miércoles, 27 de mayo de 2015

Relato Corto: Arrugas y Fracaso






Apago el despertador sin ni siquiera molestarme en ver la hora que es, son demasiados años los que este viejo aparato ha dejado de tener función alguna en mi vida: dentro de mí se encuentra un despertador mucho más efectivo e implacable, la angustia.


A pesar de dormir en una pequeña cama de noventa, los años que pasé con mi mujer no se han borrado de esta maltrecha memoria y el peso de la costumbre es una carga demasiado grande  en la mente humana, todos los días giro mi cuerpo hacia dónde debería de estar el suyo y le deseo los buenos días con un beso en la mejilla.

La rutina no es tan mala como la pintan estos jóvenes acelerados y obsesionados con los cacharros brillantes, a mí siempre me han gustado los pantalones de pana, mis zapatos de piel (a los que cada vez me cuesta más encontrar un zapatero para cambiarla la suela), mis camisas con mis iniciales y mi sombrero para que no me de frío en la cabeza. Lo que no me gusta nada es este accesorio que mi nuera me ha regalado por mi cumpleaños para que no tropiece y me despeñe por las escaleras del edificio.

Desde hace cinco años mi tranquilidad se ha visto destrozada por la invasión de mi apartamento, otrora familiar, por mi hijo, mi nuera y sus dos niños. No me molesta la presencia de mis nietos, pero el carácter de mi hijo me tiene totalmente desquiciado: está todo el día sentado en el sillón gritándole a la tele e insistiendo una y otra vez en todos los establecimientos de la zona para ver si le dan trabajo, tras varias negativas siempre acaba en el ‘Bar Siena’ para tomarse uno, dos, o tres copazos para volver a casa y repetir la operación del televisor.

Poco a poco consigo vestir mi cuerpo cansado y maltrecho por más de 45 años de lucha contra las máquinas de la fábrica y la crisis, esa palabra que parece que ahora han descubierto todos los jóvenes pero que nos acompaña a los currantes desde hace mucho. Incluso cuando la prensa más rancia de este país nos decía que todo iba bien y que estas navidades serían únicas, en casa disfrutábamos de la austeridad con orgullo y satisfacción.

En otro tiempo habría puesto la radio para que me hiciera compañía, pero ahora tengo mucho cuidado para no despertar a la familia y sólo dispongo de la luz de la mesilla. Poco a poco consigo mi objetivo y salgo de la habitación después de hacer la cama, una costumbre que mi mujer me enseñó a disfrutar, para dirigirme a la cocina y conseguir un pequeño impulso de energía. Para llegar hasta la cocina tengo que pasar por el pasillo que acoge todos los dormitorios del apartamento, y en verano todos ellos están abiertos para ver si el fresco acuna los sueños de sus habitantes.

La primera de esta habitaciones esconde a mi hijo y mi nuera durmiendo en los extremos de la cama, el olor a alcohol alcanza la puerta a pesar de tenerla abierta toda la noche y de sufrir una pequeña corriente gracias a la gran ventana de la habitación de matrimonio. Se puede comprobar que anoche hubo fiesta, ya que la ropa está totalmente revuelta por toda la habitación y mi hijo está hecho un ovillo en la esquina; mi nuera es de armas tomar y cuando el alcohol está de por medio no atiende a razones, a veces debería de entender que un hombre no puede estar en casa todo el día sin trabajo y sin futuro, eso acaba por frustrarle y muchos ven en la bebida una salida fácil.

En la habitación contigua está el joven Pedro, un muchacho que lleva el nombre del primogénito de la familia y que parece que también los genes de cabezas huecas que tenemos. Totalmente obsesionado con el móvil, la consola y las chavalitas, vamos un calco de su padre a su edad y de su abuelo; las mujeres siempre nos han llevado de cabeza. Este crío no aprende, se ha dejado la tele encendida y el cenicero lleno, como se levante su madre y vea que ha vuelto a fumar le soltará una buena, voy a vaciarlo y a quitárselo de ahí.

Vicentín es el benjamín de la familia, un chico alegre y muy curioso que siempre tiene un libro entre las manos. Al asomarme a su habitación puedo comprobar el orden casi monástico que tiene este chico a pesar de no alcanzar el decenio de vida, todos su maestros siempre le dicen a mi nuera que está predestinado a algo grande; esperemos que lo dejen crecer y no acabe trabajando por necesidad.

Por fin alcanzo la cocina, no hay nada mejor después de pasar revista a la tropa que un buen café calentito para el cuerpo. A pesar de todas las críticas de mi nuera, mi insistencia ha conseguido que me dejara mi cafetera italiana para hacerme mi cafetito por las mañanas. Esas mierdas modernas que parecen botones de colores hacen un café soso y sin fuerza, que obsesión tiene la gente por cambiar las cosas cuando están bien.

El olor a café caliente recuerda a mis músculos que están vivos, busco una de las tazas que nos regalaron los tíos de mi mujer al casarnos y vuelco en ella un poco de café y sacarina, tampoco hay que pasarse que el médico me ha prohibido el azúcar, la sal, las grasas, el alcohol, vamos que me ha prohibido vivir. Comienza el ritual diario, ya no se para que sirven cada una de las pastillas pero con el desayuno va la roja y la amarilla, lo acompañaría todo con unas galletas o unas magdalenas, pero según me han comentado el aceite de palma es uno de mis peores enemigos.

Con el piar de los pájaros llegan los primeros rayos de sol, el café reposa en su taza mientras observo detenidamente como se ilumina poco a poco la ciudad. Por lo menos tenemos la suerte de contar con unas vistas al parque del barrio, que según la hora que sea del día es bueno o puede llegar a ser desagradable. En condiciones normales debería de llamar a mi hijo o a mi nieto, pero ni uno está trabajando ni el otro quiere estudiar, así que los dejaré dormir un ratito mes.

-    Abuelo. Escucho de fondo.

Me giro y encuentro a Vicentín con su pijama de los dibujos esos raros frotándose los ojos.

-    Dime figura. Le digo mientras señalo uno de los taburetes de la cocina.

-    ¿Por qué te levantas siempre tan temprano? Me comenta mientras toma asiento.

A ver cómo le explicas a un chaval con 9 años que no puedes dormir porque tienes a toda tu familia viviendo en casa y pendiente de que cobres la pensión para poder comer y comprarle sus tan ansiados libros.

-    Para hacerte el desayuno y mandarte a la cama, que te levantas siempre muy temprano.

-    Abuelo ya sabes que me gusta mucho ver Ben 10 y por culpa de Inazuma Eleven ahora lo ponen a las 7 de la mañana justas. Me dice con indignación.

-    Dile a tu hermano que te lo ponga en el trasto ese infernal que tiene en la habitación.

-    No puede abuelo, para verlo necesitas conexión a Internet y mami nos dijo que no podía ser hasta que papá tuviera un trabajo estable.

-    Yo hablaré con tu madre, a ver si podemos poner Internet con la extra que me dan para verano. Le digo mientras preparo un Cola Cao.

-    No te enteras abuelo, para tener Internet en casa tienes que pagar todos los meses una cantidad de dinero y mami dice que no quiero contratos por si pasa algo.

-    Tu madre siempre tan precavida, anda coge el desayuno y corre a ver los dibujos que se te van a pasar.

-    Gracias abuelo, se me había pasado la hora y casi no veo el inicio del capítulo. Dice mientras sale como un rayo hacia el salón.

Un chico curioso mi nieto, un chaval que se ha peleado con su maestra por mandarle libros de ‘El Barco de Vapor’ acusándole de querer idiotizar su mente con semejantes sandeces (palabra que utilizó el propio chico) y que está obsesionado por una serie de dibujos en la que un niño se convierte en bichos de colores; por muy listo que sea, al fin y al cabo sigue siendo un niño.

Los ronquidos de mi hijo han cesado, creo que es hora de terminar el café y dejar al crío a su cargo. Me gusta tomar el fresco de la mañana y los primero rayos de sol, que son los únicos que no penetran mi piel hasta quemar mis órganos.

-    Buenos días viejo. Dice una voz ronca desde la lejanía.

-    Buenos días hijo, acuérdate de bajar la tapa cuando termines. Me  río con el modo silencioso puesto.

-    Tú siempre tan gracioso. Se escucha de fondo.

Mi hijo entra en la cocina, me quita el sombrero y me besa mi preciosa calva bien hidratada.

-    Que costumbre la tuya, parece que estás enamorado de mi cabeza.

-    Es puro vicio padre, esa calva está demasiado suave para ser real.

-    Eso es por la loción que me compra tu mujer.

-    Hablando de mi mujer, ¿Has quitado el cenicero del crío?

-    Sí. Le digo mientras termino el café

-    Le voy a dar de hostias, a ver si así se le quita la costumbre de fumar. Anoche cuando me levanté a mear lo escuche jugando a la maquinita y fumando como un puto condenado a muerte.

-    Hijo, cuanto más le prohíbas más lo hará.

-    Tiene que aprender quien manda aquí. Me dice con el puño en alto.

-    Relájate y coge una taza para el café anda, que no es bueno levantarse con mala hostia.

-    ¿Me has guardado del tuyo? Estoy hasta los cojones de las cápsulas esas de mierda que Montse compra en el supermercado, es pura basura enlatada.

-    Ahí queda un poco, pero recuerda coger una de la basura y dejarla encima de la mesa para que parezca que has tomado.

-    No te preocupes. Hoy voy a salir fuera de la ciudad, a ver si en el polígono necesitan gente. Dice mientras apura la cafetera y vuelca la leche condensada.

-    ¿Quieres que te acompañe? Le digo mientas me pongo en pie.

-    No hace falta viejo, ya soy mayorcito para conseguir mi propio trabajo y mantener a mi familia.

De nuevo el león herido muestras sus garras para resaltar ante todo el mundo que él solito es capaz de mantener a su familia y puede sacar adelante a todos sus miembros. Como buen padre no quiero herir su orgullo, pero la realidad es que sin mi casa y mi pensión hace tiempo que esta familia estaría durmiendo en la calle.

-    No lo pongo en duda hijo, pero ya sabes que me aburro mucho por aquí y siempre me trae buenos recuerdos entrar en una fábrica.

-    Tu quédate mejor viejo, que voy a ir a todo pistón por las fábricas y tu ya no puedes andar deprisa. Dice mientras se bebe de un trago el café ardiendo.

-    Muy bien hijo, ahora si me permite me bajo al parque a tomar un poco el fresco mañanero. Digo mientras pongo rumbo a la puerta de la calle.

-    Ten cuidado por ahí viejo, que a estas horas todavía queda algún bala perdida.

Vuelvo a tener el problema de todos los días, el ascensor está de nuevo estropeado y la comunidad de vecinos ha mandado una circular informando de que no se atisba un arreglo hasta que varios de los inquilinos se pongan al corriente de pago. Cuando no hay dinero lo primero que se deja de pagar es la comunidad y en esta ocasión tiene pinta de que el ascensor estará muchos días averiados.

Sin resuello y con temblor en las piernas consigo alcanzar el portal del edificio, tres pisos parecen una eternidad cuando tus rodillas tienen vida propia y no responden a las órdenes que les da tu cabeza. En el rellano me cruzo con Ginés, un hombre soltero que vive con su madre toda la vida y que trabaja en el ayuntamiento.

-    Buenos días señor Pedro. Me dice mientras sale acelerado del piso.

-    Buenos días le alcanzo a decir antes de que su brillante camisa blanca salga del edificio.

Por fin puedo respirar el aire limpio de la mañana, con las pocas fuerzas que me quedan me dirijo a mi banco del parque, ese que está puesto en la orientación adecuada para poder apreciar los primeros rayos de sol. Nada más sentarme pude ver como Aurelio venía también a disfrutar de este momento.

-    Buenos días Pedro. Me dijo mientras se sentaba.

-    Buenos días Aurelio, ¿Cómo te encuentras esta mañana?

-    Estoy preocupado Pedro. Me dice mientras aprieta fuerte su gayada.

-    ¿Qué ha pasado?

-    Mi yerno se fue ayer a buscar trabajo y todavía no ha venido, tengo a mi hija de los nervios en casa llamando a todos sus amigos.

-    ¿Le habrá pasado algo?

-    Ese se ha quedado durmiendo en el coche después de la borrachera de anoche. No es la primera vez que nos lo hace.

-    ¡Madre mía Aurelio! esta crisis nos está matando.

-    Y que lo digas Pedro, no sé lo que pasará el día que faltemos.

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