miércoles, 18 de mayo de 2016

Busca entre los pasillos y encontrarás lo que buscas


El smartphone de última generación que una preciosa dependienta me colocó a plazos taladra la mesa en la que, supuestamente, trabajo todo el día. Una voz femenina con un acento que indica una procedencia más allá del Océano busca al señor Carles Lianiaski.


-    Soy yo. Contesto educadamente mientras me ajusto la corbata y guiño el ojo a mi compañero de trabajo.

-    Le llamo desde el centro de salud Santa Mónica, su madre está  aquí debido a un pequeño percance doméstico.

-    ¿Está bien la Amá? Le interrumpo preocupado.

-    Perfectamente, sólo tiene un pequeño esguince. Sin embargo me ha pedido que le llame porque necesitará ayuda durante estos 15 días de recuperación.

-    Muchas gracias por llamar señorita, no obstante no podré estar allí hasta esta tarde mínimo. ¿Alguien la podría acercar a su casa?

-    Va de camino, Vicente el de la panadería se ha ofrecido voluntario cuando se ha enterado.

-    Cuando llegue le dará las gracias.

-    Muy bien señor Lianiaski, espero que acompañe a su madre dentro de quince días para que le podamos hacer el seguimiento. Sin más, tengo mucho trabajo. Adiós.

Odio conducir, es una acción que si pudiera eliminar de mi vida lo haría sin dudarlo. Y no hay nada peor que más de 100 Km por carreteras transitadas por camiones, furgonetas de reparto y mandriles con coches deportivos que se creen pilotos de Fórmula 1. Como no tengo prisa y el jefe me ha dicho que me tome el tiempo que necesite, hace poco que falleció su madre y está muy sentimental, he decidido coger el bus con sus traqueteos, sus paradas, y ese romanticimos que sólo le encontramos los más nostálgicos.
 
El viaje fue todo un infierno, peor mereció la pena nada más llegar a mi destino y respirar el aire puro de la costa. Todo era familiar, todo estaba ahí dónde lo dejé; no importaba que algunas tiendas estén transformadas en locales de apuestas o ahora sean cadenas de supermercados, mi mente siempre tendrá al viejo tendero que tantas collejas nos daba por tocar la mercancía.
 
La vieja estaba como siempre, su vestido de respetuoso negro desde la muerte de su marido con el visillo que se puede apreciar  al final de la oscuridad de una vida en soledad, el pelo era un auténtica fuente de luz blanca; todas las peluqueras se quedaban impresionadas al ver que su pelo había cambiado de color pero había aumentado su vitalidad. Desde el sofá me apunta con un dedo y me dice con autoridad:
 
-    Sin Vergüenza, esto me ha pasado por culpa de los disgustos que me das.

-    Mamá, yo también te quiero.

-    Ven aquí y dale un beso a tu vieja madre, que se ha desgraciao un pie y no volverá a poder andar como antes.

-    No seas peliculera, es un esguince como el que se hizo el hermano cuando era joven. Por cierto ¿Dónde está? Comento mientras ando por la casa abriendo ventanas y dejando que entre el fresco.

-    Está pescando y no vendrá hasta el mes que viene, por eso tuve que dar tu teléfono para que socorrieras a tu madre desvalida.  Me dice mientras se intenta levantar sin éxito.

-    Estate quieta, he venido para que no te muevas del sofá. Si me haces…

-    ¿Por qué no has traído a mi nieta? Me interrumpe entre gritos.

-    Está en el instituto, déjala que haga algo con su vida que está hecha una sinvergüenza.

-    Tú culpa es por divorciarte de su madre. Me chilla mientras vuelve a realizar un intento para levantarse, otra vez sin éxito.

-    Mamá no quiero…

-    Ve al super de aquí al lado y compra el pan, suavizante del oso de peluche y una esponja para ti. Me vuelve a interrumpir.

Cuando mi madre se pone a dar órdenes lo mejor es acatarlas sin rechistar y escapar disimuladamente por la puerta de atrás. Las mujeres de antaño, especialmente las de mi familia, tiene una autoridad y un genio tremendo.  Sin más dilación me dirigía al supermercado indicado por ella, las calles las conocía de memoria desde que tengo uso de razón, así que no tardé nada en descubrir al gigante brillante que anunciaba las mejores ofertas de la ciudad.
 
El interior de esta mastodonte de la distribución era totalmente acojonante, pasillos y pasillos llenos de miles de productos, precios y colores para indicar la sección a la que pertenecen. Chicas con polos granates, pantalones negros y unos zapatos horrorosos que las hacían parecer payasos sin gracia remoloneaban en torno a las estanterías, ora viajaban hacia las cajas, ora viajaban hasta el estante de la perfumería para aconsejar a las clientas.
 
Con la orientación de una tortuga no tardé en perderme y tuve la ocasión de preguntar a una de estas chicas el lugar del suavizante del peluche, tras una pequeña carcajada contralada me informó que estaban situados justo detrás del pasillo de los vinos.  Al llegar me llevé una grata sorpresa, una mujer estaba subida a las escaleras y lavaba con brío la estantería superior, la cuestión es que su imagen me era muy familiar.
 
-    Carles, ¿no me conoces? Me dice la mujer mientras baja las escaleras.

-    Si te digo la verdad me suenas muchísimo pero ahora mismo no caigo.

-    Siempre has sido un desastre en los nombres, soy Eulalia, tu compañera de clase.

El cerebro conectó todos los cables verdes de los recuerdos infantiles y me llevó hasta aquellos maravillosos años, delante de mí estaba esa chica a la que amaba en secreto y a la que nunca tuve el valor de decirle lo que sentía por ella.  ¿La vida me daba una segunda oportunidad? Me extraña mucho, además esta chica era una auténtica lumbrera en el colegio  y consiguió sacarse derecho con Matrícula de Honor en una de las universidades más prestigiosas del país.
 
-    Perdona a mi cabeza, el whisky ha hecho mella en mis neuronas. No es que sea un alcohólico, pero ya sabes los años de la universidad y esas cosas. Estaba nervioso como un quinceañero. Carles hay que controlarse más hombre, que tienes 44 años leñe.

-    No te preocupes, con esta ropa es difícil reconocer a la gente. Me dice mientras me endosa dos besos con olor a amoníaco.

-    Pero tú no llevas el polo granate, ¿trabajas aquí’

-    Si, lo que pasa es que no tengo contrato y tengo que vestirme así por si viene alguna inspección de trabajo. Me cojo una cesta y hago como que compro.

-    Madre mía Eulalia, pero si tu estas licenciada en Derecho. ¿Qué coño te ha pasado?

-    Quedamos mañana que es mi día libre con un café y te cuento.  Si puedes, claro está.

-    Off Course le dije, voy a terminar de hacer la compra de la vieja que si llego tarde me mata.
 
Me costó casi media hora terminar de hacer la compra, y una hora de más realizar todos los mandados de mi madre. La puesta en marcha del puchero mejor ni contarlo, me duele la cabeza y la mano derecha está demasiado roja para contar los golpes con el palo de madera recibidos. Pero todo me daba igual, sólo esperaba que llegar el día de mañana para tomar un café con Eulalia, demasiados años que contar con tan sólo un café, pero de momento es lo que hay.
 
Con las prisas no traje ropa adecuada para este tipo de ocasión: un par de camisas, pantalones de los más cómodos y zapatos viejos para andar por casa. Tuve la tentación de utilizar algo de ropa de mi vieja habitación, pero los colores metálicos, los pantalones anchos y esas sudaderas de grupos de Heavy Metal no parecían la mejor indumentaria para un café con una vieja amiga. Con una camisa negra, pantalones y unos zapatos viejos me puse en marcha para alcanzar esa vieja cafetería reformada en lugar de moda, desde el fondo una preciosa morena con un vestido de flores me señalaba su asiento contiguo, maldita sea mi estampa.
 
-    Muy buenas Carles. Me dice mientras me endosa dos besos, esta vez con olor a flores blancas.

-    La verdad, un poco avergonzado por la ropa que llevo, con las prisas no me ha dado tiempo de traer nada. Le digo mientras me siento en la silla.
 
Con un gesto pide al camarero dos cosas iguales, ni siquiera se ha molestado en indicarme que me gusta o si me apetece esto o lo otro.
 
-    No me mires con esa cara. Me dice mientras se ríe.

-    ¿Perdona?

-    Con esa cara que nunca has sabido esconder cuando está incómodo. Te he pedido la especialidad de la casa, verás que bueno está el Mocachino de aquí.

-    No estoy molesto Eulalia…

-    No hace falta que te escondas conmigo, a pesar del tiempo sigues siendo la misma persona que se escondía en la última fila para copiar en los exámenes y el que nos pedía los deberes de Inglés en la clase de antes porque no los habías hecho.

-    Siempre fui un desastre, pero ahora soy un hombre maduro y he cambiado mucho.
 
El camarero trae dos vasos kilométricos con tres colores cada uno, una cuchara larguísima y dos pajitas para poder beberse este brebaje del demonio. En cada uno de los platos había dibujado un corazón con algún tipo de salsa, todo ello acompañado de una chocolatina que indicaba en el envoltorio que era un grano de café recubierto del mejor chocolate negro del mundo.
 
Después de dar las gracias al camarero, Eulalia me miró detenidamente y me dijo:
 
-    ¿Seguro que no eres el mismo desastre de esos días?

-    Seguro. Le dije copiando la expresión que había visto en mi madre durante mis años de niño: Cruzas el pulgar y el índice en forma de cruz para darle un beso.

-    Pues llevas los botones de la camisa mal abotonados, ¿no te has dado cuenta que te sobran ojales y te falta botones por arriba?

-    ¿Cómo dices? Dije mientras miraba de forma ansiosa la camisa para comprobar que con las prisas no había dado ni un botón en su sitio.

-    No te preocupes, siempre me gustó esa faceta suya.

Sin percatarme de este último comentario, me disculpé y fui al baño a abrocharme la camisa de forma correcta. A pesar de los años y de las modernidades de este mundo digital, el viejo de la cafetería se había resistido a desechar la vieja máquina de preservativos y demás juguetes picantes del baño de hombres ¿De verdad alguien compra algo aquí?
 
Más de dos horas estuvimos peleándonos con ese gigante llamado Mocachino mientras nos poníamos al día de todo lo acontecido durante estos años. Me sorprendió saber que después de terminar la carrera había ejercido durante unos meses en prácticas en uno de los bufetes más importantes de la ciudad, sin embargo la enfermedad de su padre la trajo al pueblo de vuelta durante unos días y al volver le informaron que su tiempo de prácticas había concluido.
 
-    Ni siquiera me preguntaron cómo estaba mi padre, que llevaba un mes con quimioterapia y me pidió por favor que volviera a la ciudad para terminar las prácticas. Su sueño era que consiguiera tener una vida mucho más cómoda que la suya, pero el nuevo aspirante tenía un apellido demasiado familiar en el bufete para que una don nadie pudiera aspirar a ese puesto. Me dijo jugueteando con el bombón entre sus manos.

Le hice saber mi malestar por esta situación, pero Eulalia se rió y me comentó que ese varapalo le sirvió para disfrutar de su padre durante los siguientes tres meses de vida. La enfermedad se lo llevó por delante y con él se fue la fuerza y las ganas de vivir de su madre. Su hermano aportaba lo que podía en casa, pero no era suficiente para terminar de pagar esa hipoteca que lastraba a la familia desde tiempos inmemoriales.
 
-    Y así fue como acabé trabajando de aquí para allá, unas veces limpiando portales y casas de nueva construcción, otras veces de dependientes durante unos meses en las tiendas de la zona; incluso llegué a ser la nani de un estupendo chico que ahora está en la Universidad. Sin embargo, durante los últimos meses no hay mucho trabajo y estoy en ese supermercado.
 
Después de ponernos al día y terminar con ese Mocachino, me comentó que si había visto a alguien de clase por el pueblo. La verdad es que no había tenido tiempo, así que me pidió el móvil y me introdujo en el grupo de Whatsapp de aquellos de nuestra generación que habían decidido no exiliarse del lugar.
 
-    Te voy a decir una cosa Calres. Me comenta seriamente mientras me para entre dos de los puntos de amarre más caros del muelle deportivo.

-    Dime Eulalia, hoy puedo llegar tarde que es el día del marujeo y mi madre seguro que se queda durmiendo en el sofá con el mando en la mano.

-    ¿Por qué nunca te atreviste a pedirme salir?
 
De forma automática me puse rojo, nervioso e incluso hubo un atisbo de tartamudeo en mi siempre profunda voz. Conseguí armarme de valor y le dije:
 
-    Eras una chica popular y lista, mientras que yo era el pringadillo de la clase, no quería que me mandaras a paseo y todo el mundo se riera de mí. Dije reanudando la marcha para esconder mi vergüenza.

-    Carles, tienes 44 años y todavía no sabes entender a las mujeres. Me dijo desde la distancia.
 
Me giré y la miré a los ojos, con un gesto de su mano derecha me pidió que me acercara y no tuve el valor de negarme. Cada paso transformaba la realidad y me llevaba a esos años de escuela en los que éramos todos unos adolescentes con miedos y sueños; tampoco ha cambiado tanta la cosa.
 
Cuando llegué juntó su nariz con la mía y me susurró que sabía que aparecería un día de estos para sacarla de su soledad. Dijo que siempre había estado segura de que ese pringado del que todo el mundo se reía era la persona adecuada para compartir sus vivencias, y esta tarde había confirmado lo que pensaba.
 
Antes de que pudiera ni siquiera abrir la boca para decirle que estaba separado, tenía una hija y un trabajo de mierda del que la mitad del sueldo se iba para la pensión del pequeño demonio, puso su índice en mi boca y me besó.
 
Todo lo que ocurrió después se puede situar en el mundo de los sueños, no veía con los ojos de un cuarentón separado y amargado. Mis sentidos estaban en otra época y en otro lugar para disfrutar de ese momento en el que tu amor platónico se convierte en realidad: Eulalia me había elegido y yo lo sabía desde el mismo momento en el que vi su ropa interior perfectamente conjuntada.
 
No pude conciliar el sueño en toda la noche, después de tantos años de desdicha y tristeza Eulalia se pegó a mi cuerpo y acompasó su respiración para embarcarse en el mundo de los sueños. No quise ponerle al corriente de mi ciática, mañana sería una auténtica alcayata humana pero el dolor pasaría con el tiempo, mientras que ese instante quedaría grabado para siempre.
 
El pajarito del Whatsapp me llama desde la mesilla de noche, me extraña que me llegue un mensaje a estas horas de la madrugada pero puede que sea importante. Nada más coger el móvil pude que mi queridísima hija se acordaba de que tenía padre.
 
-    Carles, me acabo de pelear con la dictadora de tu ex esposa y me he ido de casa. Me ha dicho que te has marchado a cuidar de la abuela, así que me voy a ver a mi llalla y de paso estudio para selectividad.
 
Ya decía yo que todo estaba saliendo demasiado bien.

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