datos fríos, simples palabras que no transmiten nada. Y es que, pequeño burgués, te falta ese vitalismo que te impregna el fracaso del día a día. No eres capaz de bajar el mentón y fijar tus ojos en todos esos viandantes que comparten tu vida; eres demasiado egocéntrico para imaginar siquiera que el chico que te entrega tu comida favorita te triplica la formación o ese joven que te sirve el café de Starbucks es premio extraordinario fin de carrera.
Siento la tardanza de mis palabras, y la brevedad de las mismas, pero el tiempo es un bien escaso para aquellos que buscamos monedas en el fondo del bolsillo. Ojalá pudiera pasar los fines de semana en pijama y disfrutar del placer de escribir con un café en la terraza soleada de mi céntrico apartamento (gran película la de “El apartamento”, lástima que no la puedas ver por Netflix). Todavía me quedan muchas entregas en mi vieja bicicleta para aspirar a ser tu vecino.
El Smartphone que compré en Lidl por ochenta euros, esto es dos semanas de trabajo, me indica que quedan pocos minutos para que empiece mi jornada laboral. Parece que te veo cruzar bajo ese famoso arco fabricado por un burgués que no quería juntarse con la plebe, mira como tú. Supongo que vendrás al teatro, hoy es el primer día de apertura después de una larga temporada de sequía, para mantener ese simulacro cultural al que llamas profesión.
Te dejo, entra el primer pedido de la noche y no puedo hacer esperar al cliente. Espero que disfrutes de esta obra creada por y para burgueses. No olvides las fotos de rigor para las redes sociales, recordar alguna cita para tu próxima columna del periódico y comentar con tus amigos la última serie de Netflix a la que has dedicado tu último fin de semana en pijama.
PD: Este escrito no se realizó con supuesta música independiente realizada por hijos de políticos y multimillonarios. Prefiero escuchar a Amauri Gutiérrez o Eliades Ochoa, porque en esta columna se escribe como se vive.
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