lunes, 27 de abril de 2015

Relato Corto: ¿Vivir para trabajar?



- ¿Te queda el regalo que dan con El País?

- Ahora mismo no lo tengo, pero se lo pido y para el viernes lo tiene usted sin ningún tipo de problema. Dice con una sonrisa amplia.

- Muy bien guapa, que mi nieto está muy ilusionado con las toallas esas de Bob Esponja que regalan ¿Cómo le puede gustar tanto una esponja que habla?


- Sabe usted como son los críos Don Teodoro, ahora está de moda las peonzas estas de plástico y no veas como las vendo, todas las semanas tengo que hacer un pedido.

- Eso es bueno para el negocio Anita, ya sabes que cuando se les mete algo en la cabeza a los críos no hay quien los pare. El joven no sabe lo que puede y el viejo no puede lo que sabe.

- ¿Qué hora es Don Teodoro? Parece como si el sol estuvieran en huelga durante la última semana. 

- Las 7 de la tarde hija, la gente empieza a recogerse ya, no son horas de estar por la calle con el frío que está haciendo durante todo el invierno.

- Sabe lo que le digo, que voy a cerrar el chiringuito que tengo mucho frío y no creo que venga nadie ya por aquí. Voy a calentarme a casa que mañana tengo que abrir temprano que los madrugadores no fallan; café y periódico.

- Que tengas una buena noche guapa, el viernes paso por aquí a recoger las dichosas toallas.

- No se preocupe Don Teodoro, aquí las tendrá y dele recuerdos a su hija.

- Así será guapa, hasta el viernes pues.

De nuevo la cerradura del quiosco se atranca por culpa de la humedad y del frío, a ver si consigo que el maldito cerrajero pueda venir a echarle un ojo, que luego bien que le gusta que le quite los cupones al periódico del bar para que su sobrino pueda tener todos los regalos del Sport. Tras aplicar un poco de mala hostia y un continuo vaivén la cerradura cede y consigo cerrarlo.

Vamos a casa, que ya está bien después de estar levantada desde las cinco de la mañana, ni el gato me hace caso a ciertas horas de la noche. Estudia me decía mi padre cuando vivíamos en Madrid, yo como una campeona le hice caso y me dejé engañar por ese espejismo que todo el mundo llamaba estado de bienestar; el que nace obrero muere obrero, esa es la única máxima que aprendí durante mi vida.

Menos mal que mi padre estuvo listo y consiguió obtener la concesión de este precioso quiosco en una pequeña localidad de Castilla la Vieja, que si no llega a ser por él no tengo ni idea de dónde estaría. Hasta el día de su muerte trabajó de forma incansable para que tuviera un futuro mejor que el suyo, pero como bien conocía el bueno de Calderón de la Barca: ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

Soy una mujer de letras, una inculta, un parásito, un ente que deambula por la sociedad intentando que las personas conozcan lo que les rodea, que aprendan a escuchar y a observar con detenimiento; como viene siendo habitual mi meta es una utopía, pero las utopías nos permiten seguir caminando y si no fuera por esto mi vida habría acabado cuando mi único familiar decidió embarcarse en busca de su amor perdido.

El olor a humedad del edificio en el que hábito me indica que estoy llegando a casa, en el portal me espera la casera con su cuerpo pequeño y escuálido para darme las buenas noches e informare que pasará a por el alquiler la semana que viene:

- Si quiere le doy el alquiler ahora Doña Eulalia, tengo algo de dinero en mano.

- No hay prisa cariño, es que me gusta decirlo con anterioridad para recogerlo todo de una vez.

- Lo dejo apartado y cuando usted desee pase por mi casa para recogerlo.

- Muchas gracias, que buena chica eres Ana, a ver si tienes suerte y encuentras a un buen hombre que te quiera.

- A ver si este año tengo un suerte. Le digo mientras comienzo mi ascensión por las escaleras.

- Rezaré por ti a San Antonio para que te busque un buen marido. Buenas noches cariño.

- Buenas noches.

El crujir de cada uno de los viejos escalones aumenta la sensación de frío y soledad que impregna cada uno de los poros del cuerpo al cruzar la puerta del edificio. Poco a poco se acerca la entrada de casa y con ella el final de otro día más en esta jornada de trabajo que desde la calle denominan como 12-7-Thanks, es decir doce horas los siete días de la semana y dando gracias por tener techo y comida. 

Friederich se acerca despacito con ganas de que lo acaricie, tiene todo el día para vigilar su pequeño reino, además le suelo dejar la puerta abierta para que pueda darse un pequeño garbeo por el barrio si le apetece. Mi gato es mi mejor amigo, el único que escucha todo sin rechistar y me ayuda a mantener el ritmo ajetreado del día a día. No te hagas el remolón que mami ya está aquí para acariciarte y jugar un ratito contigo, pero primero déjame que me dé una ducha y caldee un poco la casa que hace un frío que pela aquí dentro. 

Después de la ducha ya sólo queda hacer la cena y preparar la comida para mañana, ya que no tengo ayuda y no puedo salir del quiosco para comer. El reloj progresa de forma indiscriminada hasta situar sus manecillas en el número diez, de nuevo el tiempo mata poco a poco mis ilusiones y me empuja a la cama con un libro y la compañía de Friederich. Recuerda pequeñín, nada de dormir en la cama tú tienes tu cesta, voy a ver que me cuenta el bueno de Fiódor, pero antes voy a comprobar si el despertador está a las cinco de la mañana. Todo preparado para un nuevo día.

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