Mis padres cuchichean en la cocina, tienen esa costumbre desde que tengo uso de razón y nunca se han dado cuenta de que los escucho. Esta vez se han pasado, les tengo dicho que no se me dan bien los estudios pero que seré capaz de superar el curso, a pesar de los suspensos. Me odian, está claro que tuvieron una hija sólo por el simple hecho de pasar a la siguiente fase de su matrimonio.
Ni los Whatsapp de María comentándome que todo irá bien, que será otra de las amenazas de mi padre, me terminaban de convencer durante la noche. Esa mirada, con los dos surcos del entrecejo bien marcados y los dedos jugueteando con las puntas del bigote anunciaba que esta era la última vez.
Incluso mi madre se puso de su parte, la muy traidora ya no se acuerda de todo lo que hago por ella: tiendo la ropa cuando me lo manda, pongo las lavadoras de la ropa del curro de mi padre e incluso le he ayudado a fregar portales por cuatro duros que le dan. Esta mañana no se atrevió a decirle nada, como si nada hubiera pasado.
Cierro los ojos y me hago la dormida, creo haber escuchado la voz de mi madre pidiéndole a mi padre que la deje a ella despertarme, que es demasiado brusco y no quiere tener ningún tipo de trifulca esta mañana. Escucho los pasos de mi madre como se acercan a mi habitación, el ruido de la radio y el olor a café anuncian que acaba de entrar.
— Cariño, despierta que es hora de levantarse. Me dice entre susurros mientras me toca el hombro con cuidado.
No pienso darle el placer de sonreír después de lo que me quieren hacer, ni siquiera ha intentado esta mañana convencer a mi padre de lo contrario. Hoy habíamos quedado todo el grupo y si no salgo con ellos la muy zorra de Estíbaliz seguro que se enrolla con Luis, esa puta le tiene echado el ojo desde la fiesta de cumpleaños de Federico y por culpa de mi padre podrá ir a saco a por él.
— ¿Qué hora es? Me hago la dormida para no darle el gusto.
— Las cinco y media cariño, venga que tu padre ha ido a por el coche para recoger los dos remolques. Si no llegáis pronto os quitarán el sitio en la entrada de la feria.
Me levanto sin mirarla a la cara y me dirijo directamente al baño para lavar las dos lágrimas que corren por mi cara. No puedo creer que me estén haciendo esto a mí, a su única hija que siempre les ha dado todo su amor. Si piensan que les voy a sonreír van apañados, no pienso dirigirles ni una palabra hasta el día que me muera.
Escucho los pasos de mi madre acercándose, seguro que me quiere meter prisa porque mi padre ya está abajo amarilleando su bigote con un ducados negro. Todos los días me da la charla porque huelo a tabaco para que no fume, pero bien que él se fuma dos cajetillas diarias sin que le podamos decir algo.
— ¿Cariño te queda mucho?— Escucho a mi madre al otro lado de la puerta y no le doy tiempo a decir nada más, salgo del baño sin ni siquiera mirarla a la cara y me dirijo a mi habitación, atranco la puerta y busco algo de ropa cómoda para vestirme.
De nuevo las zapatillas de casa de mi madre por el pasillo me indican que se acerca a mi habitación, se huele desde dentro de la habitación esa colonia fresca que utiliza nada más lavarse la cara y que impregna su bata de andar por casa.
— Cariño te he dejado el desayuno en la mesa de la cocina, Papá acaba de avisar y te espera abajo—
No pienso contestarle, me da igual lo que me diga. Si piensa que voy a ayudar en la casa va lista, ahora que se apañe sola que no hace nada durante todo el día.
Escucho como se acerca a la puerta e intenta abrirla sin éxito. — Te quiero cariño— Comenta antes de alejarse. Es el momento de salir a tomar un vaso de leche con Cola Cao, cogen un par de galletas y mirar mi móvil antes de bajar a ver al asqueroso de mi padre. Ni un puto mensaje en el grupo de WhatsApp, esto es una puta mierda.
Suena el timbre de la puerta, mi padre se impacienta y no quiero tenerlo cabreado toda la mañana diciéndome gilipolleces. Cierro la puerta con todas mis fuerzas, que se jodan los vecinos si están durmiendo, si yo tengo que madrugar que lo hagan todos. Huele a rancio en el rellano, toda la vida trabajando para vivir en un maldito cuchitril y encima quieren que siga sus pasos.
Otra vez se ha subido el vecino del quinto en el ascensor y ha dejado una peste insoportable, son casi las seis de la mañana y tengo que bajar cuatro pisos por las escaleras porque un puto gordo de mierda no sabe frotarse bien.
En la puerta está mi padre con un pitilllo en la boca recién encendido y mirándome con ansiedad. Como todas las mañanas, lleva unos vaqueros raídos, una camisa de color violeta con las palabras +Dulce que tú y unos zapatos horterísimas que le compra a su amigo de la esquina.
— ¿Eso te has puesto para trabajar? Me mira mientras me indica la dirección a la puerta del coche.
No contesto, no lo miro, sólo me acerco al coche y me siento. Saco el móvil de mi bolsillo y comienzo a mirar WhatsApp en busca de una salida. Mi padre se siente a mi lado y arranca el coche.
— Esto lo hago por tu bien. Llevas dos años paseando los libros y tienes que aprender que en la vida si no estudias tienes que trabajar, da gracias a Dios que te puede ofrecer un puesto. Arranca el motor y comienza a conducir.
Tira la colilla del cigarro y comienza a jugar con las puntas de su bigote, busca un dial en la radio sin éxito y me mira varias veces con inquietud. Yo miro al frente, no quiero saber nada de él.
— ¿No vas a pronunciar ni una palabra en todo el día?, ya veo que no estás muy por la labor. No te preocupes por nada, si vas a estar en kiosco del algodón de azúcar en mitad de la feria.
Lo miro fijamente mientras conduce. Todos mis amigos van a ir esta mañana a la feria, el día de la apertura de las fiestas siempre están los viajes a mitad de precio y me van a ver allí poniendo algodón de azúcar mientras ellos disfrutan del día.
— Cariño no te enfades, cuanto antes te acostumbres a esta vida más te gustará. ¿Qué te creías? Las películas americanas están muy chulas, pero en España si naces hija de currante no tienes otra salida.
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