Un cuarto pequeño acoge a una silla ennegrecida por el hollín, con restos de una sustancia otrora pegajosa y que ahora es solamente una mancha negra dentro del todo oscuro de este objeto. En el centro mismo de la habitación, esta silla ofrece la desilusión y la soledad dentro de un metro cuadrado, nada a su alrededor, solamente una bombilla sobre ella y un par de enchufes la rodean.
A veces una mesa se deja caer por allí para completar el austero mobiliario de este cuartito, ayuda en tareas tan necesarias como mantener extraños aparatos sobre su arquitectura. Todo ello se ve colmatado por una bombilla que parece no querer dar luz, esconde ese brillo todo lo que puede y débilmente realiza su trabajo. Si miramos fijamente a este pequeño haz de luz, podemos ver como intenta arrancar con pequeños destellos durante un rato hasta que consigue esa débil estabilidad.
Este cuartito se mantenía tranquilo durante la mayor parte del tiempo, pero de vez en cuando recibía la visita de unos señores un tanto malhumorados, vestían con camisas azules, pantalones y zapatos oscuros, y traían ora puestas, ora en el hombro de la camisa, unas boinas rojas, que trataban con mucho aprecio. Además con ellos solía venir un hombre con un maletín muy extraño. Solía vestir de manera diferente a sus acompañantes, una gabardina negra cubría su cuerpo enjuto, escondía su debilidad y un traje militar con una extraña cruz en su cuello.
Las visitas al cuartito se habían hecho constantes en los últimos meses, parece que hay demasiadas personas que no saben distinguir entre dos colores, eligen el que no es y claro luego hay que volver a enseñarles el camino correcto. Para eso están estos cuartitos repartidos por toda la geografía de un país, para enseñar a la gente a distinguir entre el color azul y el rojo. Siempre se ha dicho que el color azul refleja tranquilidad y sosiego, mientras que, el rojo es pasión y desenfreno.
En una de esas distinciones entre los diferentes colores aparece una joven muchacha, un tanto asustad, y llena de harapos. Entra en la habitación sola, la puerta se cierra tras de sí y la bombilla se apaga, no es mucha la luz que da, pero algo es algo. La chiquilla no tendrá más de 16 años, su cuerpo delata su juventud a pesar de que intenta arreglarse para parecer mayor.
Las lágrimas caen por sus mejillas pero sin realizar ninguna clase de puchero, ni sonido, es un llanto silencioso de resignación. Es un llanto que supera las expectativas de dolor que cualquier ser humano haya sentido alguna vez, son lágrimas de quién se cree muerto mientras sigue respirando.
Las lágrimas caen por sus mejillas pero sin realizar ninguna clase de puchero, ni sonido, es un llanto silencioso de resignación. Es un llanto que supera las expectativas de dolor que cualquier ser humano haya sentido alguna vez, son lágrimas de quién se cree muerto mientras sigue respirando.
La puerta se abre de golpe y entran tres personajes vestidos de azul con boinas rojas en sus cabezas. Miran detenidamente a la chica, mientras se quitan las boinas y las colocan en sus hombros, el más pequeño de los tres le dice:
- Siéntate en la silla anda chiquilla, que no vamos a hacerte daño.
- Yo no he hecho nada, dice la pequeña asustada.
El más fornido de los tres descarga una torta tremenda contra la cara de la chica, la hace caer de la silla por la fuerza con la que ha impulsado la mano y dice:
- Sois todas unas putas rojas, que siempre son inocentes cuando le ven las orejas al lobo.
El tercer hombre, con barba blanca, parece ser el jefe, coge a la chica para subirla a la silla y dice:
- Paco, no seas tan bestia hombre no ves que es una chiquilla, sal de aquí anda, déjanos a Manolo y a mí.
- Si mi capitán, salgo de la habitación. No puedo ver a estas zorras rojas, dice mientras sale de la habitación.
- Manolo trae esa palangana con agua, y échale agua por donde le ha pegado Paco.
- Está bien mi capitán.
- A ver niñita, ¿quieres que vuelva el grandullón?, dice el capitán mientras da una vuelta alrededor de la habitación.
- No señor, dice la chiquilla.
- Pues dinos, ¿dónde está tu hermano?
- Señor ya se lo dije antes, mi hermano se fue a la guerra como tantos otros, y desde entonces ni mi padre ni yo sabemos nada de él, dice entre llantos silenciosos.
- Tu padre está con otros compañeros, ahora no nos incumbe. Si no dices nada tendré que llamar a Paco y a sus amigos.
- Pero señor… la muchacha estalla en llantos.
- Señor, ¿qué más? Dice Manolo desde el fondo.
- Es todo lo que sé, mi hermano no ha vuelto por casa, ni siquiera lo hemos vuelto a ver. Se fue a la guerra y no ha vuelto nunca más, seguramente este muerto.
- Entonces, ¿nos estas llamando mentirosos?, dice el capitán.
- No señor, no estoy diciendo que mientan, sino que estáis equivocados, dice la muchacha con voz entrecortada.
- Está bien, por lo que veo es imposible que nos digas nada a nosotros. Buena suerte con Paco y su amigo, dice el capitán mientras se marcha con manolo detrás.
La muchacha se queda con los ojos secos de tanto llorar y espera con resignación que venga el representante de la violencia dentro de este pequeño mundo de interrogatorios ‘extraoficiales’.
Por la puerta entra Paco y un hombre con gabardina negra y un maletín. Entre los ‘camisas azules’ le llaman el ‘alemán’, al parecer viene desde el país bávaro para transmitir todos sus conocimientos en el arte de la información.
- Bueno señorita, zorra roja, dice Paco.
- Le he dicho todo lo que sabía a sus compañeros, dice la muchacha entre sollozos.
- Ahora han cambiado las reglas, tu no hablas hasta que yo te diga, ¿estamos?, dice Paco.
Mientras tanto, ‘el alemán’ situaba una mesa en uno de los laterales de la habitación y enchufaba una extraña maquina a la corriente.
- ¿Dónde está tu hermano?
- No lo sé señor, ya lo he dicho antes.
Paco descargó toda su furia y el rencor acumulado por la muerte de su padre contra la muchacha, un golpe que la tiró contra el suelo y la hizo sangrar abundantemente por la boca y la nariz.
El ‘alemán’ se levanta de la silla y le susurra al oído unas palabras a Paco, este enfadado golpea la pared y sale de la habitación.
- Pequeña españolita, yo no soy como esos bestias de falange. Te voy a enseñar cómo se hacen las cosas con delicadeza.
Puso en los dedos de sus manos un montón de fundas conectadas a cables, cuando lo tiene todo puesto dice:
- Si mal no recuerdo, leí en tu informe que eras una gran costurera ¿no?
- Si señor
- Está bien, dime: ¿Dónde está tu hermano?
- No lo sé, ya se lo he dicho a sus compañeros, dice sollozando la muchacha.
Con la negativa de su respuesta sufrió la primera de muchas descargas por su cuerpo, no contentos con destrozarles los dedos, pasaron por sus pechos y sus pies. A los 5 días de estar en el cuarto había sufrido 5 desvanecimientos debido a las descargas eléctricas. Sin embargo nada pudieron ‘sacarle’, pues nada sabía.
A pesar de eso, los chicos de la camisa azul, antes de soltarla, utilizaron un método muy apreciado por los compañeros de división, le raparon el pelo para que se viera que era una roja y simpatizante con los de esa calaña, no contentos con eso le hicieron beber aceite de ricino.
Después la soltaron en la plaza más transitada de la ciudad para que todo el mundo pudiera ver el espectáculo, una muchacha de no más de 16 años, llena de moratones, el pelo esquilado como si de una oveja se tratara. Se había hecho sus necesidades encima por el aceite de ricino, y además de eso, tenía todos los dedos destrozados, junto con los pechos.
Una estampa que no sorprendía a los transeúntes, ni uno se atrevió a ayudar a esa pobre muchacha. Todos sabían que mil ojos estaban observando quién lo hacía, para así tener una escusa para acusarlos de rojos. Una España de odios y rencores que duraría demasiado….
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ResponderEliminarEs triste el relato, pero más triste es saber que no es un simple relato, que es una historia que relata miles de historias idénticas de personas que lucharon por la democracia en este país. A día de hoy se sigue mintiendo a las nuevas generaciones en las clases de historia, en los medios. Nos imponen el olvido, y hay quien prefiere ser amnésico.
ResponderEliminarDecía la filósofa Hannah Arendt -sufrió el nazismo en Auschtwitz- que el hombre es libre para actuar en el tiempo, para cometer errores y aberraciones; Afirmaba que no se puede borrar el pasado, siempre irreversible. No nos es posible cambiar nada de lo ya acontecido. Pero llama la atención que, a pesar de haber sido torturada por ser judía, hablara del concepto de perdón en sus obras. Existe el perdón, decía, que nos permite seguir adelante y actuar nuevamente.
El perdón no es posible sin el recuerdo, sin la memoria. Todavía no se ha resarcido con un simple "perdón" a las víctimas de la dictadura.
El perdón no cambia el pasado, pero permite moldear el futuro. Arendt también hablaba de los conceptos de promesa y esperanza, que afectan al mañana. Podríamos aprender de los alemanes, ahora que tan de moda está hablar de ese país.