jueves, 30 de abril de 2015

Relato Corto: Vigilancia de otro tiempo




El coche me ha vuelto a dejar tirado, esto de tener que arreglarlo cada cierto tiempo es una puta basura. Estoy pensando seriamente en comprarme uno nuevo, pero no me atrevo a penetrar en una de esas cárceles sin barrotes llamadas bancos; capaces son de dejarme hasta sin pantalones si entro a pedir ayuda para comprarme un coche de esos indios o coreanos, tampoco pido un último modelo alemán.


De nuevo tengo que arreglármelas como mejor pueda y esta vez mi compañero está de vacaciones para acercarme al trabajo, tendré que aventurarme por las calles de la ciudad y aprender el complejo sistema de rutas mal planificadas y horarios que nunca se cumplen que el ayuntamiento estableció en su día con bombo y platillo. Lo primero de todo es acercarme a la parada de bus más cercana y preguntar a algún usuario.

¡Hombre! un abuelete en el banco de la parada tomando el sol, me viene perfecto para saber que autobús tengo que coger para llegar a mi barrio.

- Oye abuelete. Le digo mientras me acerco tendiéndole la mano.

- ¿Quién eres? Otro maleante que quiere mi dinero. Me dice de forma despectiva

- No, sólo quiero saber si por aquí pasa algún autobús que haga parada en el extrarradio. Le digo con una sonrisa.

- Me has visto cara de montarme en el autobús. Me dice airado.

- Pues está sentado en la parada, alguno habrá tenido que ver en todo este tiempo.

- Tú eres tonto. Estoy sentado en este banco porque es el que mejor me viene para vigilar a esos hijos de puta de enfrente. 

- ¿A quiénes? Le digo con sorpresa.

- A esos de ahí ¿es que no tienes ojos? De verdad, con razón estamos como estamos, sois cada vez más los inútiles en este país.

Justo en la acera situada frente a la parada de autobuses había diferentes tiendas pequeñas de libros y una cafetería en la que estaban sentados un pequeño número de personas con trajes de corbata.

- Si son gente normal tomándose un café ¿qué mal pueden hacer?

- Son masones que están planeado matar al Rey ¿es que no ves como están maquinando su nueva acción? Me dice el abuelo con voz temblorosa y señalando al frente.

- Abuelo ¿Se encuentra bien? Le digo mientras le pongo la mano en uno de sus hombros.

- ¡No me toques! Me dice mientras aparta mi mano de su hombro de forma violenta.

- Tampoco es para que se ponga así.

- Cómo quieres que me ponga si me estás llamando viejo y loco ¿Te hago palmas por listo? 

- Ya no se lo digo más, no se preocupe.

- Así me gusta, un chico educado que sabe respetar a la autoridad. Como veo que no tienes maldad te voy a proponer que me ayudes a recoger unas cosas para detener a esos malhechores.

- ¿Qué tenemos que hacer? Le digo intrigado

- De momento callarte la boquita y ayudarme a levantare, que tengo metralla en una de mis piernas después de una operación secreta en el norte de África.

- Apóyese en mi hombro para levantarse (para mí que lo que te pasa es que tienes ya una edad abuelo).

- Ahora camina con total normalidad y acompáñame hasta el final de la calle, allí te iré informando de más detalles de la operación.

Por la cara de sorna de los transeúntes la estampa tenía que ser un tanto ridícula. Sin tiempo a cambiarme, llevaba el mono blanco de trabajo lleno de pinturas de todos los colores posibles, mi acompañante era un hombre mayor con una barba blanca prominente y unos ojos que más que humanos parecían de un camaleón; no paraban de escrudiñar a su alrededor todos los movimientos.

- Dobla la esquina y después sigue recto hasta encontrarte con el tronco de una palmera muerta, allí está el lugar al que nos dirigimos. Me dice mientras apoya una de sus piernas con dificultad.

- Está bien, ahora mismo llegamos.

El abuelete parecía algo cansado y le costaba andar, pero la voluntad de querer hacer algo era más fuerte que su cuerpo maltratado por el paso del tiempo. Cuando divisé el árbol que indicaba, pude comprobar que lo rodeaban mesas y sillas de plástico que conformaban la terraza de un bar que tenía como nombre ‘El Arsenal’.

- Abuelo ya llegamos al sitio que me has dicho.

- Calla insensato, que te van a oír los masones, tienen ojos y oídos por todos lados.  Me dice mientras que señala con el dedo. 

- Sin problemas. Y yo que sólo quería coger el bus…
Al vernos entrar el encargado del bar lanzó una risa entre dientes y avisó a sus camareros para comentarles algo en el oído. Después se cuadró y haciendo el saludo militar gritó muy alto:

- ¡Firmes!

Todos los camareros y algunos de los clientes se cuadraron y realizaron el saludo militar, por su lado los que no eran habituales del lugar se quedaron sorprendidos y se pusieron a murmurar entre ellos.

- Descanse soldado. Dijo el abuelo

- Gracias señor. Comentó el dueño del bar.

- Vengo a comer, pero quiero ir a la mesa del señor Rodolfo Naranjera. Dice mientras guiña un ojo.

- Entiendo

El abuelo se zafa de mi ayuda y se acerca para decirme:

- Joven, tú espérame aquí que tengo que solucionar unos asuntillos. 

Cojeando de forma visible se dirige hacia una puerta con un cartel que pone ‘Sólo Personal Autorizado’, sin llamar la abre y entra echando un vistazo a todos los lados antes de cerrarla definitivamente.

- No te preocupes más por el viejo, ya nos encargamos nosotros. Me comenta el camarero.

- ¿Qué le va a pasar ahora?

- Irene lo entretiene en la cocina con batallitas de la guerra civil mientras viene su sobrino a por él, seguro que ha vuelto a escaparse de casa. Todavía nos preguntamos cómo es capaz de salir, si cada vez que viene nos comenta que lo encierra en casa al no tener dinero para un cuidador.

- Muchas gracias por ayudarme, la verdad es que no sabía que quería y tampoco me fiaba de dejarle solo por la calle.

- No suele hacer nada, se sienta en la parada del autobús y se queda las horas muertas mirando a los progres esos que se sientan con un café y discuten de algún autor que ni siquiera han leído.

- Ahora que lo dices ¿Sabes el autobús que va al extrarradio?

- Ni idea. Acércate a la parada que hay aquí detrás y pregunta.

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