viernes, 5 de abril de 2019

Abulia




La vida es una mierda, podría usar otra palabra mucho más certera o iluminadora, pero creo que este pequeño vocablo es uno de los más esclarecedores que puede utilizarse en esta situación.


Aquí estoy,  sentado en el centro del salón mientras mi gata deambula por la casa en busca de un hueco para escapar y forma parte de esa voluntad imparable que es la época reproductora de los seres vivos. No para de maullar y se restriega contra mis piernas, me comunica que es el momento de dejarla ir durante unos días.

Su constante ajetreo impide mi reposo, mi relajación, mi necesidad de cazar moscas.  Y es que eso es lo único que me permite conectar con el conocimiento puro durante estos días siniestros de mi vida ¿podríamos decir que encontré un nuevo método artístico? Es de las pocas cosas que me permiten abandonar este cruel mundo y desconectar durante unos minutos de esa bestia conocida comúnmente con el nombre de  vida.

Un vestigio de felicidad en forma de espada de plástico es mi única arma. El modus operandi es tan sencillo como práctico: sólo hay que esperar y escuchar, cuando las sientes cercas  mueves con rapidez el arma de tu infancia para cercenar otra vida más. ¿Crueldad? Podríamos llamarlo así, también podríamos decir que es parte de nuestra existencia.

¿Cuántas veces has pisado una hormiga y no fuiste consciente de ello? ¿Por qué te comes la única fuente de reproducción de una planta? Tu existencia es parte de la muerte de otros seres, te guste o no te guste. No es una invención del ser humano, es la realidad que te escupe a la cara sin molestarse en  preguntar antes.

En el mundo de los humanos esta situación se reproduce de igual manera, incluso es mucho más despiadado que en la naturaleza. Cuando conoces a otras personas te sitúas rápidamente en una escala dentro de este cruel sistema. Si estás en la zona más alta de esta escalera de caracol infinita llamada humanidad, la distancia acentuará tu miopía social y no serás consciente de la ristra de cadáveres que dejas a tu paso.

Conforme bajas por la escalera aprecias que las desgracias se acentúan mucho más, ya que tiene que superar la presión de los escalones superiores sin dejar de mirar los inferiores. De vez en cuando encuentras un pequeño descansillo, un espejismo de felicidad a los que algunos especialistas llaman zona de confort. Un lugar en el que puedes acampar durante muchos años, pero que tienes que defender si no quieres caer unos escalones más abajo.

En esta diatriba mental propia estaba cuando escucho el zumbido leve de una mosca acercarse, entorno uno de mis ojos y la observa volar con movimiento cuadrangulares. Es el momento de actuar, con un movimiento miles de veces entrenado dirijo mi espada hasta su situación y la golpeo sin piedad. Su cuerpo sin vida se estampa contra la pared y cae al suelo.

Tengo el corazón a mil por hora, el gesto ha sido tan brutal que casi me quedo sin resuello, pero ha merecido la pena. Este es de los pocos momentos en mi vida en el que me siento importante, en el que soy conscientes de la utilidad de una función musculoesquelética que se está atrofiando por momentos.

Sin resuello y con la gata maullando sin cesar escucho un sonido estridente, si mal no recuerdo es el nuevo teléfono móvil que me han regalado mis amigos. Siempre se quejan de que soy una persona huraña y que es muy difícil localizarme; parecen no entender que no quiero que lo hagan.

Por algún motivo, quizá la falta de moscas en el ambiente, decido dirigir mi pesado cuerpo hacia la habitación y coger el teléfono. Nada más abrir la puerta mi queridísima gata entra como una exhalación y salta por la ventana al patio del vecino, no recordaba que la había dejado abierta por eso de ventilar un poco.

Remuevo libros, ropa y algún que otro cuerpo extraño antes de descubrir ese aparato jode vidas y destroza concentración.

— ¿Quién osa pertubar mi descanso? Contesto con tono de enfado.

— ¿Señor Carles Lianiaski? Responde una voz de mujer.

— De momento me llamo así. Dejo la habitación abierta, por si decide volver mi gata y vuelvo al puesto de cazador.

— Le llamo de la empresa Molinos del Norte, ¿nos conoce?

— Por supuesto, sois los que envasan pescado al norte de la ciudad.

— Los mismos, le llamaba para comentarle que hemos recibido su currículo y si podría empezar el viernes a las 7 de la mañana.

— Disculpe pero yo no he mandado ningún currículo. Respondo sorprendido.

Se hace el silencio al otro lado del teléfono, sólo se escucha el sonido del papel al pasar a toda velocidad. Tras un breve suspiro la voz dulce vuelve al otro lado del auricular.

— Siento la tardanza señor Lianiaski, aquí tengo apuntado que su currículo lo envió el orientador laboral de la oficina de empleo. Si mal no recuerdo nos comentó que pertenecían a parados de largo duración con muchas ganas de trabajar.

— Señorita, me está dejando totalmente anonadado con lo que me cuenta. En ningún momento he hablado con el supuesto orientador laboral.

De nuevo vuelve el silencio, esta vez se escucha una voz de fondo diciendo que es imposible, los datos están correctos. Al final comenta que si está parado que puede incorporarse igual, total le dan la subvención de igual manera.

— Señor Lianiaski, siento la espera pero estaba comentando su situación con el director del departamento de Recursos Humanos.

— No se preocupe. Le contesto mientras miro por la ventana a mi gata, que intenta saltar al tejado del vecino para acceder a la ventana de la otra casa. Ese maldito gato ya la ha dejado embarazada otras veces, voy a tener que salir a por ella.

— Me comenta mi director que puede incorporarse sin problema, que usted está en situación de desempleo. Posiblemente haya sido su orientador el que nos facilitara sus datos, ya que se encuentra en situación de paro de larga duración.

— No me interesa su oferta,muchas gracias por todo pero estoy ocupado.

— Disculple caballero, parece que no le entiendo bien.

— Lo que decía es que no me interesa su oferta, ya que estoy ocupado en estos momentos.

— Pero….

Antes de que la muchacha tuviera opción de réplica cuelgo y apago el teléfono. Con la gata a punto de quedarse embarazada y dos moscas que estoy escuchando en el comedor, no es momento de perder el tiempo en un almacén de conserva.

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