Los primeros rayos de sol asaetean la niebla de la mañana y dan comienzo a un nuevo día. Entre los restos espesos de este fenómeno camina un hombre de forma apresurada, con las manos en los bolsillos del pantalón para resguardarse del frío y lágrimas en los ojos. La tela de su traje puede contar demasiados domingos y parece que no reconoce a su viejo amigo, ya que ha ido menguando poco a poco hasta convertirse en un esqueleto sin vida.
Con paso ligero consigue situarse frente a la puerta de su edificio, las llaves y las escaleras no son un obstáculo y asciende hasta alcanzar el último piso. Dos toques a la vieja y húmeda madera provocan el ruido de una silla al arrastrarse en el interior hasta la puerta, un pequeño tintineo metálico descubre a una persona mirando por la mirilla de la puerta.
- Cariño no hace falta que mires, soy yo, papi.
- Ya te abro papi, espera que coja las llaves.
Al abrirse, la puerta descubre un pequeño apartamento en el que el salón se sitúa como centro neurálgico, en esta fría estacia duerme una niña de 5 años en el sofá junto a una estufa de gas butano.
- Te tengo dicho que no durmáis frente a la estufa, es muy peligroso.
- Lo sé papi, pero esta noche teníamos mucho frío y sólo hay dos mantas en casa.
- Eso no es excusa, apágala ahora mismo que ya está saliendo el sol. Dice el hombre mientras cierra la puerta a su espalda.
- Está bien. La niña sale disparada en pijama.
- No corras en casa, te lo he dicho mil veces. Comenta el padre con cara de resignación.
La niña maneja con maestría los entresijos de la estufa y consigue apagarla sin dificultad alguna. Mira a su padre y con gesto de preocupación le pregunta:
- ¿Cuándo podremos ir a ver a mami?
- Mañana iremos todos a verla. Los médicos me han dicho que ya está mejor y podremos ir toda la familia junta para darle ánimos. ¿Te apetece?
- Claro que me apetece, le tengo que decir que soy la que más deprisa lee de clase y la señorita me ha dicho que voy a ser una gran estudiante. Voy a hacerle un dibujo para que lo tenga en la habitación, que es muy fea.
- Seguro que le alegras el día cariño, pero no grites que vas a despertar a tu hermana.
La niña pone un dedo en su boca y hace un gesto de silencio. Se dirige al sofá junto a su hermana, antes de llegar se da la vuelta y sale corriendo hacia su padre con gesto de pánico.
- Papi
- Dime cielo
- Ha vuelto a venir el hombre de los zapatos de punta.
- ¿Cuándo? Dice el padre alarmado.
- Ayer por la tarde llamó a la puerta. Hice lo que siempre nos dices y no hicimos ruido.
Pero el hombre empezó a golpear fuerte la puerta y la hermanita se puso a llorar. Nos chilló diciendo que mañana por la mañana vendría y nos echaría de casa. Después metió este sobre por debajo de la puerta, pero no lo he querido abrir.
- No te preocupes cariño. Dice el padre mientras acoge a la niña entre sus brazos.
- Tengo miedo papi. La niña se abraza a los pies de su padre mientras dos lágrimas comienzan a caer por sus mejillas.
- Papi está aquí con vosotras y no permitirá que os pase nada cielo. Cuándo venga la próxima vez le explicaré lo que pasa y nos dejará en paz.
- ¿De verdad?
- De verdad.
El padre aúpa a la niña y la guía hasta el sofá, despierta a su hermana pequeña y las lleva hasta su habitación. Saca de una maleta dos vestidos y se los pone a sus hijas con gesto cariñoso, les da un beso en la frente y les dice:
- Id con la tita, que me llamó anoche diciendo que fuerais temprano que el primo os quiere invitar a desayunar por su santo.
- ¡Bien! Dicen las dos niñas al unísono mientras saltan en la cama.
- Venga, bajad de ahí y recordad que no debéis de salir de la acera. Dice el padre mientras coge a la más pequeña y le coloca los zapatos.
- Si papi.
Dos besos en la frente de sus hijas le sirve de despedida, antes de dejarlas marchar les recuerda con autoridad que nada de entretenerse ni de cruzar la acera. Directas a casa de la tita que papi tiene que descansar antes de hablar con el señor de los zapatos de punta. Después de asentir las dos a la vez, se marchan cogidas de la mano camino a la casa de su primo.
Sin más dilación, el padre cierra la puerta y abre el sobre. Como temía, en una carta con papel de alto gramaje viene la confirmación esperada desde hace meses, el día de San Antonio se procederá al desahucio de su vivienda con medidas policiales si es preciso.
Después de leer la última línea aprieta el sobre con todas sus fuerzas y lo destroza en varios pedazos. La frustración del momento le hace dar patadas a las sillas cercanas y las lágrimas de sus ojos empañan su visión, sin más fuerzas para seguir luchando se deja caer al suelo, agarra su cabeza y da rienda suelta a toda su rabia.
Me lo habéis quitado todo, ¡todo!, chilla el hombre. Habéis conseguido que mi mujer dejara de luchar y los médicos han sido muy claros en este asunto: “No sabemos qué le pasa, en principio todo está bien pero parece que no quiere seguir viviendo”. Vosotros, hipócritas malnacidos, creéis que somos máquinas que no sentimos ni padecemos.
Nos tratáis como si sólo sirviéramos para exprimir nuestro cuerpo en busca de la esencia del capital, sólo nos miráis como números en un papel deshumanizado, queréis que seamos parte de un sistema que nos trata como escoria. Ahora veréis, voy a trataros como se trata a la gente como vosotros.
Después de varios intentos para ponerse en pie, el hombre se dirige a la cocina y coge dos bidones grandes de gasolina, que habían sido utilizados para alimentar un transformador de luz, rocía toda la escalera del edificio y se sienta en la puerta de su apartamento con un mechero esperando que llegue la hora de su desahucio.
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