miércoles, 8 de junio de 2011

Relato Corto: "Mañana Soleada"



- ¿Te he dicho alguna vez que te quiero tío?

- Sé que no te gusta hablar mucho pero tu simple presencia me gusta.

- Tranquilo, no te voy a dejar que digas nada tu estate ahí tranquilo.

- Tengo un poco de marihuana, sé que no te gusta fumar algo tan flojito pero me la han regalado y no voy a decir que no.

Busca en sus bolsillos, saca un papel de fumar arrugado y un paquete de chester blando prácticamente hecho una arruga pero que mantiene el interior intacto. Coge un cigarrillo del extremo, lo arranca abriendo el resto para obtener el tabaco que se encuentra en el centro del cilindro. Después de picar la marihuana la mezcla con el tabaco y la deposita en el papel poniendo el extremo que no ha roto en la punta del papel para que sirva como filtro. Tras liarlo bien y pegarlo lo enciende mirando a su amigo.


- Va por ti amigo, ya sabes que hace tiempo que me piqué y prácticamente se me han pasado los efectos, tengo que sustituirlo de momento por algo.

- ¿Qué dices?

- Exacto no tenemos dinero para pillar algo de jaco, pero siempre hay alguna abuela a la que podemos atracar, nunca van los suficientemente precavidas. Algunas te dan el dinero sólo por lastima, ni siquiera tenemos que forzarlas.

La figura de un yonqui en un parque siempre es algo imponente. El cuerpo está consumido por las drogas y ha perdido prácticamente toda su viveza, en la cara es donde se nota realmente su adicción. Las facciones de su rostro van abandonándolo poco a poco dando paso a la calavera que esconden los músculos y la piel. La heroína entra dentro de ti y te va arrancando el esqueleto paulatinamente hasta sacártelo fuera de tu propio cuerpo.

- No nos vamos a mover de aquí hasta que estés bien, no te veo buena cara.

- El viaje desde el poblado se nos ha hecho largo, tuve que arrastrarte prácticamente hasta aquí y no pesas poco. Creo que el jaco que nos dieron no era muy bueno pero lo que pagamos por el tampoco era gran cosa.

- Sé que no te gusta que te traiga a rastras desde el poblado, pero si nos quedamos allí nos acabarían quitando lo poco que tenemos, hay que alejarse del poblado en cuanto puedas para estar seguro y conseguir dinero y comida para vivir un día más.

Cuando tu espíritu y tu razón te han abandonado y tu cuerpo es controlado por un parásito como la heroína tu vida se resume a vivir el día a día para disfrutar del colocón todo lo posible. No se piensa en las consecuencias, ni en lo que se puede hacer en un futuro próximo, sólo quieres borrar de tu mente ese deseo irrefrenable de nuevas sensaciones. Estás ávido por vivir nuevas experiencias que sólo la heroína te puede dar. Las sensaciones son la adicción más poderosa que existe y las personas acceden a ellas por diferentes caminos, unos perjudiciales para el cuerpo y otros perjudiciales para la mente.

- Mira por ahí viene una abuelita vamos a ver si tiene algo de dinero.

Una mujer mayor se acerca lentamente hasta nuestro protagonista. El paso del tiempo ha hecho mella en ella, aunque lo intenta disimular con un maquillaje extravagante y una alhajaría barata, la cojera de uno de sus piernas no deja lugar a dudas. A pesar de todo esto sus ojos expresan orgullo y fortaleza.

- Abuela dame todo lo que tengas si no quieres que te pinche.

- Malditos drogadictos, si Franco estuviera vivo. Dice la mujer mayor con entonación desafiante.

- Si Franco estuviera vivo abuela nos lo cargábamos.

- Sin vergüenza, déjame en paz y trabaja de una vez.

- Vamos abuela dame ya el dinero y pírate de aquí, dice mientras hace bailar un pincho de cocina entre sus dedos.

- Toma todo lo que tengo, si no llegará ni a los veinte euros.

- Vaya una ruina abuela pero algo es algo, vamos dámelo y lárgate antes de que me arrepienta.

- Asqueroso de mierda, dice la abuela mientras se aleja lentamente después de perder el poco dinero que tenía.

- Te has fijado, ya tenemos algo de dinero, vamos a comer y después buscaremos a otra víctima.

- ¿Qué dices? Ah, vale, yo cargo contigo si no puedes andar. Estas demasiado débil todavía, te dije que no era demasiado bueno ese jaco.

Desde la lejanía dos niños estaban viendo la escena. Intentaron avisar a algún adulto para que ayudara a la abuela, pero ninguno quiso entrometerse por miedo a que el toxicómano le pegara alguna enfermedad. Desde la perspectiva de los niños era una imagen curiosa pues un joven famélico arrastraba con las pocas fuerzas que le quedaban un bloque de hormigón mientras le decía:

- Pesas demasiado tío, no sé cómo puedes estar tan gordo con lo poco que comemos.

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