viernes, 16 de marzo de 2018

Febrero al Sol




El sol de febrero es una auténtica bendición, se deja ver poco, pero cuando lo hace te da ese aporte vitamínico que todo ser nacido a los pies del Mediterráneo necesita.  Como ocurre en casi todos los pueblos de este querido país, la plaza de la Iglesia suele tener el mejor sitio para absorber los rayos del astro rey.


Y ahí esteba yo, sentado en los escalones de la Iglesia tan tranquilo apreciando una bonita mañana de fin de semana. Un hombre vestido de negro se me acerca, la sonrisa siempre está presente en  su cara y la falta de pelo la suple con una generosidad inigualable en el pueblo. Este párroco se ha sabido ganar el corazón de todos los feligreses, incluso el  de aquellas ovejitas a las que no les gusta visitar el rebaño.

Muy buenos días Carles.

Señor párroco. Le contesto mientras simulo que descubro mi cabeza con un sombrero imaginario.

Qué buena mañana nos ha traído nuestro Señor, un poco de sol para que a todos los feligreses les apetezca venir a los oficios. Me contesta con una sonrisa, mientras se descubre la cabeza para saludar.

Nadie se quiere perder su sermón, están todos intrigados. Nos ha comentado Agustín, el del bar, que dijo el otro día en medio de la partida de cartas que tenía preparado una sorpresa.

Mira que le dije que no se chivara. Sonríe el Sacerdote.

Ya sabe que en un pueblo no hay secretos.

En fin, en un rato te enterarás de todo. Por cierto, acuérdate de pasar después que tenemos que mover unos muebles pesados.

A mandar. Le digo antes de despedirme.

El párroco es un hombre querido en el pueblo, siempre está dispuesto a echar un cable a quien lo necesite. Sus partidas de cartas son sonadas, entre pacharán y pacharán siempre deja caer alguna información que no debería de trascender más allá de su sotana. Todo el mundo admira su aportación en un tiempo difícil, el pueblo estaba enfrentado y él llegó con su sonrisa para volver a unirlos.

No tardan muchos los primero feligreses en llegar, la dueña de la zapatería de la esquina, por eso de la cercanía, suele ser la primera en aparecer. En palabras de su marido: “no puede perder el sitio justo al lado del púlpito, dice que es el mejor lugar para escuchar el sermón”.  El de la carnicería hace su aparición con su regimiento de hijos, la pobre mujer no atija a dar collejas y pescozones.

La gente más adinerada suele ser la que llega más tarde, los modernos los llaman VIPS, por aquí se llaman señoritos de bien y siempre tienen los primeros bancos reservados. A nuestro querido párroco no le gusta esta tradición, pero nadie se atreve a quitarles el sitio.

Si cierras los ojos el sol atraviesa tus párpados y notas ese calor que relaja todo tu cuerpo, te da una paz mental única. No hay nada como el sol de invierno, es el haz de vida que permite que todo continúe girando. De repente esa sensación agradable desaparece, alguien me está tapando el sol.

¿No me jodas que eres Carles Lianiaski?

Abro los ojos lentamente, frente a mi hay un hombre bastante alto enfundado en un abrigo largo. En un primer momento las gafas y el sombrero engañan a mi cerebro, ningún nombre o ubicación llegaba hasta mi mente. Lo que si se podía apreciar es que pertenecía a una familia acaudalada, su mujer lo esperaba en la puerta de la iglesia con un precioso sobretodo.

¿No me conoces? Soy Juan, el hijo del de la fábrica.

De repente aparecen una gran multitud de imágenes en mi cerebro cansado: un chico alto que siempre iba bien vestido, un golpe contra el poste de una potería que provoca un chichón gigantesco, los golpes del Maestro por no saber la lección de matemáticas, y un sinfín de recuerdos que estaban escondidos en el fondo de mi memoria.

Ya me acuerdo, no te había reconocido con las gafas y el sombrero.

Tengo que cuidar mi imagen Carles, ahora soy yo el que lleva los negocios familiares y he conseguido aumentar el beneficio en un 200%. Dice mientras señala con el dedo índice hacia el cielo.

Me alegro muchísimo Juan. Le contesto mientras vuelvo a descubrir mi cabeza del sombrero imaginario para saludar.

¿Qué es de tu vida? Siempre fuiste el primero de la clase y creo que mi madre me comentó algo de que te fuiste a estudiar fuera del pueblo. Me comenta mientras saca una petaca de oro del bolsillo y se enchufa un cigarro.

Me fui a la ciudad y estudié una carrera de letras gracias a una beca, ya sabes que mi padre murió cuando era niño y mi madre bastante hacía con darnos de comer a los tres hermanos. La verdad es que esos años fueron muy productivos y saqué una buena calificación final. ¿Y tú, al final te mandaron al internado en Suiza? De repente desapareciste del pueblo.

Que va tío, me mandaron con mis tíos. Mi padre decía que este pueblo sacaba lo peor de mí. Allí tampoco pude sacarme el bachiller, así que empecé en la filial que mi padre tenía allí y aprendí el negocio familiar.  Da una calada profunda al cigarrillo y gira la cabeza para mirar la calle.

¿Esperas a alguien? Le contesto mientras pongo una mano en forma de visera para poder vislumbrar el final de la calle.

Mi madre quería venir a misa. Por eso estoy aquí, no me gusta  este lugar, me trae muy malos recuerdos, así que  vengo poquísimo. Pero mamá quería que toda la familia comiera junta y que su nieto conociera el pueblo.

Al observarlo detenidamente todavía puedo apreciar la pequeña cicatriz de la barbilla, un columpio con demasiado fuerza y un niño flaco que sale despedido para acabar de bruces en el suelo. No sé si le dolió más el golpe o la tunda que le dio su padre al llegar a casa:  un hombre chapado a la antigua que siempre soñó con un hijo abogado.

Hace mucho tiempo que no la veo por el pueblo.

Desde que murió mi padre no ha salido mucho, le cuesta moverse por culpa de ese maldito ictus que sufrió hace unos años. Pero ya sabes Carles, las viejas estas son muy atascadas y no hay manera de que se estén quietas. Verás cómo llega andando por su propio pie y sin problemas, aunque por dentro esté rabiando.

Seguro que el párroco se alegra de verla, es una de las señoras que más aportan a la parroquia. Gracias a ella se pudo arreglar el trono de nuestra señora de las Angustias.

Más que su dinero, dirás con el mío. Ahora soy yo el que lleva las cuentas familiares, y no veas como gasta mi madre en la Iglesia. Pero todo se lo debemos a Dios, así que esta inversión está bien hecha. Comenta con tono irónico.

Recuerdo que nunca le gustó la clase de Religión, siempre se escaqueaba para irse a fumar detrás del edificio del conserje con el hijo del encargado de la fábrica y con el hijo de Julián, que tenía un quiosco y le sisaba cigarrillos a su padre para compartirlos entre todos.

Doña Rodríguez-Blasco siempre ha sido una mujer piadosa, que os educó en los designios de la fe. No creo que tengas queja, por lo que veo no te ha ido nada mal en la vida. Le comento mientras señalo un automóvil que se acerca a la Iglesia.

Me lo he currado Carles, llevo media vida trabajando para la empresa familiar y sin tener ningún tipo de estudios he conseguido ser el jefe. Eso de los estudios y la religión es para los viejos, los jóvenes tenemos que ser hombres de acción.

Si tú lo dices. Le contesto mientras acomodo mi cuerpo.

Antes de irme.

Dime Juan.

Creo que te has equivocado en el cartel que tienes para pedir comida, ese sobre todo debería de ir junto.  Me dice mientras señala el cartel de cartón que tengo junto a mí.

Querido Juan, el sobretodo junto lo lleva su mujer y le queda muy bien.

Un niño se acerca corriendo y le tira del abrigo, Juan se agacha le da un beso y le indica que se vaya con su madre. Una mujer mayor se acerca lentamente, la matriarca de la familia ha decidido salir de casa.

Me alegro de verla por la Iglesia señora Rodríguez-Blasco.

Siempre es un placer hablar contigo Carles, toma 10 euros para que puedas comer esta noche algo caliente y no le hagas caso al burro de mi hijo. Por mucha educación que le dimos solo sabe contar billetes.

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