sábado, 25 de julio de 2015

Relato Corto: Castillos de Arena


Las olas golpean contra la muralla de un pequeño castillo de arena, dos pequeños se afanan en parar la creciente marea para que sus últimas tres horas de trabajo no se vean destruidas por culpa de un poder demasiado fuerte para comprenderlo.


—    Échale arena por ese lado, que está cayendo la parte izquierda de la muralla. Dice un pequeño mientras escava con vehemencia un pequeño foso para que el agua no llegue con tanta facilidad a su castillo.

—    No funciona Andrés. El agua viene cada vez con más fuerza y empiezo a tener frío. Comenta un niño regordete mientras vuelca un cubo de arena sobre la muralla de su castillo.

—    Si te rindes tan fácil nunca conseguirás ser el mejor del cole.

—    Me conformo con aprobar para que mi papi me regale lo que quiero para el verano.

—    ¡Que viene el agua! Grita uno de ellos mientras pone su cuerpo frente al castillo de arena.

—    Ves, te dije que es mejor rendirse.

—    ¡Nunca me rendiré!

Un hombre escucha el último grito y se acerca corriendo hasta la orilla, coge al niño en volandas y le dice a su compañero que vaya con su padre.
 
—    ¿Por qué chillas de esa manera hijo? Dice el padre mientras baja al niño hasta la orilla de la playa.

—    Ese niño gordo quería rendirse y dejar que el agua destrozara nuestro castillo de arena.

—    Cariño, hay veces que no se puede luchar contra los elementos.

El niño sale corriendo del agua y se introduce en la marea de sombrillas que forman la línea de la playa en verano. El hombre se sienta en la orilla y se tapa los ojos con sus manos, se resiste a llorar con todas sus fuerzas y no piensa dar un espectáculo a todos los veraneantes y vecinos del pueblo; tiene que ser más fuerte que todos ellos.
 
Decide introducirse en el mar para olvidar todo lo acontecido con anterioridad y se aleja de la costa para disfrutar de la frescura del mar abierto. Tras más de 15 años en un barco de pesca, no lo es nada extraño el color, el sabor y la temperatura del mar, es más, cada vez que está estresado le gusta perderse entre la inmensidad del agua para pensar.
 
Un patinete pasa cerca de él, los tres ocupantes se le quedan mirando con curiosidad y ofrecen un sitio en su pequeña embarcación de recreo para facilitarle la vuelta a la orilla. La respuesta negativa parece extrañarles, pero a la vez les alivia al no conocer de nada a este tío tan raro.
 
El frío, el cansancio y la desaparición del sol en el horizonte provocan que el hombre comience a bracear de forma ininterrumpida para que no se le haga de noche en el mar. De repente, un calambre en una de sus piernas comienzan a hundirle, no puede hacer nada para recuperar su estabilidad.
 
Las algas le rozan todas las partes de su cuerpo, la salinidad comienza a filtrarse por su boca y su nariz, incluso los rayos del sol a través del agua presenta un espectáculo bello y a la vez temible. El hombre comienza a tener miedo y le viene a la mente el consejo que le dio uno de sus patrones: “Nunca te pongas nervioso, el mar siempre vendrá en tu ayuda”.
 
Poco a poco comienza a recuperar el control de todas sus extremidades y vuelve a la superficie del agua con dificultad. Nunca, nunca abandonaría a mi familia en esta época tan mala, se repite mientras nada hacia la orilla. Cuando comienza a sentir la arena cerca de su cuerpo mira al frente y ve la figura de una papelera azul en la orilla.
 
Su hijo saluda desde la orilla, señala el cubo de de la papelera y le dice
 
—    Te lo dije, nunca hay que rendirse Papá.

—    Eres un genio hijo.

—    Papá ¿te puede decir una cosa?

—    Claro. Comenta mientras se sienta a su lado.

—    ¿Por qué nos mudamos a la casa de la abuela?

—    Cuando has visto que el agua se llevaba tu castillo le ha puesto la papelera encima y has conseguido salvarlo ¿Verdad?
 
El niño asiente con la cabeza mientras señala con orgullo al castillo.
 
—    Papá no ha encontrado una papelera para salvar la casa y el agua se la ha llevado.

—    Eres un mentiroso Papá, el agua no se ha llevado a la casa. El abuelo dice que nuestra casa te la ha quitado un hombre viejo porque no le has pagado todo lo que le debes.
 
El hombre se levanta, coge a su hijo en brazos y lo sienta encima de la papelera. Un policía local se acerca hasta el lugar en el que se encuentran y les indica que esa papelera no está en el lugar adecuado. A pesar de las quejas del niño, el policía se lleva la papelera hasta su lugar de origen y provoca que el agua destroce su castillo de arena.
 
—    ¿Cómo te has sentido hijo?

—    Quería pegarle, pero sabía que no podía hacerlo porque es un hombre mayor al que hay que tenerle respeto.

—    Así me siento yo hijo. Anda, vámonos que la abuela tiene que tener preparada la cena.

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