lunes, 17 de septiembre de 2018

El Verano es para los Ricos




Hay momentos en el transcurrir de la vida en los que un olor, un sonido o una imagen recuperan un recuerdo perdido. Parece como si nuestra alma tuviera acceso a unas gotas del Mnemósine. Ocurre de forma muy frecuente, sólo hay que estar despierto y dar la bienvenida a estos vestigios de vida.

El golpe de calor de Julio fue el culpable de traer de vuelta a mi queridísima abuela. Recuerdo que ocurrió durante uno de esos veranos de la década de los ochenta en los que el calor más apretaba. Todavía no conocía el pudor y disfrutaba del, entonces, patio gigante de la casa familiar. 


Un grito llamó mi atención, al llegar a la cocina mi abuela estaba lanzando exabruptos contra el frigorífico. Desde una esquina la observaba levantar el puño y golpear ese aparato del demonio, según sus propias palabras. Y fue en ese momento cuando escuché la frase que llegó a mi memoria: “El verano es para los ricos”.

Diluyéndose estos recuerdos en mi mente, sentado en el comedor de casa escuchaba de fondo el televisor, una mierda de programación desde que llegaron los italianos a España. Mi vecino continúa con la estúpida música esa que está de moda, parece como si estuvieran cantando con la boca llena de pan.

Menos mal que la vecina del primero ha decidido convertir el balcón de su casa en un jardín, el olor a galán de noche inunda mi salón y trae consigo un pedacito de verano. La verdad es que es una mujer encantadora, su marido se cansó de vivir hace unos años y la dejó con los dos niños. Pero nada pudo con ella, auxiliar de enfermería de profesión, madre por obligación y jardinera de vocación, todo ello siempre con una sonrisa en su rostro.

Cuando nuestro queridísimo vecino apaga esa música horrenda significa que es el momento de jugar a la videoconsola; al parecer ahora es un trabajo muy bien remunerado. Me llamó un día para que le ayudara con unos muebles y me quedé anonadado, una de las habitaciones de la casa estaba totalmente equipada con tecnología punta. Incluso me invitó a que probara su nueva silla gamer, impresionante la ergonomía de ese trasto.

Y de repente el silencio, incluso el sonido de la chicharra forma parte de esta tranquilidad pactada. Sales al balcón para  disfrutar de la ausencia de coches, del olor tan característico del galán y  Mellie decide deleitarte con un preciado gesto de cariño.

Una noche de verano perfecta, incluso permite olvidar que no existen las vacaciones en la casa del pobre: algún que otro día a la playa y un viaje relámpago a los centros comerciales para aprovechar el exceso de aire acondicionado, poco más.

Se aprecian algunos furtivos que se acercan lo más deprisa posible a la puerta privada del local de apuestas. Nadie juega, pero cada vez que hablo con el encargado me comenta que el negocio va muy bien. Es un buen tipo, pero ha traído la degeneración a esta parte de la ciudad.

El silencio se rompe con un sonido metálico, alguien ha pinchado y circula como puede en busca de una gasolinera en la que ser atendido. La magia de esta noche se rompe por culpa del ansia que tiene el ser humano por la tecnología. Mellie decide marcharse ante esta intrusión, incluso el  galán de noche es sustituido por el olor a goma quemada.

Cambio la tele, me enchufo un pitillo y me siento en el sofá esperando que el reloj marque la hora de levantarse. Para las noticias nada más existen los casos de corrupción y  los asesinatos. De nuevo ese estruendo metálico rompe la paz del verano.

Se empiezan a escuchar gritos, uno de mis vecinos me llama a voces desde el balcón para que vea lo que ocurre. El ruido procede de un coche de alta gama que circula sin neumáticos, dos de sus ruedas están totalmente en la llanta y el contacto con el asfalto crea un espectáculo pirotécnico tan bello como espeluznante.

En otros tiempos la gente bajaría  y lo pararía, incluso más de uno intentaría conocer su situación actual. Pero no estamos en esos tiempos, en la actualidad todo el mundo coge su móvil y graba la situación para ser el primero en tenerlo en su perfil de la Red Social de moda.

Cuando la máquina empieza a dar síntomas de desfallecimiento una patrulla de policía hace su aparición. Tiene que cruzarse en medio de la calle y arrastrarlo fuera del coche para que se detenga. Desde los balcones del edificio, cual palco de un teatro, la gente vitorea a la policía y comenta la jugada.

Parece que perdió el coche en la timba de Póker de anoche y ha decidido que nadie se quedaría con él. Si el cabrón de Morfeo me era esquivo, después de este incidente no hay manera de conciliar unos minutos de sueño.

El quinto cigarro en la última hora mientras hago zapping en la televisión. Desde que se fue el vecino del quinto nos hemos quedado sin satélite, de repente nos aparecieron un montón de canales gratuitos de la noche a la mañana. Mis amigos disfrutaron de todos los partidos de Liga y Champions, previo pago de un impuesto revolucionario en forma de cerveza.

Con el paso de los minutos, y una pequeña ayuda de Rajmáninov, Mellie es guiada por la excelsa sinfonía hasta mi estancia. Los ojos empiezan a pesar, la tele se emborrona y mis pensamientos ponen rumbo a la Hélade en busca de la sabiduría perdida.

Pericles agoniza a mi lado, la peste (con permiso de la Universidad de Atenas) le reclama. Se acerca con su últimas fuerzas y me susurra al oído: 

— Ten cuidado con el mueble, no roce con el balcón y se desconche.

Despierto sobresaltado y escucho a mis vecinos hablando en voz baja en la calle. Miro el reloj, las cuatro de la madrugada. Sin dormir más de dos horas cojo un cigarro y me asomo por la ventana para ver lo que hacen.

Desde abajo, mi vecino Pepe me mira sorprendido y se lleva el dedo índice a la boca para que guarde silencio. Mediante diferentes signos con la mano me indica que más tarde me contará lo que ocurre. Lo poco que soy capaz de vislumbrar es que están sacando los muebles de casa a través de una polea situada en el balcón. Apago el cigarro y me vuelvo al sofá a ver la tele.

Solón aparece ante mí, preocupado me comenta la mala situación de los geomoros y los demiurgos. No sabe cómo contrarrestar la influencia de los eupátridas, es consciente de la negativa de estos últimos a perder cualquier tipo de derecho. Llaman a la puerta, Sólón enmudece y me mira a los ojos. 

Carles, Carles, suena detrás de la puerta. Solón se difumina en mi mente, el reloj marca las cinco y media de la madrugada. Me enchufo un cigarro y me acerco a la puerta. Allí está Pepe con la camisa llena de sudor, el poco pelo que le queda pegado a la frente y una gran sonrisa en su cara.

— Carles pensaba que no me abrirías nunca. Me dice antes de robarme un pitillo y sentarse en el sofá.

— Cabrón, son más de la cinco de la madrugada. Me había quedado traspuesto viendo la teletienda. 

— No me pongas excusas, si tú nunca duermes. Coge el mechero de la mesilla y se recuesta cansado.

— También es verdad. Pero dime, ¿Qué coño estáis haciendo en la casa? Le señalo la cafetera y me niega con la cabeza.

— Voy a ser directo, que tengo que terminar de recoger las cosas antes de las nueve.

— Joder, qué misterio te llevas esta noche.

Da una larga calada a su cigarro, coge el mando para subir el volumen y gira su cabeza para mirarme fijamente. Sus ojos, achicados por el uso prolongado de gafas, analizan centímetro a centímetro toda la habitación; siempre ha sido un cotilla empedernido. Seguro que se ha dado cuenta de la botella que tengo escondida tras los libros del armario, del Criter que escondo bajo el sofá y de las fotos que mi hija me trajo de sus vacaciones

— La casera nos echó ayer por la tarde. Apaga su cigarro a medias en el cenicero.

— ¿Cómo? Le digo sorprendido.

— Lo que te cuento. Me llamó hace unos días diciendo que teníamos que renegociar nuestro contrato de alquiler. Nos vimos en el bar de la esquina, de esta forma evitó cualquier tipo de escenita.

— Un poco hija de puta la casera. Interrumpo su historia para poner una taza de Bob Esponja con un cubito y Whisky frente a él. Afirma con la cabeza y echa un trago largo, se queda mirando al infinito durante unos segundos y retoma su historia.

— Como te iba diciendo, nos reunimos en el bar de la esquina. No me dio tiempo ni siquiera a echarle azúcar al café. Sin más dilación, me dijo que el alquiler pasaría de 400 a 800 euros y en el precio dejaría de estar incluída el agua. 

— ¿Puede hacer eso? Le comenté antes de llenar su vaso otra vez.

— Consulté con un abogado amigo mío, me informó que era totalmente legal. Me quedé sin casa Carles. 

—¿Ahora que piensas hacer?

Coge la taza y la vacía de un trago, se levanta y mira por la ventana. Su lenguaje no verbal me indica que la situación no es la más adecuada: los hombros no soportan el peso de los brazos y la cabeza no puede mantenerse erguida. No tengo ni idea de lo que puedo hacer para que se encuentre mejor, nunca he sido muy bueno en estas cosas.

— Mi madre me ha dicho que puedo volver a su casa, nos busca sitio a todos.

— ¿Qué harás con el trabajo en la ciudad? Cojo la botella para volver a llenar su taza pero la tapa con la mano. 

— Lo tengo que dejar, no puedo marcarme todos los días tres horas de coche. Dice mientras niega con la cabeza.

— Siento mucho esto tío, no sé qué decirte. 

— No te preocupes Carles, no hace falta que me digas nada. Eres un buen tío, sólo te aviso que la hija de puta de mi ex casera tiene pensado alquilar el piso al mejor postor. Se levanta en dirección a la puerta.

— Que hija de puta. Comento en voz baja.

— Tardará unas semanas en poder alquilarlo, me he llevado hasta los grifos. Ríe entre dientes y me ofrece la mano antes de irse.

Al cerrar la puerta suena la sintonía del noticiario del canal 24 horas. Eso quiere decir que el reloj marca las seis de la madrugada exactamente. El sonido de los pajaritos del móvil me indica que tengo un mensaje, entre los cojines del sofá aparece el dichoso cacharro. 

Un par de mensajes de mi amigo Juan: ¿Tío nos tomamos un café? No hay manera de dormir con este puto calor.  Si es que, como bien decía mi abuela, el verano es para los ricos.

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