jueves, 7 de junio de 2018

Cursos del SEF





Las ocho y media de la mañana, o eso pone en el reloj de la rotonda tantas veces castigado por los conductores imprudentes. No parece mayo, el tiempo insiste en cumplir ese refrán que dice que hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo, y la visión de los transeúntes es harto curiosa: unos visten botas altas, mientras otras no han podido esperar para ponerse las chanclas.


Otro día más de uno de esos cursos que la orientadora laboral me ha recomendado para, según sus palabras exactas, reciclarme. Creo que es la quinta vez que hago este tipo de iniciativas sin ningún tipo de finalidad, simplemente no me interesa nada lo que intentan contarme para que emprenda o conozca otros idiomas.

Por lo menos han conseguido que madrugue, no me acordaba de lo que era sentir el olor de la mañana.  Incluso los patos duermen, la fuente se ha erigido como su hotel preferido para disfrutar de las noches en esta época del año.

Es la hora del colegio, abuelos que esperan que el tiempo se congele llevan de la mano a niños con prisa por vivir. ¿Dónde están los padres? Pocos tienen el privilegio de disfrutar de la vida de sus hijos.

Notas en el ambiente ese halo de felicidad que irradian los dos extremos de la vida, no paras de escuchar a los niños gritar al abuelo por un nuevo descubrimiento o por la ansiedad que le produce que su mejor amigo conozca a su compañero de clase. Es bonito y a la vez aterrador, te ves en medio de este guirigay escolar y sientes que nunca vivirás este tipo de sensaciones: los niños son un lujo y la pensión se antoja una utopía irrealizable.

El centro de formación se erige al fondo de la calle, sus colores cálidos tan socorridos para este tipo de instituciones destacan por encima de árboles y cafeterías que viven del subsidio de los estudiantes. Poco a poco atisbas a esos compañeros que fuman sin piedad en la puerta del local; las viejas costumbres pueden con ellos y a las nueve de la mañana llevan demasiadas horas despierto para estar tranquilos.

Vidas e historias se esconden detrás de cada una de estas personas. El primero de ellos, siempre sonriente, es un hombre con más de 30 años de experiencia en el sector del metal. Entre cigarro y cigarro narra sus días en los que el ritmo frenético del trabajo ni siquiera le permitía ‘enchufarse un Winston’.  Un pasado que le acompaña todos los días en forma de dos hernias discales; cada seis meses tiene la obligación de infiltrarse si quiere seguir andando sin dolor.

Frente a él se sitúa su compañero de fatigas, un hombre orondo que se ha dejado su larga caballera de roquero en la caseta de vigilancia de un parking. Calvo y triste cuenta el día en el que su jefe sustituyó a toda la plantilla por una serie de cámaras y un máquina expendedora de tickets. Cincuenta y cinco años, casado en segundas nupcias y una hipoteca que, de momento, se puede pagar gracias a las ayudas estatales.

Siempre junto a ellos, sentado en las escaleras de entrada, un hombre a las puertas de la jubilación luce un polo de Tommy. Su historia es muy parecida a la de los demás compañeros, toda una vida dedicada a una empresa para salir eyectado en cuanto los hijos de su amado jefe cogieron el testigo, según sus propias palabras: “Eran ellos o yo”.

Me saludan al unísono los tres, entre cigarro y cigarro hablan de la moción de censura y de lo mal que va el país. Cada uno de ellos pertenecían a un partido político, alguno de ellos incluso era militante activo.  Pero el día en el que dejaron de ir a los bares de forma asidua, la adquisición de un coche se tornó en una meta imposible y dejaron de tener vacaciones de verano, la militancia dejó de existir.

Es curioso cómo el ser humano es capaz de odiar a aquellas personas que creían ídolos simplemente porque han descubierto que esa idealización despareció con el primer desencanto. La política es como el primer amor, no tardas en descubrir que todo lo que tenías en mente es una ilusión utópica, pero nunca puedes dejar de engancharte a él en cuanto ves un pequeño atisbo de ese sueño.

No tardan en llegar las dos refugiadas venezolanas, cuando me contaron que estaban con el estatus de refugiadas me dejaron anonadado, siempre  juntas y acordándose de lo bonito que era su país antes de la llegada del demonio con boina roja. Se unió a ellas, desde el primer día de este curso, una chica colombiana que huyendo de la guerra eternalizada en su país encontró el amor en un obrero de la construcción patriota con demasiadas decepciones amorosas.

El nervio, la alegría, la vida de este grupo tan disperso lo pone una chica con treinta años recién cumplidos. Tanta prisa tuvo por vivir que descarriló en varias ocasiones, escondida en sus gafas de alta graduación no tiene reparos en contar sus desengaños amorosos, o aquellas situaciones que harían enrojecer al más pudoroso de los mortales.

Trae las nuevas acerca de la situación de su hija, un accidente deseado que necesita plaza en el colegio de su pueblo. Después de dos años de guardería pagada le han comunicado que no tiene plaza, tendrá que salir desplazada al otro centro de la localidad. Una opción que no tenía ni siquiera planteada, ya que la reputación del colegio al que la han asignado no es adecuado para la educación de su hija.

Cuando se dispone a contar la reunión con la directora, irrumpe al final de la plazoleta el resto de compañeras hablando de la situación política. Cuatro mujeres que suelen quedar antes de clase para tomar un café y arreglar los asuntos nacionales.

Entre ellas destaca una mujer de más de cincuenta años que perdió el trabajo después de cerrar las dos empresas en las que trabajó. Un físico envidiable, a pesar de los tres partos que luce orgullosa en el fondo de pantalla de su móvil. Infravalorada por ella misma desde el primer día, sin ser consciente de que es la alumna más brillante que se asienta en esta clase.

El platicar es interrumpido por la llegada de un pequeño utilitario de ciudad, con unas pocas maniobras se esconde en una plaza de aparcamiento especialmente indicada para el profesorado. Una mujer madura, profesora frustrada según hemos podido comprobar, sale del coche y saluda con una mano llena de pulseras pandora.

Toda una diva, tenemos una porra entre los asistentes para ver el día en el que repetirá modelito. Como buen conocedor de la psique humana, mi apuesta es que terminaremos el curso sin ver a nuestra queridísima profesora con la misma ropa que en un día anterior. Si hablamos de los zapatos tendríamos que tener un espacio aparte para poder exponer la riqueza de armario de este tipo de complemento.

Con un pequeño gesto nos invita a que la acompañemos hasta el aula: equipos encendidos, aire acondicionado conectado y cada uno sentado en su sitio. Ya sólo queda comenzar la clase de hoy.

— Continuamos con nuestro curso de Emprendimiento— Enciende su Apple y proyecta una serie de transparencias. — Recordad chicos, estamos en una época en la que tenéis que ser vosotros los que creéis vuestro propio trabajo. No podéis esperar a que el trabajo crezca en los árboles — Comenta antes de que su Apple Watch le de un aviso.

Empezamos con el lavado de cerebro, desde mi posición al final de la clase puedo apreciar como en todos los ordenadores comienzan a aparecer las principales ETTs del país. Mientras, nuestra querida ‘Señorita’ sigue con sus rollos de motivación, coaching y demás estupideces. No queremos calentarnos la cabeza, sólo sabemos trabajar.

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