lunes, 14 de octubre de 2013

Relato Corto: Herencia envenenada


Mi padre acaba de morir; tenía 78 años y  padecía un cáncer que lo estaba asesinando de forma silenciosa desde su interior. El pobre hombre murió a finales del mes de octubre y dejó tras de sí a un muchacho de 32 años (los gobernantes no permiten que crezcamos y nos convirtamos en adultos) que ha trabajado durante toda su vida en multitud de trabajos basura para ayudar a su padre, viudo desde los 60 años, a pagar el alquiler y los gastos de la casa.

Como casi siempre en la casa del pobre todo vienen mal, y esta vez no iba a ser una excepción, mi pobre padre murió a final de mes y no me pudo dejar ni un euro para poder mantener mi situación de precariedad y tristeza laboral: Eran ya más de 10 meses los que vivíamos con su exigua pensión, al ser de familia humilde no pudimos adquirir una vivienda en propiedad o heredar un piso en el centro.


El sepelio fue bastante triste y pobre en visitas, entre las pocas personas que se dignaron a despedir a mi difunto padre estaba nuestra amado y querido casero; un señor avaro como si estuviera sacado de una historia de Charles Dickens, siempre iba vestido de negro con sus cuatro pelos engominados y su olor a alcanfor tan característico. Este señor, omitiré el nombre por educación, me dijo: Te acompaño el sentimiento joven, sé que no tienes dinero y no me puedes pagar el alquiler, por respeto a tu padre te doy una semana antes de que venga mi primo a echarte a patadas. Sin más me soltó un abrazo y se marchó por donde había venido.

Sentado en una triste silla mientras espero que se haga la hora de que mi padre descanse, echo la vista atrás y recuerdo cuando aún era un niño y me decía: estudia que no te pase como a nosotros. Siempre fui un chico obediente y salí del colegio con gratas recomendaciones de mis profesores, el instituto fue un puro trámite y mi padre se hinchaba de orgullo cada vez que en el bar le preguntaban por mí; no había nada que le diera más satisfacción que su hijo tuviera mejores notas que el hijo del médico o el de Ingeniero.

Todo era alegría y felicidad, tras sacar una de las notas más altas de selectividad del país me decanté por estudiar a la disciplina madre de todas, la que ha traído el saber a todas las civilizaciones de la historia; la Filosofía. Nada más llegar a la facultad pude disfrutar de verdaderos genios del saber, con un gran esfuerzo obtuve el premio extraordinario de fin de carrera: Lo había conseguido, ahora sólo faltaba recoger el fruto de todo mi esfuerzo.

Nada más recibir mi título universitario inicié los trámites para presentarme a una plaza para el cuerpo de profesores de enseñanza secundaria, todo era ilusión y sacrificio por mi parte. Tal era el esfuerzo que necesitaba para memorizar y desarrollar los temas que no apreciaba lo que ocurría a mi alrededor: crisis, elecciones, cambio de gobierno, etc…

No fui conscientes de lo que ocurría en el país y me di de bruces contra la realidad, las listas estaban totalmente cerradas para gente como yo y, encima, la carrera para la que había estudiado no tendría un respaldo en forma de asignatura en secundaria. Desesperado me dirigí a la universidad, donde había dejado grandes amigos, pero cuál fue mi sorpresa cuando encontré en los despachos, otrora santuarios del saber, a  caras demasiado conocidas: Parientes de profesores de universidad y algún que otro personaje que en lugar de tener el Timeo de Platón o El ser y la nada de Sartre tenían un crucifijo y una foto de José María Escrivá de Balaguer.

Tiré la toalla, no lo pude evitar, pasaban los días, los meses y no conseguía encontrar nada relacionado con mis estudios. Mi padre se reunió conmigo en el salón y me dijo con lágrimas en los ojos que tenía que buscar trabajo de lo que fuera, que él no estaría toda la vida y el sistema en el que quería entrar estaba demasiado obstruido por la inmundicia: No sabía que le habían diagnosticado cáncer.

No fue difícil encontrar un trabajo en el que me explotaran 10 horas al día por una pequeña remuneración; todo es más fácil si estás dispuesto a bajarte los pantalones hasta los tobillos. No obstante al pasar los primeros 6 meses mi jefe me llamó y me dijo que tenía que prescindir de mí, ya que la cosa iba mal y no podía mantener tantos empleados: Al día siguiente me dirigí a lo que fuera mi trabajo a recoger una chaqueta y encontré a un jovencito en mi puesto.

Al llegar a casa triste y abatido recibí un nuevo golpe del destino, mi padre se encontraba en el suelo sin sentido. Llamé a la ambulancia, asegurando que era una urgencia y que disponía de 50 euros en metálico por si no lo cubría la seguridad social. En el hospital fueron muy claros conmigo, mi padre se moriría en los próximos meses. Gasté todos los ahorros que teníamos para darle a mi padre los medicamentos que necesitaba para no sufrir demasiado, aunque eso me costara acudir a la caridad para comer y vestirme. El único recibo que pagaba sin retraso era el de la compañía funeraria.

Todo ha terminado, mi padre descansa en paz en su tumba junto a mi madre, mi mente evoca los recuerdos de cuando era niño y me ayudaban con los deberes, las lágrimas de mi padre cuando me gradué en la universidad y cuando recibí el premio extraordinario fin de carrera. Los pocos amigos que le quedaban han venido a despedirse al cementerio, me dan un abrazo y me dicen que me ayudarán en todo lo que puedan, que siga adelante.

Lo siento papá, no pienso seguir adelante, estoy cansado de que nos engañen y nos utilicen como si fuéramos marionetas. Quiero dejar esta misiva a todos aquellos políticos y banqueros que hablan de la crisis, de la educación y del dinero sin haber vivido en sus carnes lo que es el sufrimiento. Los hago responsables a todos ellos de lo que va a ocurrir, aunque conociendo a los medios de comunicación no saldré en los periódicos. Nunca he sido católico, pero espero que no nos veamos en el cielo, ya que vuestro destino es el infierno. Adiós.

Suicidio en el puente viejo


Ayer a las 18:00 los vecinos del barrio de ___ observaron aun joven que andaba de forma pensativa de una punta a otra del puente. Creían que era un enamorado que buscaba un lugar para poner su candado con el nombre de su novia y el suyo. Este enamorado parecía ir un poco más lejos y puso una pancarta en la barandilla, que muchos de ellos no alcanzaban a ver pero que les arrancaba una sonrisa quizás por el recuerdo de las locuras que muchos de ellos realizaron en su tierna juventud.


Lo que nadie esperaba era que el muchacho se subiera en la barandilla y se tirara al vacío sin dudarlo, cuando los vecinos y los transeúntes se acercaron para intentara socorrerlo pudieron leer lo que ponía en la pancarta: Hijos de Puta. Algunos de los testigos se percataron de que había dejado una carta de despedida.

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