jueves, 26 de noviembre de 2020

El concierto

 


Abro la puerta del edificio, los obreros continúan con el  martillo neumático preparando la pared para el nuevo y moderno ascensor.  El ruido es atronador, las vibraciones se notan en todo el edificio. Me siento en el borde de la cama y  agacho la cabeza. Las lágrimas empiezan a caer al suelo: tengo 38 años, me acabo de quedar en paro y ni siquiera tengo una cartilla de ahorros.

Me seco las lágrimas, los hombres nunca deben lloran me decía mi difunto padre, y miro al póster gigantesco que cubre un agujero de la pared: Un concierto que nunca se celebró, un día que se suponía feliz y en el que decidiste apostar por la seguridad del jersey de coderas.

Se acaba la batería del teléfono móvil, el cargador está en el salón pero no tengo ganas de escuchar frases lastimeras de mis amigos. Agacho la cabeza y vuelven a aparecer las lágrimas, ya no sé ni llorar. Se escucha un ruido atronador y un obrero grita que ha cedido uno de los pilares principales.  Levanto la cabeza, el póster me abraza en su apacible oscuridad y me lleva a ese concierto que nunca se celebró. Sonrío.

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