Un día le leí al loco de Slavoj Zizek que hay ocasiones en las que la luz al final del túnel no es lo que pensamos, en realidad es un tren que se acerca a toda la velocidad contra nosotros. Esta metáfora le viene muy bien a la situación que vive una gran persona; un tren le ha pasado por encima y le ha dejado hecho añicos.
Nuestros caminos se cruzaron hace bastante tiempo, yo necesitaba un curso para promocional en el trabajo y el necesitaba salir de casa. No conocía la palabra informática y el ordenador era un mundo desconocido para sus manos hasta el comienzo de este curso.
En palabras que salieron de su propia boca: “En mi vida lo he utilizado, me he apuntado para saber escribir y ver las motos, que los hijos de puta las han puesto de pago”. La profesora no tardó en echarle el ojo y lo situó entre sus favoritos, su desparpajo la tenía cautivada. Consiguió que escribiera con cierta velocidad y le abrió un vasto mundo cuando le mostró el botón derecho del ratón.
Con el pasar de los días mostró sus dotes de manitas, lo mismo arreglaba un enchufe que ponía en funcionamiento un ventilador que habían desechado. Fue en ese momento cuando descubrimos la tristeza que se escondía en su interior. Entre cigarrillo y cigarrillo nos relató la historia de las dos depresiones que había sufrido.
La primera de ellas por culpa de un despido improcedente. Ahora me río, nos decía, pero en ese momento lo pasé muy mal. Mi mujer estaba embarazada de nuestro segundo hijo y se había pedido la baja, además mi otro hijo estaba a punto de empezar el colegio con los gastos que eso supone. Me hundí, simplemente se cerró la puerta de mi habitación y la cama se hizo demasiado alta para poder salir de allí.
¿Cómo conseguiste salir de esa situación? Comenté con la inocencia de un joven inexperto. Le costó responder, primero se tomó su tiempo para terminar lo que restaba de su taza de café, se encendió un cigarro y me miró directamente a los ojos antes de contestar.
— Nunca salí, me sacaron. Dio una calada al cigarro y comenzó a reír minetas pedía un quinto de cerveza.
La segunda de sus depresiones, ¿o era la primera que nunca se fue?, se erigió como el motivo para acceder a este curso. Un primo que necesitaba un trabajador no cualificado, cinco años forzando la espalda y una lesión degenerativa se mezcló para deflagrar en una situación insostenible.
“De esta casi no salgo, si no llega a ser por mi hija y mi mujer lo mismo no estoy aquí”. No permitió que nadie realizara ningún tipo de comentario, me miró y me dijo que no se me ocurriera ir a la empresa privada. Mi futuro debería de estar en al funcionariado.
Sin saberlo estábamos viviendo la situación que provocaría el tercer golpe, esta vez le daría de lleno y sin avisar. Justo antes de terminar el curso le salió un trabajo que parecía hecho a su medida, de nuevo Dios tira de los hilos, y que provocó que se marchara sin decir nada. Dejó una comida abundante y algún que otro llanto.
Nadie supo nada más de él, hasta que un día vi su nombre estampado en mi teléfono móvil. Es raro que utilizara este “dichoso cacharro”, siempre ha sido más de frecuentar los mismos bares. Al principio me costó reconocer su voz, incluso había momentos en los que le costaba vocalizar. Posteriormente me explicaría que era por culpa de los medicamentos para la depresión.
Me tuvo pegado al auricular más de cuarenta minutos, en todo este tiempo sólo escucharía su risa una vez. Le habían despedido a las dos semanas, le había reevaluado la minusvalía para quitársela y su hijo se había ido de casa para vivir con su nueva novia.
No me lo dijo directamente, pero se intuía que esta vez la cama se había hecho demasiado alta para él. Le di unas recomendaciones a la hora de afrontar la oposición para conserje que tenía planteado preparar, incluso le facilité esquemas y resúmenes de algunos de los temas que tenía trabajados. Después de unos días consiguió animarse y volvió a sonreír.
Conseguí alcanzar la preciada plaza de funcionario del Estado, con la única pega que me tocó hacer las maletas para marcharme bastante lejos. Antes de irme no me olvide de animarle para que consiguiera una alcanzar su objetivo, incluso su hijita le ayudaba por las tardes. No obstante hay veces que la vida nos guarda un destino diferente al que tenemos en mente.
Las oposiciones se cancelaban, no había plazas presupuestadas y todo había sido una pantomima. Un escándalo de la clase política para conseguir los votos necesarios para continuar parasitando la sociedad durante otra larga serie de años.
Una tarde de invierno un compañero de curso, del que había perdido la pista, me llama por teléfono:
— ¿Carles?
— Sí, dime. ¿Cuánto tiempo sin saber de ti? Le contesto a través del auricular.
— Te llamaba para que lo supieras. Antonio se tiró ayer de la terraza de su edificio.
Silencio.
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