miércoles, 21 de septiembre de 2011

Relato Corto: "No sé si quiero a mi mujer"


Tengo 36 años y estoy casado con una bellísima mujer de 40. Llevamos juntos desde que tenía quince añitos, eso son unos 21 años siendo pareja. Al principio todo eran ventajas, una chica con 19 años para mí era un lujo. Todos mis amigos flipaban con mi situación y me envidiaban por ello. Sin embargo el tiempo pasa y nuestra relación se iba afianzando peligrosamente, entre el grupo de colegas era el casado, el que no había disfrutado de la vida. Siempre pendiente de lo que mi novia decía para no enfadarla, y seguir con nuestra idílica relación.
El tiempo pasaba y todos mis amigos empezaron a tener sus relaciones estables e inestables. Poco a poco todos empezaron a encontrar a sus parejas ‘para toda la vida’, mientras que yo la había encontrado hacía bastante tiempo. Solamente había que esperar que la vida siguiera su curso y encontráramos un trabajo estable para irnos a vivir juntos y subir al siguiente escalón.

No tardamos en conseguir esos trabajos, menos mal que no trabajábamos también juntos. Manuela trabajaba en una empresa de cosméticos, era una de las comerciales y solía estar fuera de casa bastante tiempo. Yo trabajaba para una inmobiliaria local y me encargaba de las labores del hogar durante, prácticamente, toda la semana.
A los dos años de estar juntos, con 28 años, esperaba a mi primer hijo. Manuela decía que con 32 añitos se le estaba pasando un poco el arroz y quería tener ya un hijo, como casi siempre no puse ningún impedimento y la complací con unas noches de sexo regular y aburridísimo. Una niña fue el resultado. Como manda la tradición, la primera niña tuvo el nombre de su madre y de su abuela, otra Manuela para la familia.
Tras recuperarse del parto, transcurrido un año aproximadamente, pidió que lo volviéramos a intentar, quería la parejita. Volví a aceptar la proposición de mi mujer, todavía no sé porque lo hice, pero bueno, todo iba bien entre nosotros y el dinero no era un problema. Esta vez esperaba un niño, sin embargo, el mundo trajo a otra niña. Mi mujer me dejó elegir el nombre de la niña, a mí me daba igual, pero a ella no, María fue su nombre.
Mi vida giró desde ese momento en torno a las mujeres, braguitas por todos lados, cosméticos, zapatos, bolsos; suena un tanto machista, pero era la realidad. Vivía sofocado por las hormonas que despedían las mujeres de mi casa durante ciertos períodos del mes.
Dentro de mi harén particular había un gran problema, mi mujer era un muermo en la cama. No conocía a mi pareja, se había marchado y la había sustituido una mujer aburrida y quejica.  Desde hacía tiempo mi vida sexual se resumía en un polvito de vez en cuando, todo con las posturas tradicionales. No había sexo oral y ni siquiera llegaba a un orgasmo decente, todo era bombear hasta que expulsaba todo mi jugo sobre sus nalgas. 

Sus palabras favoritas eran:
-    Haz lo que quieras pero ten cuidado con mi pelo
Solamente disfrutaba cuando llegaba del trabajo; Mis hijas estaban en diferentes academias, que me costaban un dineral y yo tenía todo el tiempo del mundo para navegar por la web y ver a toda una multitud de hembras que enseñabas sus encantos por unas monedas. Me masturbaba sin cesar delante de la pantalla de mi ordenador.
Llegué a pensar que estaba enfermo, sin embargo, deseché esa opción en seguida. Me auto convencía de que no era posible, toda la culpa la tenía mi mujer, que era incapaz de satisfacer mis deseos sexuales más oscuros. Las pajas no dieron para mucho la verdad, a los pocos meses de pelármela como un mono en celo, empezó a saberme a poco.
Compré algunos juguetes que anunciaban en las páginas de pornografía. No tenía problema a la hora de esconderlos, pues yo era el amo de casa, así que, el fondo del cajón de mis calcetines se empezó a convertir en mi rincón de orgasmos particular.
Tenía vaginas en lata, que eran la reproducción perfecta de las más deseadas porno star, además de una especie de huevos que se adaptaban a mi pene para que la masturbación fuera más cómoda. Tal era mi estado de perversión que incluso empecé a jugar con mi ano, sin embargo esa opción no llevó a buen puerto, me hacía sentir extraño.
Con el declive de mis juguetes, empecé a frecuentar a ‘señoritas de compañía’: ¡Qué criticadas que son por la sociedad y que labor tan extraordinaria que hacen por ella! Yo, que soy un hombre sin mundo que ha vivido toda su vida en el mismo barrio y en la misma ciudad, sin vacaciones ni dinero para viajar; Llegué a conocer  todos los continentes de este maldito mundo.  Disfruté con toda clase de mujeres: Mulatas, con un ritmo de vértigo y un corazón fogoso, ucranianas, que lo hacían como si estuvieran trabajando en una cadena de montaje; al fin y al cabo eran mujeres que se buscaban la vida como podían.
Para acceder a estos servicios acudí a uno de mis mejores amigos. Casualmente era el único que no había encontrado a ninguna mujer en su vida, a pesar de su éxito en el mundo de los negocios. Le expliqué mi problema y me dijo que era bastante normal. Según su opinión, un hombre no debe de estar con una mujer, de forma estable, más de 4 o 5 meses. Cuando la mujer se siente segura empieza a abandonar su fiereza natural, pasa de tigre a gatito doméstico. Nunca debes hacer sentir a una mujer que ‘las tiene todas consigo’, que es la única que hay en tu vida, si lo haces estás perdido.
Con las putas la cosa funciona igual. La primera regla es no enamorarse de ninguna, si te ven enganchado a su coñito empezarán a sacarte el dinero poco a poco. Si te gusta una, no se lo hagas saber, frecuenta a otras de forma irregular, así disfrutaras de ella constantemente como si fuera la primera vez.
Si se piensa detenidamente tiene razón, es algo machista e inhumano, pero cuando una mujer tiene que ganarse el afecto de un hombre constantemente se emplea a fondo. Sin embargo si es consciente de que lo tiene para ella sola, se acomodara y se domesticará.
Pues durante el segundo mes de ‘pilinguis’ rompí la primera regla, una muchachita asiática, de no más de 23 años me robó el corazón.   Además de sus ojos rasgados que indicaban su procedencia, su pelo era totalmente lacio y oscuro, tapaba la mayor parte de su pequeña espalda y hacía juego con el poco pelo que se dejaba en su pequeño montículo.  Sus pechos tenían el tamaño perfecto para mis manos, sin embargo, eran sus piernas, cortas y estilizadas las que me llevaban a perder la cabeza.
Durante dos o tres meses estuve viéndola de forma regular, siempre pagando la cuota por sus servicios, que no era barata. Empecé a entablar una relación extraprofesional con ella poco a poco, la veía antes de que fuera al trabajo, después de que terminara. Faltaba a mi trabajo para poder verla, estaba realmente obsesionado por la piel de mi amada. Nunca llegué a saber cómo se llamaba, tampoco era algo que me interesaba mucho, porque la tenía endiosada dentro de mi cabeza y todo lo que ella hacía era maravilloso. El despertar fue un duro golpe.
Un jueves cualquiera recibí una buena noticia, me ascendían en el trabajo a jefe de planta y recibí una jugosa prima por ello, en torno a los 3.000€. Para celebrar la buena nueva me dirigía hacia el burdel de mí pequeña diosa oriental, al preguntar por ella me dijeron que no estaba allí, que había salido a hacer la calle.
Al ver mi cara de sorpresa la ‘madame’ me dijo que ya no trabajaría más allí, la había echado porque era una ladrona y solamente tenía en mente volver a su país. Indignado ante las acusaciones a míamada, acusé a la madame de irresponsable y explotadora. La amenacé y me despedí de ese burdel echando ‘sapos y culebras’ por mi boca.
No tardé en encontrarla en una de las calles paralelas al burdel. Andaba sola con un abrigo negro con tacones a juego,  sus ojos expresaban una gran tristeza, que desapareció cuando me vio llegar. Me trató muy amablemente y me dijo que le ayudara a salir de la calle, se había quedado sin trabajo y sin dinero, no pude negarle nada, al fin y al cabo era mi niña.
La llevé a la habitación de un hotel de la zona, saqué parte del dinero de mi prima y conseguí la mejor habitación del local, todo era poco para miamada. La tenía entre mis brazos después de tantos meses, estaba abatida y desolada por haber perdido su hogar y su trabajo; Yo me erigía como su única oportunidad, era el salvador.
Pasamos la mejor noche de todas, había roto la regla de mi amigo. Conseguí que una mujer me diera todo al sentirse segura con mi persona, había disfrutado como nunca, y por primera vez en mucho tiempo me sentía satisfecho sexualmente hablando.  La tenía donde quería, a mi lado abrazada a mí:
-    Muchas gracias por haberme salvado de la calle, me daba mucho miedo tener que dormir ahí, me dijo en un castellano entrecortado.

-    Tranquila, a partir de ahora yo cuidaré de ti, le dije.

Con 36 años tenía en mis brazos a una jovencísima mujer que me deseaba con todas sus fuerzas. Realmente estaba en el paraíso, no pensaba volver a casa jamás, a partir de mañana temprano cogería mis cosas y me fugaría con ella a donde quisiera.
Desnudo, fui al minibar a por una botellita de whisky mientras que la niña de mis ojos jugueteaba con su pelo en la cama. Se levantó y mientras se ponía su tanguita me dijo:
-    Corre a la ducha mi amor, que voy bajar a por algo de comer al chino de la esquina.

Todo ilusionado por el giro que había dado mi vida saqué un billete de 50 y le dije que se comprara algo y que me trajera una botella de whisky. Me dirigí con un albornoz del hotel hacia la ducha.
Mientras que mi amor iba a la tienda me duchaba y pensaba en lo bien que me iba, había conseguido a una mujer estupenda y jovencísima, que aplacaba mi instinto sexual. Por fin había encontrado a mi media naranja, a pesar de ser mayor que ella y estar bastante estropeado por la vida, ella me quería.
Al salir de la duche la llamé, quería retozar un poquito con ella antes de ir a casa a ponerle las cosas claras a mi mujer. Iba pensando en cómo se lo iba a decir, no sabía si hacerlo de golpe o introducirla poco a poco con la mala situación sentimental que atravesábamos.
Todavía no había llegado de la tienda, a pesar del poco tiempo que íbamos a estar separados me había dejado una nota de amor encima de la cama, hasta para eso todavía era una niña. La había dejado en una cartita de olor de esas que coleccionaba cuando todavía tenía infancia. Con una ortografía bastante mala puso lo siguiente:
Querido señor:
Has sido muy bueno conmigo durante todo este tiempo, pero es usted muy viejo para mí. Además tengo que contarle que no me gusta nada, eres un hijo de puta que se dedica a follar jovencitas porque tiene más dinero que ellas. Me llevo todo su dinero y su ropa para que sienta lo que es estar a merced de los demás. Recuerdos a su mujer.
 Sorprendido y dolido  cogí el teléfono y llamé a casa:
-    Manuela, hija ponme con tu madre.

-    Papá, ¿Dónde estás?, me tienes que dar dinero que voy a comprarme una falda

-    Cariño, papá ahora mismo no puede ir a casa, dile a mamá que se ponga

-    Está bien papá pero no tardes y tráete algo para cenar.

-    Que quieres Carles, que estoy muy ocupada, dijo mi mujer.

-    Necesito que vengas a por mí.

-    ¿Qué ha pasado?

-    Es largo de contar, por favor no te retrases.

Ahora como le explico a mi mujer que me iba a ir con otra. Algo se me ocurrirá, de momento voy a ver si encuentro algo de ropa.

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