sábado, 18 de julio de 2015

Relato Corto: Siempre me dejo liar




El reloj marca las siete de la tarde de un miércoles caluroso de verano, caluroso es sólo una expresión banal cuando el sudor ya no tiene recoveco en el que esconderse por todo tu cuerpo y los telediarios avisan del peligro de una ola de calor como nunca la habíamos vivido antes; uno de mis compañeros me comenta que es por culpa del calentamiento global, mientras que el otro dice que son los putos chemtrails que nos envenenan a todos.


Lo único que puedo conocer es que el día de más calor de todo el año trajo consigo una llamada de teléfono inesperada. Una voz de mujer pregunta por mí, tras darle mi afirmación me responde que es Dulce María.

Desde el primer momento que escuché la voz sabía quién era, no podía olvidar la voz de ese amor que me dejó marcado de por vida. No obstante, no es de caballeros parecer ansioso y alegrarse por el reconocimiento de una voz femenina de este calibre, y más después de estar casado más de diez años y tener tres hijos con otra bella fémina.

Sabía que no era buena idea. Dice mi interlocutora

No cuelgues, ya recuero quien eres. Contesto.

El clásico movimiento de hacerse el interesante casi me cuesta perder para siempre esta nueva oportunidad que me da la vida. Tengo que dejar las compañías de mi amigo Antonio, no sé por qué siempre le acabo haciendo caso a todo lo que me dice, si se ha divorciado dos veces y su único contacto con las mujeres es pagando.

Pensaba que no te acordabas de mí. Me dice dubitativa.

Si te soy sincero, te reconocí nada más descolgar. Pero ya sabes todo el rollo ese de que un hombre no puede dar síntomas de debilidad y siempre le hago caso a Antonio en estas cosas.

No le hagas caso a Antonio, que tú siempre fuiste mucho mejor persona.

En el fondo es muy bueno. 

Escucha Carles, esta llamada era sólo para confirmar que eras tú. Por cosas de la vida me pasaron este teléfono y no me lo podía creer. Ahora tengo que irme, hablamos por Whatsapp. ¿Vale?

Perfecto. Le comenté antes de que me colgara.

Nada más terminar nuestro primer acercamiento telefónico apareció en la pantalla del móvil que me regaló mi mujer el símbolo de la conocida aplicación de mensajería.  Dulce María me expresaba la gratitud por haberla tratado sin ningún tipo de rencor. Las arrugas y el peso de los años cambian las perspectivas de cada uno, no le guardo rencor por una decisión tomada en el pasado.  Es más, visto con la frialdad del tiempo corrido, creo que tomó la decisión correcta y apropiada, lo nuestro no iba a ningún lado.  

Todo son palabras de agradecimiento para mi persona, parece que me han cambiado a esa Dudi enérgica y temperamental que era capaz de explotar hasta arrasar con todo a su paso.  Varios mensajes sirvieron para ponernos al día y comprobar el paso del tiempo: los dos estábamos felizmente casados, con varios hijos cada uno y una situación laboral estable, a pesar de la crisis económica que azota el país.

No tardó en confiarme que esta toma de contacto era debido a que tenía que visitar el pueblo en unos días y le gustaría encontrarse conmigo. Le comenté que hacía muchos años que no vivía allí, sólo iba un par de días al año para echar un vistazo a la casa de mis padres y poco más. Dos emojis con caras tristes y un “esperaba poder encontrarnos” sirvió para que aceptara su invitación y adelantar la visita al pueblo unas semanas. Todo ello sin conocimiento alguno de nuestras respectivas parejas.

Ahí estaba yo, en el autobús de vuelta al pueblo  con mis cascos puestos y con la ilusión de un quinceañero en su primera cita. Las imágenes de aquel verano venían a mi cabeza, el momento justo en el que nos conocimos y cómo empezamos a salir unas semanas después. Días interminables de playa y risas que trajeron consigo una relación juvenil a distancia; craso error de principiantes, ya que la pasión y el poder de la juventud no se puede controlar.

El autobús llegó a su destino y  junto a mi mochila me dirigía a la casa de mis padres, como cada año todo estaba perfectamente bien.  Aproveché la estancia para abrir todas las puertas y ventanas para que se aireara un poco, puse ropa de cama nueva y probé las luces de toda la casa. Un escueto mensaje me indicaba el lugar y la hora de nuestro encuentro. Mientras tanto, nada mejor que releer los libros de mi infancia: Verne, Stevenson o Tolstói.

Ya está aquí la hora, voy afeitado, duchado y bien vestido. Como suele ser habitual en mí, siempre llego un poquito antes a las citas. Dudi me conoce bien así que antes de la hora acordada ya estaba sentada en la mesa reservada con una copa entre las manos.

Buenas noches. Me dice mientras me invita a sentarme.

Buenas noches le contesto. No podía dejar de mirar a esa mujer, todos los rasgos de la jovencita que conocí hace más de 15 años se han borrado. En su lugar se sitúa una bella mujer voluptuosa con un escote generoso.

Puedes sentarte. Me comenta al ver que me había quedad embobado al verla.

Disculpa, estaba apreciando lo bien que te sientan los años. A mí, como puedes comprobar, sólo me han traído una incipiente alopecia y una barriga que no puedo esconder bajo mi camisa.

Yo te veo muy bien. Es verdad que ya no tienes quince años, pero la edad te ha tratado muy bien; te has convertido en un hombre. Dice mientras hace una señal al camarero para que traiga la comida que había pedido con anterioridad.

No me vas a dejar elegir lo que quiero cenar.

Eso es cosa mía. Tú estás aquí para contarme lo que ha sido de ti durante todos estos años.

Entre plato y plato de esta cena Dudi me puso al corriente de lo mal que lo pasó después de nuestra ruptura y como le costó varios años recuperar la confianza en los hombres. Al final, el chico que le rondaba en el pueblo y que no le hacía ni caso cuando estábamos juntos consiguió encandilarla con su carácter rural y la estabilidad de su trabajo. 

En pocos años se casaron y tuvieron dos preciosas hijas, ella consiguió cumplir su sueño de hacer Trabajo Social y gracias a la beca Erasmus en Londres pudo optar al trabajo de oficinista de una multinacional de su pueblo.

Mi vida había sido mucho más sencilla, había conseguido ese puesto de funcionario en la capital y me había casado con una compañera de trabajo. Con el paso de los años habíamos tenido la parejita y las vacaciones habían pasado de ser totalmente de montaña, todos los veranos íbamos al pueblo de mis suegros a que los niños disfrutaran de la piscina y nosotros de la tranquilidad rural.

A veces no te preguntas que habría sido de nosotros de seguir juntos. Me comenta mientras pide un gin-tonic para finalizar la velada.

Nunca. Creo que no debemos de arrepentirnos ni fustigarnos con las decisiones tomadas durante nuestra vida. Hay que mantener el tipo y seguir adelante con lo que nos ha tocado vivir.

Yo siempre me lo he preguntado. Siempre tuve la ilusión de salir del pueblo y al final me quedé con Juan. La verdad, esto muy a gusto en esa pequeña localidad, sin embargo hay ocasiones en las que me siento atrapada.

Siempre puedes coger el coche y salir de allí, la playa la tienes a media hora. Le dije mientras apuraba mi gin-tonic.

No me gusta venir a la playa sola, me trae demasiados recuerdos. Me comentó mientras cogía mi mano.

¿Qué quieres decir?

Mira Carles, somos mayorcitos para esto. Si te he llamado es porque todos estos años nunca he dejado de pensar cómo sería mi vida si me hubiera quedado contigo.

Dudi….

No me digas que estamos casados, eso ya lo sé. Nunca hice esto antes, pero ahora sólo tengo ganas de besarte.

Demasiadas cuentas pendientes aparcadas durante más de quince años. La noche se hizo larga e intensa. Su cuerpo estaba castigado por el tiempo, los embarazos y un trabajo de oficinista que dejaba poco tiempo al ejercicio físico; todo me daba igual, ante mí estaba la misma niña que me tuvo enamorado demasiado tiempo y que me había costado olvidar. 

Los dos pudimos redescubrir el cuerpo del otro, comprobamos  lo aprendido durante estos años de forzosa separación y conseguimos rejuvenecer para disfrutar de lo bonito que es el amor juvenil. No nos molestó la vieja cama de casa de mis padres o el batallón de mosquitos que entraba por todos lados, sólo éramos Dudi y yo. 

Cuándo el sol comenzó a entrar por la ventana, los dos nos despertamos sobresaltados al estar en un lugar extraño al nuestro; pero al descubrir al otro a su lado, una sonrisa se dibujó en nuestros rostros y continuamos amándonos hasta que el chirrido insoportable de un teléfono móvil interrumpió el trance juvenil. 

Dudi mira su teléfono y pone un dedo en mi boca para que guarde silencio:

¿Dime cariño? Contesta mientras se levanta de la cama

Sí, ya estoy recogiendo las cosas del hotel y vuelvo a casa en seguida. 

Me mira y me guiña un ojo mientras busca entre las sábanas su ropa interior. No puedo parar de mirarla, es como si todo se hubiera detenido y mis padres fueran a entrar en la habitación para regañarme al traer a mi novia a casa y hacer cosas indecentes. Pero ya no es así, somos dos adultos que acabamos de romper las reglas establecidas por la sociedad y hemos engañado a nuestras parejas en la felicidad de una noche de verano.

Me tengo que ir pitando que mi marido tiene trabajo y no se pueden quedar las niñas solas. Me dicen Dudi mientras se viste.

No te preocupes. Sabía que esto tarde o temprano tendría que acabar, otra vez nos separamos.

¿Quién te ha dicho que esto se ha terminado? Me dice sorprendida y a la vez enfada, ha vuelto la mujer temperamental que yo conocía.

¿Cómo dices? Pregunté alarmado.

Si he venido hasta aquí y le he puesto los cuernos a mi marido contigo no ha sido para que te vuelvas a ir como me hiciste hace años. La semana que viene tengo que ir a la capital a visitar a unos clientes, esta vez te toca organizarlo a ti.

Cuando me disponía a recriminarle su último comentario me planta un largo y apasionado beso y sale disparada por la puerta de la calle. Madre mía, me acabo de meter en un lío de tres pares de narices. Bueno, ya se verá lo que depara el futuro, de momento no pienso abandonar a Dudi. 

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