Cada vez que me pasa esto mi cuerpo estremece y mi cerebro vuelve a decirme que soy un gilipoyas. Los antecedentes no es que sean favorables. Sin contar las veces que me levanté en un callejón sucio y maloliente, o en el banco de un parque por la gracia de los funcionarios de nuestro queridísimo ayuntamiento. Hay miles de situaciones de las que mejor no acordarse.
Una mañana como esta, hace diez años, al abrir los ojos encontré a mi lado una mujer que no recordaba, pero que recordaría por el resto de mi vida, la madre de mi preciosa hija. Al principio fue algo violento, pues dentro del concierto que había en mi cabeza no podía vislumbrar que otro ser humano durmiera a mi lado. Al aclimatar mi vista a la penumbra de la habitación, pude verla, una mujer de no más de 30 años roncando como una pequeña buldog. Pelo corto sin llegar a los hombros, pechos otrora turgentes ahora extenuados por el abuso de manos extrañas e inexorables ante los ruegos de un corazón marchitado por la desilusión y la juventud dilapidada entre alcohol, sexo y humo.
Abandono la búsqueda de las monedas perdidas por mis pantalones y me siento en el taburete que aurora señala:
- Sorpréndeme, bueno más bien recuérdame lo gilipoyas que puedo llegar a ser. Le dije mientras me sentaba.
- Pues si no contamos los destrozos del baño de señoras. Tienes una manía muy fea de mear en los lavabos cuando te emborrachas.
Me mira inquisitoriamente, se ríe, y me dice:
- Menos mal que yo no tengo que limpiarlo sino habrías perdido tu pequeña cosita.
- ¿Pequeña cosita? Le digo con sorna.
- Deberías subir a casa un día de estos aurorita. Le guiño un ojo y me levanto del taburete para volver a buscar las monedas de mi pantalón.
- Eso no es lo que molestó al jefe, aunque la verdad es que ayudaron tus continuos desvaríos. Lo que realmente lo puso por las nubes fue lo que le hiciste a su hija.
- ¿A su hija? Le digo sorprendido no por lo que me ha dicho sino porque encontré una moneda de 50 céntimos en mis calcetines, ya tengo suficiente para sacar tabaco.
- Sí, a su hija, me dice aurora. No se te ocurrió otra cosa que levantarla y ponerte a bailar a su alrededor mientras te ibas quitando la ropa diciendo:
- Pequeña ven conmigo y deja que tu padre termine de consumirse en soledad, verás cómo puedes confiarme el edén en solo unas pocas horas de movimientos indecisos en un espacio reducido, conseguiré que desciendas al averno y no desees abandonarlo en toda la eternidad.
Pongo la moneda que acabo de encontrar junto con las demás en la palma de mi mano. Las cuento una por una y tengo 4 euros justos. Menos mal que encontré un euro al salir de casa. A pesar de no poder beber nada, de momento podré sobrevivir con tabaco y los restos de vino que tengo por casa.
- Aurorita no me dirás que la muchacha, ¿Cómo se llamaba? Carmen, María, Eva. Joder no lo recuerdo bien, ayúdame anda
Sin dejar de reír ni de limpiar los vasos me dice:
- ¿De verdad no lo recuerdas?, vaya un idiota que estas hecho Carles, la muchacha se llama loli, lolita para los amigos, aunque tú no estás entre ellos.
Que caprichoso que puede llegar a ser el porvenir, una “lolita” hizo que perdiera la cabeza Nabokov y una “lolita” ha provocado que yo la gane. Por culpa de esta pequeña Venus no beberé esta mañana y no podré abstraer mi mente de la realidad.
- Tampoco es para tanto, no es para que se ponga así el viejo. No hice nada malo sólo le dije algunas cositas. Le guiño un ojo y me dirijo hacia la máquina de tabaco.
- Además de las miradas que le dirigías al escote y las manos que le ponías encima a lolita, todo normal en tu mundo, pero en el mundo de una jovencita se llama agobio, abuso, pesado, baboso. Me faltan calificativos para describirte. Me dice Aurora con cara de asco.
- Yo también te quiero aurorita, ahora dale al botoncito que saque tabaco y desaparezca de tu vista para siempre.
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