lunes, 3 de agosto de 2015

Relato Corto: El Santuario



El sol golpea el pavimento con fuerza, las pequeñas plantas, otrora contentas por la energía principal de su ser, esconden sus mejores hojas bajo la sombra de las grandes ramas de los árboles. El ambiente cuenta con un olor árido, a tierra seca que sufre la desertificación continuada del cambio climático y la acción destructora del hombre.


Una paloma vuela desorientada en busca de algo de agua y sombra, sin éxito se posa en un pequeño saliente de piedra que ofrece un respiro, continuará su camino en pos del pueblo más cercano para sobrevivir a este infierno amarillo que los terrestres llaman verano.

La figura de un muchacho camina bajo este sol de justicia, sus escuálidas piernas se posan con dificultad en el ardiente camino: las sandalias de goma no son muy recomendables para esta hora del día y cada uno de los pasos es un esfuerzo titánico al fundirse el plástico con los ladrillos. En una de las manos una botella de agua facilita el transito hasta la cima, no obstante hace tiempo que pasó a ser un líquido idóneo para la elaboración de un buena sopa de invierno.

Para evitar los rayos del sol, nada mejor que un sombrero de paja y unas gafas de sol compradas a un vendedor ambulante, una mezcla que unida a una camiseta sin mangas y unas bermudas de color verde fosforito convierten a este pequeño caminante en un ser muy peculiar.

—    ¿Dónde vas con la que está cayendo? Grita una voz desde la lejanía

El muchacho se para de forma repentina y atisba el horizonte para analizar el lugar de origen de esta voz. En la cercana lejanía un anciano sentado bajo una morera gigantesca  le hacía señales con la mano. Con un gran esfuerzo acelera sus pasos hasta situarse a su altura.

—    ¿Qué dice abuelo?

—    Pues te digo que estás muy loco ¿Qué haces subiendo al santuario con la que está cayendo? Dice el anciano mientras le invita a sentarse a su lado.

—    He quedado con una chica allí arriba.

—    Los jóvenes estáis locos. Iros a la playa o a un bar con un buen ventilador a pelar la pava.

—    No me jodas abuelo, yo voy dónde me dice ella. Comenta el chico mientras toma asiento.

Un anciano conocedor del terreno nunca va desprovisto de los materiales idóneos de supervivencia, así que saca de su zurrón un trozo de longaniza, un poco de pan y se lo ofrece junto con una bota de vino con demasiados inviernos encima.

—    No quiero vino, pero si te acepto un poco de esa comida tan buena que llevas en el zurrón.

—    Ahí detrás tengo una fresquera con agua y algunos refrescos, si quieres algo cógelo.  Dice el anciano mientras señala un arbusto situado tras el árbol.

—    Muchas gracias abuelo. Dice el chico mientras se levanta a por un refresco.

—    Gracias no chico, la voluntad. Yo vivo aquí al lado y bajo para ofrecer un refrigerio a todos los visitantes al santuario.

El anciano se levanta y señala un cartel situado al lado de la nevera en el que se explica detenidamente que él no lo hace para ganar dinero, sino que sólo pretende ayudar a los viajeros, pero necesita de su colaboración para que todos se puedan beneficiar de este servicio.

—    Joder abuelo, que bien te lo tienes montado aquí arriba.

—    ¿Qué insinúas? Dice el anciano empuñando su gayada.

—    No quería ofender abuelo. Comenta mientras abre un refresco de cola.

—    ¿Es guapa esa chiquilla que te espera en el santuario?

—    La chica más bella del mundo abuelo. La conocí en la playa hace unos días y estuvimos hablando cerca de tres horas de música, libros y series de televisión. Me tiene totalmente enamorado y me gustaría poder besarla aquí arriba.

—    Pues has venido al lugar adecuado chiquillo. Anda que no he tenido yo reuniones en la plaza del santuario cuando era joven. Me llamaban antoñito el rápido porque no dejaba a una viva.

—    Hostias abuelo, anda que no has tenido que tener peligro de joven. Dice mientras termina el refresco de un trago.

—    Tira p’arriba que si llegas tarde te mandará a la mierda. Las mujeres te tienen que hacer esperar, pero tú nunca puedes hacer eso.

—    Hostias, es verdad. Me has dado coba y voy diez minutos tarde, espero que no se enfade.

—    Oye joven, la voluntad antes de irte que has merendado bastante bien.

—    Toma abuelo. El joven le da  un billete de cinco euros.

Mientras el muchacho continúa su camino, el anciano saca un Smartphone de último modelo y marca un número que tiene guardado en la agenda.

—    Palomita, ahí te mando a otro pichón.

—    ¿Cuánto le has sacado abuelo?

—    Cinco euros, pero seguro que vuelve a caer a la vuelta.

—    A ver si nos deja otros cinco por lo menos.

—    Date prisa en darle puerta, que dentro de una hora sube el siguiente.

—    No te preocupes abuelo, si lo voy a mandar a la mierda en nada con la excusa de que llega tarde.

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